miércoles, 6 de febrero de 2013

Maltrato infantil: ¿qué hacemos?


Viviana Taylor

 

 

A raíz de la repetición de hechos que se vienen sucediendo, de los que dan cuenta las cada vez más frecuentes denuncias de maltrato infantil, decidí correrme por un rato de los temas que generalmente me ocupan en este blog y traer una temática que suelo abordar en otros, a los que se puede acceder a través del Blog de blogs.


La explicación clásica de los expertos en violencia familiar indica que no aumentan los casos de maltrato infantil, sino que ahora son más detectables por médicos, maestros y psicólogos, y más denunciados por las familias. Sin embargo, es difícil acceder a estadísticas confiables sobre la gravedad del fenómeno, dado que no está clara la correlación entre hechos reales y denunciados, aunque diversos informes del Congreso insinúan que por cada caso denunciado hay 10 que son tapados.

Y a pesar de lo que suele creerse, es en los sectores económicos más bajos donde hay una mayor cultura de la denuncia: en los otros suele haber una tendencia a ocultar el problema.

 

Lo que sí podemos afirmar es que hay una sospecha muy fuerte de que la modalidad de maltrato que más creció es el abuso sexual.

El abuso sexual es un problema que deja secuelas para toda la vida y que -si no se trata adecuadamente y a tiempo- en algunos casos puede llevar al chico abusado a convertirse en abusador. De hecho, aunque no todos los niños abusados se convierten en adultos abusadores, sí es cierto que prácticamente todos los abusadores tienen una historia como víctimas de abuso.


El Consejo Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia tiene registrado el abuso sexual como el principal problema de los chicos a los que asiste. La misma tendencia se detectó en la Oficina de Asistencia a la Víctima del Delito de la Procuración General de la Nación.

 
El abusador puede ser de cualquier clase social, vivir en la ciudad o el campo, tener cualquier profesión, características étnicas, religión, identidad de género o estado civil. 

A pesar de que no existe un prototipo del abusador, reúnen algunos rasgos comunes. Casi excluyentemente son personas conocidas del chico, aparentemente normales, que recurren al engaño para conquistar la confianza de las víctimas. Algunos amenazan, y otros dan premios u otorgan privilegios de distintos tipos. El violador establece una relación en la que quiere hacer valer su autoridad y poder. Buscan por lo general a chicos menores de 13 años, edad en la que empiezan a ofrecer resistencia. Sin embargo, aunque en menor número, no son pocos los adolescentes abusados.

En el caso de estos, se pueden manifestar como síntomas: falta de confianza, aislamiento, fugas del hogar, depresión severa, promiscuidad. Y aunque estos síntomas por sí solos no son suficientes para validar el diagnóstico de abuso sexual, es importante que sean tenidos en cuenta para la consideración de tal posibilidad.

 

Otras formas comunes de abuso son:

Maltrato emocional: conductas de padres o cuidadores tales como insultos, rechazos, amenazas, humillaciones, desprecios, críticas, aislamiento, atemorización. Pueden causar deterioro en el desarrollo emocional, social o intelectual del niño.

Negligencia: cuando las necesidades básicas del chico (alimentación, higiene, seguridad, atención médica, vestido, educación, etc.) no son atendidas por ningún adulto. Trasladado a nivel emocional, cuando el chico no recibe afecto, estimulación, apoyo y protección necesarios para cada momento de su evolución.

Síndrome de Munchaussen por poder: los padres -o en menor medida otros cuidadores- someten al niño a continuas exploraciones médicas, suministro de remedios o ingresos hospitalarios a partir de razones mentirosas. Es un cuadro psiquiátrico bastante difícil de determinar, pero cada vez más los especialistas están advertidos para diagnosticarlo.

Maltrato institucional: cualquier legislación, procedimiento, actuación y omisión de los poderes públicos o de las instituciones que viole los derechos básicos del niño, el adolescente y la infancia.

 

¿Cómo me doy cuenta de si mi hijo está sufriendo abuso?

 
Jorge Pantin, del cuerpo médico forense de la Corte Suprema de Justicia argentina, señala algunos indicadores que pueden observarse, según la edad de los niños:

En la edad preescolar: Llanto excesivo, sin razón aparente y conducta irritable o agitación extrema en lactantes. Regresión a alguna fase anterior del desarrollo: enuresis –vuelven a hacerse pis, cuando ya estaba controlado-, encopresis –vuelven a hacerse caca cuando ya estaba controlado-, retoman la succión del pulgar, utilización del tono de voz o el lenguaje propio de un bebé. Miedos excesivos (a la oscuridad, a quedarse con determinadas personas, a los momentos de soledad, etc.). Juegos sexuales repetitivos con juguetes, compañeros o mascotas: a estos juegos hay que ponerles mucha atención, ya que el niño tiende a reproducir en el juego lo que le ha ocurrido. Y si bien es cierto que los niños realizan normalmente juegos de exploración sexual, cualquier padre atento podrá notar que este juego excede la simple exploración, e incluso que revela una forma de conocimiento que el niño se supone que no debería tener. Si bien la masturbación es también una forma normal de exploración, se puede observar una masturbación que se torna excesiva, hasta el grado de producir irritación; que se vuelve compulsiva desplazando de la preferencia del niño a otras actividades y juegos, incluso en público.

Otros indicadores que hay que tener en cuenta son los trastornos del sueño (pesadillas, miedo a irse a la cama, a estar solo en el dormitorio); la inapetencia, la voracidad o el cambio de hábitos alimentarios; las dificultades para concentrarse, el retraimiento, las dificultades para la socialización, y la dependencia excesiva respecto de ciertos adultos en presencia de otros. Y quiero insistir en algo que dije antes respecto del juego, pero que se puede manifestar de otras formas: el conocimiento explícito sobre los actos sexuales más allá de la normalidad de la etapa en que se encuentra.

Indicadores en la edad escolar: Además de los indicadores anteriores, se pueden sumar problemas escolares, incluyendo fobias escolares (puede haber abuso por parte de alguien de la escuela), ausencias frecuentes, miedo a volver a casa después del colegio, cambios notorios en el rendimiento escolar. Se puede llegar a observar un excesivo apego a temas de violencia en los dibujos o trabajos escolares. Distanciamiento de los compañeros. Desarrollo de relaciones de amistad inadecuadas para la edad, especialmente con niños más pequeños que pueden ser controlados. Distorsiones de la imagen corporal y problemas relacionados, como miedo a ducharse en los vestidores de escuelas y clubes, temor a que otros la/a vean desnudo/a, ponerse mucha ropa para ocultar el cuerpo. Otra vez, insisto: prestar atención a los conocimientos sexuales avanzados para la edad, los cambios excesivos de humor, la expresión inadecuada del enojo o la angustia extrema, la depresión e incluso las ideas o intentos de suicidio. Un indicador altamente significativo es el inicio súbito de enuresis cuando no hay trastornos orgánicos que la justifiquen.

Algunos indicadores que pueden pasar inadvertidos o no presentarse en edades más tempranas, pueden volverse evidentes: trastornos alimentarios -incluyendo bulimia, anorexia o ingestión compulsiva de comida-. Comportamientos sexualmente manifiestos hacia los adultos, como intentar coquetear y realizar insinuaciones de tipo sexual (como una forma aprendida de comportarse con los adultos). Simulación de actividad sexual sofisticada con niños más pequeños. Juegos sexuales, conductas sexuales abusivas sobre otros niños. Terror a ser rechazado y la recurrencia al sometimiento como forma de aceptación. Actitud de duda, desconfianza y sospecha, y sentimientos de culpa.

Indicadores en la adolescencia: Merma importante en su autoconfianza y autoestima. Malas relaciones con los compañeros. Tendencia a escaparse mucho del colegio o fugarse del hogar. Pasar mucho tiempo en la calle. Trastornos del sueño, incluyendo pesadillas, inquietud al dormir, sueño excesivo. Problemas escolares, incluyendo modificaciones importantes en el rendimiento académico y ausencias excesivas de la escuela. Retraimiento y aislamiento de amigos o compañeros. Consumo de drogas o alcohol. Automutilación, incluyendo quemaduras o cortes en el cuerpo (que con frecuencia son practicadas para ‘liberar’ un dolor interno). Comportamiento promiscuo. Prostitución, depresión, ansiedad y/o irritabilidad excesiva, ideas obsesivas, sentimientos displacenteros recurrentes, ideación, conductas o intentos suicidas. Conducta antisocial.


Estos mismos indicadores, sin los de contenido directamente relacionado con lo sexual, nos pueden resultar útiles para detectar otras formas de maltrato, tanto físico como emocional.
 

¿Puedo prevenirlo?

 
No hay reglas mágicas, pero sí mucho de sentido común. Si sos padre, y querés que tus hijos no sean abusados, tenés que crear tempranamente las condiciones para que puedan decir “no” y –les digan lo que les digan- que tengan la confianza suficiente como para acercarse a contarte lo que sea que les pase.

Ya niños muy pequeños pueden comprender que nadie debe tocarles “las partes del cuerpo que tapa la malla” (si somos demasiado explícitos en señalar la privacidad de la zona genital, los exponemos a formas previas de tocamiento que son parte de la estrategia de seducción de los abusadores) ni deben aceptar la invitación a tocarlas en otras personas. Podemos incorporar muy tempranamente la idea de “ni las que no te gusten o te hagan sentir incómodo”.


Es habitual que obliguemos a nuestros hijos a besar a desconocidos como forma de saludo, a pesar de su resistencia: no hay que obligarlos. Con que digan “hola” y “chau” alcanza sobradamente.

 
Debemos alentarlos a que no guarden secretos con otros adultos, y a que no importa qué tan feo sea lo que tienen para contarnos, no vamos a enojarnos con ellos. Y ser consecuentes: nos cuenten lo que nos cuenten, debemos ser capaces de orientarlos e incluso de imponer límites, sin enojarnos. Si traicionamos nuestras promesas, perderemos confianza. Y esta es la clave: generar confianza suficiente en ellos mismos y en nosotros como para que se sientan capaces de decir que no, contárnoslo, y saberse apoyados.


Deberíamos, además, decirles que no están obligados a obedecer a los adultos. Los niños son susceptibles de abuso porque obedecen a los adultos, y somos los padres quienes les hemos enseñado que es lo correcto. Creyendo bien-educarlos, los exponemos a convertirse en víctimas. El mensaje debe ser claro: no están obligados a obedecer ninguna orden que crean injusta o incorrecta, venga de quien venga. Y ante la duda, deben recurrir a nosotros por consejo. Pero vuelvo a lo anterior: debemos ser consecuentes con esto que les enseñamos. Aunque nos exponga a nosotros mismos a ser desobedecidos. Y está bien que así sea cuando lo que exigimos no es lo correcto.

Y, sobre todo, deberíamos creerles. Los abusadores no responden a un perfil determinado que nos permita darnos cuenta de que lo son, salvo que estemos específicamente entrenados. Y cuentan con eso. Deberíamos creerles a nuestros niños; y ellos deberían saber que les creemos.

 

Teléfonos útiles para tener en cuenta:
Línea de urgencia: 102 (para efectuar consultas o denunciar maltrato, abuso y niños en situación de calle. La denuncia puede ser anónima).
Red Solidaria: (011) 4796 – 3923 / 4796 – 5828
Contame: 0800-2222 800
Cuidaniños (Provincia de Buenos Aires): 0800-666 6466

Viviana Taylor