
Viviana Taylor
A raíz de la repetición de hechos
que se vienen sucediendo, de los que dan cuenta las cada vez más frecuentes
denuncias de maltrato infantil, decidí correrme por un rato de los temas que
generalmente me ocupan en este blog y traer una temática que suelo abordar en
otros, a los que se puede acceder a través del Blog de blogs.
La explicación clásica de los
expertos en violencia familiar indica que no aumentan los casos de maltrato
infantil, sino que ahora son más detectables por médicos, maestros y
psicólogos, y más denunciados por las familias. Sin embargo, es difícil acceder
a estadísticas confiables sobre la gravedad del fenómeno, dado que no está
clara la correlación entre hechos reales y denunciados, aunque diversos informes
del Congreso insinúan que por cada caso denunciado hay 10 que son tapados.
Y a pesar de lo que suele
creerse, es en los sectores económicos más bajos donde hay una mayor cultura de
la denuncia: en los otros suele haber una tendencia a ocultar el problema.
Lo que sí podemos afirmar es que
hay una sospecha muy fuerte de que la modalidad de maltrato que más creció es
el abuso sexual.
El abuso sexual es un problema que deja secuelas para toda la vida y
que -si no se trata adecuadamente y a tiempo- en algunos casos puede llevar al
chico abusado a convertirse en abusador. De hecho, aunque no todos los niños
abusados se convierten en adultos abusadores, sí es cierto que prácticamente
todos los abusadores tienen una historia como víctimas de abuso.
El Consejo Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia tiene registrado el abuso sexual como el principal problema de los
chicos a los que asiste. La misma
tendencia se detectó en la Oficina
de Asistencia a la Víctima del Delito de la Procuración General de la Nación.
El abusador puede ser de
cualquier clase social, vivir en la ciudad o el campo, tener cualquier
profesión, características étnicas, religión, identidad de género o estado
civil.
A pesar de que no existe un prototipo del abusador,
reúnen algunos rasgos comunes. Casi excluyentemente son personas conocidas del
chico, aparentemente normales, que recurren al engaño para conquistar la
confianza de las víctimas. Algunos amenazan, y otros dan premios u otorgan
privilegios de distintos tipos. El violador establece una relación en la que
quiere hacer valer su autoridad y poder. Buscan por lo general a chicos menores
de 13 años, edad en la que empiezan a ofrecer resistencia. Sin embargo, aunque
en menor número, no son pocos los adolescentes abusados.
En el caso de estos, se pueden
manifestar como síntomas: falta de confianza, aislamiento, fugas del hogar,
depresión severa, promiscuidad. Y aunque estos síntomas por sí solos no son
suficientes para validar el diagnóstico de abuso sexual, es importante que sean
tenidos en cuenta para la consideración de tal posibilidad.
Otras formas comunes de abuso
son:
Maltrato emocional: conductas de padres o cuidadores
tales como insultos, rechazos, amenazas, humillaciones, desprecios, críticas,
aislamiento, atemorización. Pueden causar deterioro en el desarrollo emocional,
social o intelectual del niño.
Negligencia: cuando las necesidades básicas
del chico (alimentación, higiene, seguridad, atención médica, vestido,
educación, etc.) no son atendidas por ningún adulto. Trasladado a nivel
emocional, cuando el chico no recibe afecto, estimulación, apoyo y protección
necesarios para cada momento de su evolución.
Síndrome de Munchaussen por
poder: los padres -o en menor medida otros cuidadores-
someten al niño a continuas exploraciones médicas, suministro de remedios o
ingresos hospitalarios a partir de razones mentirosas. Es un cuadro psiquiátrico bastante difícil de determinar, pero cada vez más los especialistas están advertidos para diagnosticarlo.
Maltrato institucional: cualquier legislación,
procedimiento, actuación y omisión de los poderes públicos o de las
instituciones que viole los derechos básicos del niño, el adolescente y la
infancia.
¿Cómo me doy
cuenta de si mi hijo está sufriendo abuso?
Jorge Pantin, del cuerpo médico
forense de la Corte Suprema de Justicia argentina, señala algunos indicadores
que pueden observarse, según la edad de los niños:
En la edad preescolar: Llanto
excesivo, sin razón aparente y conducta irritable o agitación extrema en
lactantes. Regresión a alguna fase anterior del desarrollo: enuresis –vuelven a hacerse pis, cuando ya
estaba controlado-, encopresis –vuelven
a hacerse caca cuando ya estaba controlado-, retoman la succión del pulgar,
utilización del tono de voz o el lenguaje propio de un bebé. Miedos excesivos
(a la oscuridad, a quedarse con determinadas personas, a los momentos de
soledad, etc.). Juegos sexuales repetitivos con juguetes, compañeros o
mascotas: a estos juegos hay que ponerles mucha atención, ya que el niño tiende
a reproducir en el juego lo que le ha ocurrido. Y si bien es cierto que los
niños realizan normalmente juegos de exploración sexual, cualquier padre atento
podrá notar que este juego excede la simple exploración, e incluso que revela
una forma de conocimiento que el niño se supone que no debería tener. Si bien la
masturbación es también una forma normal de exploración, se puede observar una
masturbación que se torna excesiva, hasta el grado de producir irritación; que
se vuelve compulsiva desplazando de la preferencia del niño a otras actividades
y juegos, incluso en público.
Otros indicadores que hay que tener en
cuenta son los trastornos del sueño (pesadillas, miedo a irse a la cama, a
estar solo en el dormitorio); la inapetencia, la voracidad o el cambio de
hábitos alimentarios; las dificultades para concentrarse, el retraimiento, las
dificultades para la socialización, y la dependencia excesiva respecto de
ciertos adultos en presencia de otros. Y quiero insistir en algo que dije antes
respecto del juego, pero que se puede manifestar de otras formas: el
conocimiento explícito sobre los actos sexuales más allá de la normalidad de la
etapa en que se encuentra.
Indicadores en la edad escolar: Además
de los indicadores anteriores, se pueden sumar problemas escolares, incluyendo fobias escolares (puede
haber abuso por parte de alguien de la escuela), ausencias frecuentes, miedo a
volver a casa después del colegio, cambios notorios en el rendimiento escolar. Se
puede llegar a observar un excesivo apego a temas de violencia en los dibujos o
trabajos escolares. Distanciamiento de los compañeros. Desarrollo de relaciones
de amistad inadecuadas para la edad, especialmente con niños más pequeños que
pueden ser controlados. Distorsiones de la imagen corporal y problemas
relacionados, como miedo a ducharse en los vestidores de escuelas y clubes,
temor a que otros la/a vean desnudo/a, ponerse mucha ropa para ocultar el
cuerpo. Otra vez, insisto: prestar atención a los conocimientos sexuales
avanzados para la edad, los cambios excesivos de humor, la expresión inadecuada
del enojo o la angustia extrema, la depresión e incluso las ideas o intentos de
suicidio. Un indicador altamente significativo es el inicio súbito de enuresis
cuando no hay trastornos orgánicos que la justifiquen.
Algunos indicadores que pueden pasar
inadvertidos o no presentarse en edades más tempranas, pueden volverse
evidentes: trastornos alimentarios -incluyendo bulimia, anorexia o ingestión
compulsiva de comida-. Comportamientos sexualmente manifiestos hacia los
adultos, como intentar coquetear y realizar insinuaciones de tipo sexual
(como una forma aprendida de comportarse con los adultos). Simulación de
actividad sexual sofisticada con niños más pequeños. Juegos sexuales,
conductas sexuales abusivas sobre otros niños. Terror a ser rechazado y la
recurrencia al sometimiento como forma de aceptación. Actitud de duda,
desconfianza y sospecha, y sentimientos de culpa.
Indicadores en la adolescencia: Merma
importante en su autoconfianza y autoestima. Malas relaciones con los compañeros.
Tendencia a escaparse mucho del colegio o fugarse del hogar. Pasar mucho tiempo
en la calle. Trastornos del sueño, incluyendo pesadillas, inquietud al dormir,
sueño excesivo. Problemas escolares, incluyendo modificaciones importantes en
el rendimiento académico y ausencias excesivas de la escuela. Retraimiento y
aislamiento de amigos o compañeros. Consumo de drogas o alcohol.
Automutilación, incluyendo quemaduras o cortes en el cuerpo (que con frecuencia
son practicadas para ‘liberar’ un dolor interno). Comportamiento promiscuo. Prostitución, depresión,
ansiedad y/o irritabilidad excesiva, ideas obsesivas, sentimientos
displacenteros recurrentes, ideación, conductas o intentos suicidas. Conducta
antisocial.
Estos mismos
indicadores, sin los de contenido directamente relacionado con lo sexual, nos
pueden resultar útiles para detectar otras formas de maltrato, tanto físico
como emocional.
¿Puedo prevenirlo?
No hay
reglas mágicas, pero sí mucho de sentido común. Si sos padre, y querés que tus
hijos no sean abusados, tenés que crear tempranamente las condiciones para que
puedan decir “no” y –les digan lo que les digan- que tengan la confianza
suficiente como para acercarse a contarte lo que sea que les pase.
Ya
niños muy pequeños pueden comprender que nadie debe tocarles “las partes del cuerpo que tapa la malla”
(si somos demasiado explícitos en señalar la privacidad de la zona genital, los
exponemos a formas previas de tocamiento que son parte de la estrategia de
seducción de los abusadores) ni deben aceptar la invitación a tocarlas en otras
personas. Podemos incorporar muy tempranamente la idea de “ni las que no te gusten o te hagan sentir incómodo”.
Es
habitual que obliguemos a nuestros hijos a besar a desconocidos como forma de
saludo, a pesar de su resistencia: no hay que obligarlos. Con que digan “hola” y “chau” alcanza sobradamente.
Debemos
alentarlos a que no guarden secretos con otros adultos, y a que no importa qué
tan feo sea lo que tienen para contarnos, no vamos a enojarnos con ellos. Y ser
consecuentes: nos cuenten lo que nos cuenten, debemos ser capaces de
orientarlos e incluso de imponer límites, sin enojarnos. Si traicionamos
nuestras promesas, perderemos confianza. Y esta es la clave: generar confianza suficiente
en ellos mismos y en nosotros como para que se sientan capaces de decir que no,
contárnoslo, y saberse apoyados.
Deberíamos,
además, decirles que no están obligados a obedecer a los adultos. Los niños son
susceptibles de abuso porque obedecen a los adultos, y somos los padres quienes
les hemos enseñado que es lo correcto. Creyendo bien-educarlos, los exponemos a
convertirse en víctimas. El mensaje debe ser claro: no están obligados a
obedecer ninguna orden que crean injusta o incorrecta, venga de quien venga. Y
ante la duda, deben recurrir a nosotros por consejo. Pero vuelvo a lo anterior:
debemos ser consecuentes con esto que les enseñamos. Aunque nos exponga a
nosotros mismos a ser desobedecidos. Y está bien que así sea cuando lo que
exigimos no es lo correcto.
Y,
sobre todo, deberíamos creerles. Los abusadores no responden a un perfil
determinado que nos permita darnos cuenta de que lo son, salvo que estemos
específicamente entrenados. Y cuentan con eso. Deberíamos creerles a nuestros
niños; y ellos deberían saber que les creemos.
Viviana Taylor