lunes, 3 de septiembre de 2012

La escuela como nudo - 6ª parte: Reanudando los hilos


 
Por Viviana Taylor
 

Con este artículo cerramos la serie a través de la cual intentamos comenzar a desentrañar cuáles son las funciones que definen a esta institución a la que todos creemos conocer tan bien, pero cuya complejidad hace que su comprensión nos exceda.

Para hacerlo hemos trazado un recorrido:





 






 

 

REANUDANDO HILOS

 
Por Viviana Taylor
 
  

“No alcanza con constatar que la cultura educacional es una cultura de clase, pero actuar como si no lo fuera es hacer todo para que quede así.”

Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron

 

A pesar de los cambios que se han intentado imprimir durante los últimos años desde las políticas educativas, y más específicamente a través de la sanción de la Ley Nacional de Educación, todavía hoy hablar de la escuela argentina es hablar de un modelo fuertemente regido por las normas tradicionales del mundo escolar: la formación sigue definiéndose en términos de programas, de años de escolaridad y de obtención de diplomas. Hablar de la escuela sigue siendo hablar de una institución fuertemente centrada en la adquisición de certificaciones y con una orientación claramente normativa, formadora de ciudadanos heterónomos. Esto es, formadora de ciudadanos que conciban su ciudadanía más como una participación en la vida social y política desde la sujeción a las reglas  y formalidades que ya han sido instituidas por otros, más que como ciudadanos autónomos y creativos capaces de asumir su participación como un compromiso para la extensión de los beneficios a través de la reformulación de las reglas de juego democrático.

Una escuela que, todavía, ha demostrado un bajo impacto en la configuración de esquemas de interpretación y conductas relacionadas con los mundos del trabajo y la profesionalidad, fruto de su insuficiencia para lograr promover en la práctica cotidiana –más allá de las intencionalidades políticas y pedagógicas- la apropiación de contenidos socialmente relevantes, la crítica y el análisis, propios del pensamiento y la actuación autónomos.

 

Hablar hoy de la escuela en Argentina es, sobre todo, hablar de una  escuela fuertemente fragmentada, en la que es posible advertir dos fenómenos:

·        por un lado, que no todos los sujetos en edad escolar participan del sistema educativo;

·        y que por otro, la instrucción recibida por quienes sí participan no es homogénea.

El origen social y el consecuente futuro ocupacional que se le asigna como destino y que se termina convirtiendo en una profecía autocumplida, son los factores que determinan la existencia de los circuitos educativos diferenciados, donde se obtienen calidades educativas bien diferenciadas.

 

Al hablar de la escuela argentina en la actualidad es insoslayable hacer referencia al concepto de riesgo educativo. Con esta expresión se pretende dar cuenta de aquellos segmentos que nunca asistieron a la escuela, o tienen la primaria incompleta o, en el mejor de los casos, lograron alcanzar los primeros años de la educación secundaria. Se considera que esta población se encuentra en riesgo educativo porque no ha podido apropiarse de los conocimientos, aptitudes y destrezas necesarios para participar en forma plena en la vida ciudadana y en el mercado de trabajo. Lo grave es que estas desigualdades se refuerzan con las disparidades en la calidad de la educación a la que acceden los distintos grupos sociales, por lo que podríamos decir que la misma escuela es productora de riesgo educativo.



A esto se debe el que desde hace algunos años –para dar cuenta de una de las consecuencias de las políticas neoliberales sufridas en la región- se haya difundido en ciertos medios académicos latinoamericanos la expresión “transferencia intergeneracional de la pobreza. Esta noción apunta a destacar la especificidad de algunos comportamientos demográficos de los estratos carenciados que determinarían la reproducción de la pobreza entre generaciones sucesivas, o sea, la imposibilidad de que los hijos de padres pobres experimenten movilidad social ascendente (dejen de ser pobres). Desde esta óptica, la hipótesis de la “transmisión intergeneracional de la pobreza” constituiría un caso específico de bloqueo de la posibilidad de ascenso social intergeneracional. Un concepto que, en la actualidad, ha comenzado a usarse con mayor frecuencia en el análisis del impacto social de la crisis económica europea, especialmente en los realizados en España.

 

 

Como consecuencia de este proceso, cuando se quiere analizar la realidad de nuestra escuela, el concepto de cohesión social es crucial. Su pérdida, fruto de las circunstancias políticas, sociales y económicas (cuya consecuencia paradigmática fue el estallido de nuestro país en 2001-2002, pero que se venían gestando desde hacía casi cincuenta años) no sólo comportó el incremento de la desigualdad sino que agudizó la polarización ente los muy pobres y los muy ricos, destruyendo uno de los rasgos más distintivos de nuestro país: la existencia de amplios estratos medios que ayudaban a metabolizar el conflicto social.
También se perdieron otros rasgos valiosos: vastos sectores obreros con inserción laboral estable y niveles de vida modestos pero dignos; altísimos flujos de ascenso social que permitían transitar la vida en términos de un proyecto, y un sistema educativo concebido como motor del mismo; niveles de integración social superiores a los de muchos países periféricos e incluso a los de algunos países centrales. Todas pérdidas que, hasta hace poco, parecían irreparables.
Quienes más sufrieron este despojo fueron las familias de los estratos sociales más débiles y, por vía de consecuencia, los jóvenes de esa extracción. Se trata de las generaciones de los nacidos durante 1970-2000, que se criaron en la cultura de la exclusión, la pobreza, el hambre, y -en el límite- la delincuencia. Para ellas fue imposible percibir su vida como un proyecto personal que trascendiera el aquí y el ahora. Carecieron de un horizonte futuro y apenas tuvieron un presente signado por el subsistir a como dé lugar.
En la última década –contra todo pronóstico, y aunque todavía hay mucho por mejorar- se ha logrado que en nuestro país se reduzcan sustancialmente la desocupación, el trabajo precario y la regresividad de la distribución del ingreso. No por ello estos jóvenes están en condiciones de adoptar, en forma automática, los valores propios de una cultura del trabajo y el esfuerzo. Es ingenuo pensar que esto habría sido posible: si bien el despojo perpetrado no es irreversible, se trata de una tarea a largo plazo. Tarea en la que los educadores mucho tenemos y tendremos que ver.
Y es que así como la construcción del sentido de nacionalidad se hizo a través de la escuela, su refundación también precisa de la misma. Los conflictos que se viven puertas adentro de las mismas por los quiebres entre las prácticas tradicionales y las nuevas, por las resistencias a ciertos cambios que rompen con la comodidad aparente del orden de lo instituido, por las contradicciones entre las políticas nacionales y las locales, por las nuevas competencias que es necesario promover en relación con una sociedad que está en un marcado proceso de cambio, no son más que signos de que la escuela está en el centro de una escena en trasformación.

Mi voto de confianza es en favor de que la escuela sea promotora de esos cambios necesarios. De hecho es necesario que lo sea, puesto que no hay ninguna otra institución tan estratégicamente dotada para hacerlo. Y para eso necesitamos una escuela más democrática, más participativa, más abierta, de modo que se constituya en sí misma en formadora de ciudadanos comprometidos en la construcción de una Patria más libre, equitativa, igualitaria, justa, solidaria y soberana.

Para actuar en consecuencia aún hay mucho por reflexionar.

 

 
Por Viviana Taylor
 
 

Bibliografía de consulta para esta serie de artículos:

Althusser, L. Ideología y aparatos ideológicos de Estado,  en La filosofía como arma de la reacción;  Siglo XXI Editores, México. 1977
Bourdieu, P. y Passeron, J.C. Los estudiantes y la cultura, Editorial Labor.  Barcelona. 1967

Bowles, S. y Gintis, H. La educación como escenario de las  contradicciones en la reproducción de la relación capital-trabajo, en Educación y Sociedad. 1983

Willis, P. Aprendiendo a trabajar. Cómo los chicos de clase  obrera consiguen trabajos de clase obrera, Editorial Akal, Madrid.  1988.
Bourdieu, P. y Passeron, J.C. Los herederos.  Siglo XXI Editores. Argentina. 2003
Durkheim, Emilie. Sociología y Educación. Editorial Colofón. México, 1997
Fernando Osorio, La deseducación. En revista Caras y Caretas, marzo 2007. Página 60
Foucault, Michel. Vigilar y Castigar. Editores S.A., España.
Galeano, Eduardo. Patas arriba. La escuela del mundo al revés; Editorial Catálogos, Argentina.
Joaquín García Carrasco. Prólogo, en Octavi Fullat; Verdades y trampas de la pedagogía. CEAC. Barcelona, España. 1984
Reyes, Román. Diccionario Crítico de Ciencias Sociales. Universidad Complutense de Madrid.