lunes, 21 de mayo de 2012

Mi Patria es mi Lengua II


Acerca del periodismo
y
el pensamiento sofista





Cuando comenzó la última dictadura militar en la Argentina, estaba en 6º grado. Bueno, decir que “cuando comenzó” es una licencia poética: recuerdo que ese año tuve que ir varias veces a la puerta de la escuela a ver si ponían algún cartel que indicara cuándo comenzaban las clases… y es que promediaba marzo y todavía no había ni noticias de qué iba a pasar. La incertidumbre, para una niña, se centraba en cuándo iba a recomenzar a ir a la escuela.

Sin embargo, algo interesante (y que ahora no alcanzo a registrar) debe haberle pasado a esa niña que fui, porque recuerdo que fue entonces que decidí que quería ser periodista.  No presentadora de programas en televisión, ni locutora. Periodista: una entre todos esos que escriben en los diarios. Una entre todos esos que, imaginaba, bucean en  los hechos hasta dar con la información necesaria para volverlos decibles y entendibles. No casualmente desde esa época viene mi fascinación por las palabras y la construcción de los razonamientos.

De palabras y razonamientos están hechos los momentos de entonces que recuerdo como los más estimulantes. Mi universo se llenó de expresiones como “no necesariamente”, “no me consta”, “no exactamente”, “no fue experimentado”, “depende”…  De palabras y razonamientos están hechas las marcas que me conformaron.

Tiempo después, las vueltas de la vida, me hicieron sentir visceralmente la contundencia de la pregunta constante. Y entonces mi mundo ya no sólo se pobló de palabras y razonamientos, sino de preguntas. Y abandoné toda certeza. No la aspiración a encontrar alguna forma de verdad, por precaria y provisoria que sea, sino mi certeza a haberla hallado. Y fue entonces que me volví especialmente desconfiada de los sentenciosos, los seguros, los asertivos. En mi mundo poblado de palabras, razonamientos y preguntas, la sentencia, la seguridad y la asertividad están más emparentadas con vicios éticos que con honestidad intelectual. Me siento más proclive a ver bondad en una pregunta abierta, que en su respuesta definitiva.

Quizás por todo esto es que leo del modo en que lo hago. Un libro de filosofía, una novela policial, la poesía, o el diario, para mí se leen con una birome en mano. Y los márgenes se me pueblan de referencias, comentarios, preguntas… Quizás por todo esto, me siento desconcertada frente a los periodistas. En las notas de opinión –e incluso en el relato de las noticias- cada vez me topo con más frecuencia con planteos puramente sofistas: está elegida la conclusión de antemano, y no hacen más que construir un razonamiento que les permita llegar a ella. No es que no sea capaz de entender que siempre que se cuenta algo, se silencia otra cosa; que siempre que se pone el foco sobre un aspecto, otro se oscurece. Simplemente me asombra la vulgaridad con que se construyen ciertos razonamientos ad hoc. La renuncia a una honestidad intelectual mínima. Porque cuando se renuncia a algo, también se lo hace en favor de otra cosa; y no siempre vale la pena.

No me preocuparía tanto si sólo vinculara el pensamiento sofista a una forma discursiva propia de la mala política. Me preocuparía un poco menos si sólo vinculara este pensamiento sofista a la devaluación de la tarea del periodista. Pero me preocupo y mucho. Después de todo, los sofistas condenaron a muerte a Sócrates. Y en mi mundo poblado de palabras, razonamientos y preguntas, con palabras y razonamientos se mata.


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