sábado, 17 de agosto de 2013

Salvador Mazza: apenas un hilo más en la red de trata de personas


Viviana Taylor

 

Salvador Mazza (Salta) está convulsionado: después de que su intendente Carlos Villalba fuera demorado en una casa/prostíbulo, entre los vecinos se juntaron firmas para pedir su renuncia, mientras políticos de distintos ámbitos analizan la intervención de la localidad.

¿Deberíamos sorprendernos de que la comunidad esté dividida entre quienes apoyan al intendente y quienes no? Desde la perspectiva de quienes lo apoyan, la indignación pasa por la vergüenza: el problema no parece ser que Villalba visite prostíbulos, sino que visibilizó en su persona la relación entre prostitución y política, que es fácilmente extensible a prostitución - trata de personas – política, y encima lo hizo enlazando a Salvador Mazza en la cadena de relación. Desde la perspectiva de quienes no lo apoyan, están quienes consideran necesaria la renuncia del funcionario y la determinación del alcance de su responsabilidad, quienes exigen además la intervención del municipio, y quienes piden que dicha extensión no se aboque sólo a esta cuestión sino también a los conflictos laborales y otros temas que –con menos repercusión- también aquejan a Salvador Mazza.

 

Si bien el nombre de Carlos Villalba es el que hoy resuena en la prensa la hablar de los vínculos entre política y prostitución, no es la única cara visible de la relación.

Sólo por recordar algunos nombres, hoy vinculados con los escenarios de campaña legislativa, y sin ninguna pretensión de agotar la lista:

·        Oscar Zilocchi posee una causa -cuya elevación a juicio oral se solicitó hace algún tiempo y quedó archivada por una presunta connivencia entre funcionarios, hasta ahora que la sanción al fiscal acaba de ser anulada- por corrupción referida a la protección de prostíbulos involucrados en la trata de personas, cuando era Secretario de Gobierno de Aldo Rico. En las recientes PASO ambos ex intendentes se enfrentaron: Zilocchi es el candidato a 1º Concejal por la lista de Francisco De Narváez, y Rico por la de Eduardo Amadeo. Como en su propio blog afirmó Zilocchi hace algún tiempo: “Si a un árbol se lo conoce por sus frutos, a un gobernante se lo conoce por sus obras.



·        Miguel Torres del Sel se confesó prostituyente en enero pasado, durante una entrevista en el show del humorista Jay Mammon. Del Sel fue candidato a gobernador y ahora es candidato a Diputado Nacional por la Pcia de Santa Fe, siempre de la mano del PRO –esta vez en alianza con el peronismo disidente-. Y no se satisfizo con la sola admisión de que paga por sexo: reafirmó en sus expresiones que le parece normal hacerlo, naturalizando y quitándole toda connotación moral a un acto que –sabemos- es la razón última de la trata de personas para la servidumbre sexual.  Por supuesto, tampoco se quedó allí: todas sus expresiones fueron despreciativas de las mujeres y sexualmente connotadas en ese mismo sentido de objetos de consumo para la satisfacción del deseo masculino. Después de todo, como lo ha expresado en varias ocasiones, Del Sel opina que las jovencitas se embarazan por unas moneditas (en referencia a la Asignación Universal por Hijo), tienen sexo para llegar donde quieren (las mujeres accedemos a mejores oportunidades “chupándola”), y es normal pagarles por sexo porque así lo quieren. Sus consideraciones misóginas y estigmatizantes no se detuvieron siquiera ante la investidura presidencial. Del mismo modo en que tampoco se detuvo, en otras ocasiones, compartiendo pantalla con mujeres –fuesen concursantes de algún certamen, trabajadoras del espectáculo, artistas, o referentes de la política-: bien lo sabe Victoria Donda, que eligió la templanza justo cuando la prudencia aconsejaba otra cosa.


·        Mauricio Macri, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, recibió dinero para su reelección de parte del proxeneta y ex agente de la SIDE Raúl Martins: y lo sabemos por la acusación de su propia hija, Lorena Martins.
 

 

 
 



·        El caso Marita Verón, por el cual la Justicia de Tucumán absolvió a los trece acusados por su secuestro y desaparición en abril de 2002, es el caso más contundente para graficar estas redes de complicidades. El juicio dejó al descubierto la trama de la trata de personas en Tucumán, sus vínculos con el poder político y policial, proveyó evidencias de sus ramificaciones a nivel nacional e internacional, y su resolución permitió constatar la necesaria implicación del poder judicial: las condiciones para la impunidad estuvieron garantizadas desde el inicio, cuando no se facilitó en nada la investigación del caso, cuando se trató en todo momento de inclinar la sospecha hacia la familia, y desde algunos medios de comunicación se trabajó para instalar la hipótesis de una desaparición voluntaria (los mismos medios que sostienen lo mismo sobre Jorge Julio López). Así, cuando se realizó la lectura del fallo de la Sala II de la Cámara en lo Penal en Tucumán, integrado por los jueces Alberto Piedrabuena, Emilio Herrera Molina y Eduardo Romero, estaba claro que la red había actuado eficientemente: los acusados María Azucena Márquez, Irma Lidia Medina y sus hijos Gonzalo y José “Chenga” Gómez, Pascual Andrada, Humberto Derobertis, Carlos Luna, Mariana bustos, Daniela Milhein, Alejandro González, Víctor Rivero, María Rivero y Cinthia Gaitán, fueron todos absueltos. 

 


El problema de la trata de personas no es un problema de pobres, ni de zonas rurales, ni de pequeños centros urbanos alejados de las grandes ciudades, ni de captación de chicas vulnerables, ni de descuido familiar. Ni siquiera –aunque sus víctimas lo son mayoritariamente- es un problema de mujeres.

Las redes sociales están allí para testimoniarlo: la búsqueda de chicas desaparecidas –y en mucha menor medida de varones jóvenes- se repite con más frecuencia que la tolerable. Una frecuencia y en una cantidad que las pantallas de televisión no alcanzan a reproducir.

Por brutal que suene, (la realidad es más brutal e infinitamente más cruel y obscena que esta expresión) la trata es un problema de abastecimiento del mercado. Es el modo en que se proveen los recursos para satisfacer la demanda de un bien de consumo.

Hay trata porque es un negocio.

Y es un negocio porque hay clientes:
clientes que pagan.

La trama de las redes que conforman la trata de personas con fines de prostitución es intrincada y complejísima. Y está enraizada en las propias formas culturales de la vida social de la que participan quienes tienen como tarea asignada combatirlas.

Las redes son difíciles de erradicar porque su ámbito es la noche. La misma noche de la que participan políticos, jueces, funcionarios, policías, periodistas. La misma noche en la que los códigos indican que lo que sucede se silencia y se oculta… hasta que es redituable sacarlo a la luz.

 

El silencio es un favor que se paga.
Y se paga caro.

 

El silencio de las debilidades privadas que en la noche se viven en público es el favor que convierte a políticos, jueces, funcionarios y policías en clientes atrapados por una forma silenciada de clientelismo. Clientes que consumen lo que en la noche circula, y clientes que pagan con favores el silencio de quienes los vieron consumirlo.

Un silencio sórdido en el que se va conformando una percepción distorsionada sobre la realidad, en la que todo se tergiversa. Todo. Y lo procaz, lo ilícito, lo degradante se confunden con normalidad.

 

Quizás sea por esto que quienes comparten su espacio político -el PRO- no han salido a desmarcarse más fuertemente de los dichos de Del Sel ni hayan explicado con mayor contundencia cómo se financió la campaña para la reelección de Macri: después de todo, el primero no ha declarado más que consumir y promover los mismos negocios que financian –al menos en parte- sus políticas y campaña. El círculo quedó cerrado.

¿Y los electores? Los electores, quizás, sigan entrampados en la fantasía de que estos son problemas que no los rozan: son cosas de pobres, del campo y el conurbano, de sectores vulnerables, de familiares descuidados, de chicas a las que les gusta escalar posiciones chupándola, o que les gusta recibir dinero a cambio de sexo. Quizás hasta se imaginen que los clientes son como príncipes que las adoran y tratan como a reinas.

 

Pero tanto silencio de elegidos y electores, de traficantes y consumidores, colabora en ocultar que –junto con la trata de personas- se gestan innumerables actos de corrupción nacidos en esta forma no considerada de clientelismo político.

 


Y es que existe un tipo de relación clientelar que ha permanecido oculta, inadvertida. Y que en esa invisibilidad ha encontrado su mayor fortaleza. Un tipo de relación cliente-patrón en el cual el patronazgo no se ejerce desde el cargo de funcionario sino desde el poder económico. Un tipo de poder que sabe cómo enmascararse de otra cosa: como poder mediático, como el poder del manejo de las cajas, como el poder con capacidad de chantaje y extorsión que da el conocimiento de secretos. Son poderes que a veces se entraman de modo más directo o solapado, a veces de manera central y otras en apariencia circunstanciales, pero que siempre son interdependientes.

 

Y todos ellos tienen poder de patronazgo sobre el poder político.

 


Es allí donde está el mayor riesgo del poder político: en su sometimiento a una posición clientelar, al lugar de la debilidad, de quien necesita de asistencia.

En este riesgo de abandono de su posición directriz, lo que entrega es su autonomía para definir políticas, a la vez que se somete al arbitrio de otros poderes, cuyo interés no es lo público ni lo colectivo.

 

Por el contrario, la mayor fortaleza está en la capacidad para echar luz sobre estas formas de poder, y así contrarrestar la invisibilidad en la que procuran permanecer: explicitar las formas clientelares por las que el poder económico (a través de cualesquiera de sus patas) intenta someter al poder político, es lo único que logra quitarle efectividad.

 

Así como las relaciones clientelares tradicionales se desarticulan con la extensión de derechos a todos los sectores de la población, las relaciones clientelares no tradicionales se desorganizan con mayor y mejor acceso a la información. Claro que no es tarea fácil: la invisibilidad que les ha permitido consolidarse ha sido favorecida por el poder de patronazgo de quienes tienen incidencia sobre la formación de nuestros modos de interpretación de la realidad: es el poder mediático el gran articulador de todas estas formas de poder.

Quizás por eso, ahora que el escándalo puso a Villalba en el ojo de la escena, se elija no hablar demasiado sobre esto, y de ninguna manera hacerlo sobre esos otros candidatos que hace rato que están salpicados por el mismo barro.

Es mejor seguir entretenidos con otros cuentos.

 

Viviana Taylor