viernes, 26 de marzo de 2010
jueves, 25 de marzo de 2010
¿La yegua?

No la voté y probablemente nunca lo haga. Pero, viniendo de la izquierda del radicalismo y no sintiéndome ya representada por ningún partido, me sorprendo con más acuerdos con este gobierno que con cualquier otro del que tenga memoria. Por eso, aunque no las haya escrito, va esta carta con la que acuerdo totalmente.
La verdad es que creo que un problema recurrente que sufrimos los argentinos casi desde siempre, es la falta de capacidad que tenemos para escuchar al otro. Si el otro piensa distinto que yo, ya no merece la pena que escuche lo que tiene para decirme.
Es posible pues, que en cuanto mis interlocutores vean de qué va el mail, lo borren sin leer. A contrario sensu, muchos ni se gastan en escribirles o hablar con el que piensa distinto, perdiendo de vista ambos, pues, que mucho más puedo aprender, crecer y nutrirme del que piensa distinto, que del que dice y piensa lo mismo que yo.
Quiero escribir estas palabras, sin ánimo alguno de confrontar. Y lo hago porque todos los días recibo dos o tres mails
criticando-denostando-puteando a Cristina Kirchner, con notas periodísticas o con chistes, "que la yegua ésta, que la maneja el bizco, que son los más corruptos de la historia", etc. etc. etc., y por eso quiero hacer una reflexión. Y porque si no hablo parece que estoy de acuerdo, y no lo estoy. Y porque muchos que piensan como yo, han decidido "callar para no discutir", pero yo aprendí que callar no le hace bien a nadie. Ni a los otros, ni a nosotros.
Creo tener autoridad moral para hablar de "los políticos", porque me sumé a la militancia política a los 14 años, en lo que yo llamo la izquierda del radicalismo. Digo la izquierda, porque lo primero que me dieron para leer, en aquel entonces, fue un manifiesto llamado " La Contradicción Fundamental : Pueblo y Antipueblo", y un par de libros de Jauretche, que marcaron mi ideario y mis sueños. Aunque después mehaya tenido que ir del Radicalismo, para no traicionarme.
CREO QUE TODOS SABEN QUE YO NO VOTE A CRISTINA: de hecho voté a Pino Solanas. Pero estuve haciendo un balance del accionar del gobierno de Cristina Fernandez, concretamente, (no el de Kirchner). De hecho, pensaba acerca de algunas medidas que me hubiera gustado que el gobierno de Alfonsín, al que defendí, y por el cual trabajé, hubiera tenido el coraje de tomar, y con las que estoy profundamente de acuerdo:
* Estoy de acuerdo con tener una Aerolínea de bandera estatal y no privatizada, NO IMPORTA QUE DE PÈRDIDAS. Aerolíneas Argentinas está para garantizar la conectividad, allí donde los privados no quieren irporque no les conviene, no está para hacer negocios. Argentina no termina en la Gral. Paz.
* Estoy de acuerdo con la Nueva Ley de Medios. Obviamente.
* Estoy de acuerdo con el modo en que se enfrentó la crisis económica internacional del año 2009. (Mantener los vínculos laborales, aunque sea subsidiando empresas, promoviendo el consumo, impulsando obra pública y construcción, que son industrias madres.) De hecho estamos de pie a pesar de la crisis, y otros países a los que muchos pretendíamos huir -España, por ejemplo- están escupiendo sangre.
* Estoy de acuerdo con la Derogación de la fiesta negra de las AFJP. Soy coherente en esto: nunca me afilié a una. Siempre me quedé en el sistema de reparto.
* Estoy de acuerdo con la Asignación Universal por Hijo de $180, que es de $720,- para el caso del hijo discapacitado, y nadie lo dice, ni siquiera el gobierno.
* Estoy de acuerdo con el Plan neokeynesiano de obras públicas, y la promoción de micro emprendimientos cooperativos para construcción de viviendas, en lugar de licitarlos para que se lo repartan entre Roggio, Techint y sus amigos.
* Estoy de acuerdo con la Ley de movilidad jubilatoria: es cierto que es poco, pero ahora los aumentos no dependerán de la voluntad de los gobernantes, ni de que sea o no año electoral. Poco, siempre es más que nada, que es lo que hasta ahora tenían.
* Estoy de acuerdo con la política de Derechos Humanos. Disfruté cuando bajaron el cuadro de Videla. JUICIO Y CASTIGO A TODOS LOS GENOCIDAS EN CARCELES COMUNES.
* Estoy de acuerdo con modificar la carta orgánica del Banco Central para que constituya una herramienta del Estado y no un poder aparte cooptado por el poder económico.
* Estoy de acuerdo con la plata que maneja Milagro Sala, que por lo visto, está muy bien manejada. Estoy de acuerdo con que les construya casas, polideportivos y piletas de natación a los changuitos, que allí no tienen que pagar la entrada.
* No me parece pecado que el Estado quiera recaudar. Para hacer obras, necesita recursos. Eso no es "hacer caja".
* Estoy de acuerdo con la lucha contra los monopolios, comenzando por Clarín, que ya da vergüenza lo tendencioso y malintencionado de sus informes. Y la mala leche permanente de sus comentarios.
* Me parece de un machismo repugnante procurar permanentemente hacer quedar a la Presidenta como una boluda, sugiriendo que cogobierna con el marido, cuando ha dado cabales muestras de tener once veces más pelotas que él.
* Estoy de acuerdo con las retenciones móviles para el campo, porque creo que cuando nos va bien, está bueno. Y cuando nos va MUY BIEN, es una obligación moral compartirlo con quienes han ayudado a que me vaya muy bien, que son todos los empleados que tengo laburando en negro en el campo, que no tienen agua potable, ni les pago jubilación, y que mientras yo hacía "paro" y cortaba la ruta seguían en mi campo con el lomo al sol, levantando la cosecha. Y me dolió que, como dijo José Pablo Feimann, el gobierno casi se cae con el apoyo de la clase media, porque este es un país donde se le quiere sacar un 3% a los terratenientes más poderosos y no se puede.
* Me parece notable que se usen con Cristina los mismos insultos que se usaban con Evita. Y lo digo como hija de una familia de gorilas, que creció escuchándolos.
* SI NOS TOMAMOS EL TRABAJO de entrar a la plataforma electoral del Frente para la Victoria, (yo me lo tomé) casi todas estas medidas estaban allí escritas y propuestas. O sea que eso de prometer y nocumplir no aplica en este caso. El que la votó y ahora la putea debió haber leído antes de votar. Y si no leyó, ahora sea responsable y bánquesela.
* No le envidio la cartera, ni el coiffeur, ni las carteras, ni los zapatos.
* Si la enganchan en una agachada, o en un acto de corrupción, deseo fervientemente que le den con un caño, porque habrá echado por tierra la esperanza y los sueños de un país mejor de mucha gente. Pero si eldato proviene de TN, me van a disculpar, pero no le voy a creer. Por aquello de Pedro y el Lobo, vio?
NO SOY KIRCHNERISTA, NI PERONISTA, PERO LA VERDAD QUE ESTOY DE ACUERDO EN UN MONTON DE COSAS. TENGO LA NECESIDAD DE DECIRLO PUBLICAMENTE PARACOMPENSAR TODAS LAS PUTEADAS QUE CIRCULAN, Y PORQUE COMO MI LABURO ES INESTABLE, HACE DOS AÑOS QUE NO ME PUEDO PAGAR EL PSICOLOGO, PERO ÈL ME ENSEÑO, AL IGUAL QUE MI TIA BEBA, QUE LAS COSAS HAY QUE SACARLAS PARA AFUERA!!! QUE TANTO!
KARINA RIAL
DNI 21.764.660
miércoles, 10 de marzo de 2010
El abuelo de La Rioja

Por Mario Ayala
Había una casa donde vivían papá, mamá, y los dos hijos adolescentes. Papá era remisero, mamá cosía para afuera, el mayor repartía pizzas en una motito, y el menor cortaba pasto.
Un día llegó el abuelo Carlos desde la Rioja, a vivir con ellos. Pronto sacó dos tarjetas de crédito, y comenzó a comprar boludeces para todos.
También pidió un crédito personal en la financiera del barrio, llamada MFI. Con todo ese dinero, pronto los hijos dejaron de trabajar, la madre también dejó de trabajar, y el padre salía a trabajar de vez en cuando. Los hijos compraron un Play Station y una PC, la madre compró vestidos e iba todos los días al shopping. Finalmente, papá dejó de trabajar.
¿Para qué trabajar? Con sus préstamos, abuelo se ocupaba de todo. Nadie en la casa parecía darse cuenta de que nadie trabajaba, nadie producía, nadie se daba cuenta de que todo era una ilusión
Pero ... un día hubo que pagar las tarjetas de crédito y el préstamo personal.
Y el abuelo solucionó rápidamente el problema: hipotecó la casa.
Con todo ese dinero, vivieron felices durante algún tiempo, hasta que se acabó.
Entonces, para evitar que se remate la casa, hubo que vender el auto, la máquina de coser, la motito y la cortadora de pasto. Y se pagaron algunas cuotas de los intereses de la deuda.
Pero un día, el dinero se acabó, y el abuelo ya no consiguió más créditos, y le sacaron las tarjetas de crédito.
¿Qué hacer? Sin auto, motito ni cortadora, nadie podía volver a trabajar.
¿Qué hacemos, abuelo?
El abuelo no contestó, se había ido y los dejó a todos en banda. Y encima se llevó los últimos pesitos que quedaban.
Papá, mamá y los hijo tuvieron que salir a trabajar de cartoneros, vender flores y limpiar pisos. Pasan hambre, ganan una miseria y apenas pueden pagar los crecientes intereses de la deuda de la casa y de la deuda con la FMI.
Poco a poco lograron comprar un caballo y un carro para poder cartonear.
Un día el abuelo volvió. Les dijo que todo iba a ser igual que antes, que él los iba a 'cuidar' como antes, que confiaran en él.
¿Y qué hizo la familia? Uno de los hijos, la mamá y el papá querían echarlo a patadas. Pero el otro hijo quiso que se quede.
¿Saben qué dijo?
-Con el abuelo estábamos mejor. Teníamos cosas, comida, una PC y no trabajábamos-
-Pero era todo una ilusión- le dijeron. -Vivíamos gracias a los préstamos, nos endeudamos, perdimos los medios de producción!-.
-¿Ah, si?- respondió. -¿Mi PC es una ilusión? ¿Todos los CD que me compré, era una ilusión? Existen, se pueden tocar. ¡Qué vuelva el abuelo!!!
Amigo lector, en este punto Ud estará de acuerdo conmigo, en que este hijo es un imbécil, sin memoria ni sentido común, ¿no?
Pues bien, sepa que la gran mayoría del pueblo argentino piensa así. Va a votar a Menem, porque con Menem se pudo comprar la casa o el auto, sin darse cuenta (o no querer darse cuenta) de que se vivía en una ilusión, gracias a préstamos que endeudaron al país para ..¿siempre?, que destruyeron las industrias, que dejaron sin trabajo a millones de argentinos.
Esta gran mayoría de los argentinos son egoístas: como durante los gobiernos de Menem no perdieron sus trabajos, entonces quieren que vuelva.
Pero no se dan cuenta de que posiblemente, esta vez sí van a perder sus empleos.
jueves, 28 de enero de 2010
miércoles, 20 de enero de 2010
¿Quién llora por Haití?

Por Viviana Taylor
Es increíble que haya tardado tanto en descubrirla, pero la razón por la que no concreté mi sueño adolescente de ser periodista hoy se me revela tan clara... Siempre pensé que una segunda vocación se me había terminado imponiendo a la primera. Pero no, simplemente tenemos corazón y tripas para unas cosas y no para otras. Para la docencia, la lentitud en la toma de posición es una virtud (lo descubrí -también- con el tiempo). Para el periodismo los reflejos deben ser rápidos: siempre hay que saber qué decir y qué hacer. Y si lo que se dice -o lo que se hace- es una barbaridad, siempre existirá el diario de mañana para decir y hacer lo otro y lo contrario. Y para negar lo dicho y hecho.
Es increíble que esta revelación me haya llegado viendo las noticias de estos últimos días. La primera imagen que me golpeó fue un brazo asomándose entre las ruinas de un edificio caído. Ajusté la mirada, no lo podía creer: sí, la cámara se había detenido para enfocar esos restos ganando en dramatismo lo que perdía en humanidad. Y luego volvió a detenerse en las manos que se asomaban debajo de las sábanas, como si faltando ese detalle pudiéramos pasar por alto que se trataba de muertos. Y, no satisfecha, se deleitó con las fosas comunes y las montañas de restos humanos prestas a convertirse en piras a cielo abierto.
No fueron las únicas imágenes que llegaron desde Haití. También nos mostraron las carreras hacia el lugar donde estaban cayendo las cajas con alimentos que eran arrojadas desde helicópteros. Y las otras, las de los supuestos saqueos a las mercaderías atrapadas entre las ruinas de los supermercados destruidos.
Pero lo más obsceno, lo que me obligó a apagar el televisor definitivamente, fueron los periodistas paseándose entre los heridos que estaban siendo atendidos en los puestos hospitalarios de campaña, señalándolos, tocándolos impúdicamente, comentando lo mal que olían, y hablando sobre ellos con la misma aséptica profesionalidad con que muestran las ofertas de carne de la semana.
No sé, pero el contraste con mi recuerdo sobre otras tragedias me pareció brutal.
En la Guerra del Golfo no vimos un sólo combate de cerca, un sólo muerto, un sólo herido. Sólo luces cruzando un cielo nocturno. Casi un remedo de las fiestas de fin de año. Una guerra apta para ser televisada a la hora de la cena, compartiendo la mesa familiar como una invitada más.
Cuando fueron derribadas las Torres Gemelas, tampoco los vimos. Quizás las primeras imágenes, todavía no controladas, que mostraron algo de la tragedia humana. Luego ya no. La tragedia dejó de ser humana y pasaron a ser las Torres caídas. Una herida a la ciudad y al imperio, no en su gente.
Pero en Haití pasan los días y las imágenes se siguen sucediendo despiadadas. ¿Debería suponer que es porque no están siendo controladas, y "sale lo que sale"? ¿O más bien debería sospechar que, eso que sale, es lo que se ha decidido que salga? ¿Es porque se trata de una país pobre, de mayoría negra, analfabeta?
Mientras tanto, los cruceros siguen llegando a sus costas. Ahí nomás de donde la gente se muere de hambre y sed, los ricos del mundo toman sol y nadan en aguas paradisíacas. Claro, por supuesto, dejarán sus donaciones para la reconstrucción de... ¿de qué? ¿qué es lo que se va a construir, ahora, en Haití?
Y mientras tanto, en algunos países -como Estados Unidos y Holanda- se están favoreciendo las "adopciones express" de niños haitianos huérfanos, por razones humanitarias.
¿Qué significa que serán "express"? ¿Se les darán niños a cualquiera?
¿Qué significa que serán "adopciones"? ¿Serán sus hijos, sirvientes, esclavos?
¿Qué significa "huérfanos"? ¿Que serán quienes perdieron a toda su familia, o sólo a quienes perdieron a sus padres?
¿Cómo se puede estar seguro, en semejante caos infernal, que un niño es huérfano? Y cuando comiencen a aparecer -como seguramente sucederá- muchos de los que hoy están dados por desaparecidos -o por muertos- ¿cómo se les devolverán sus hijos?
¿Cómo se reconstruirá Haití sin sus niños? ¿Cómo crecerán esos niños sin Haití?
De lo que no me caben dudas es de que, para hacer este tipo de periodismo que estamos viendo que se hace desde Haití, y que tan bien pinta a esta parte occidental y cristiana del mundo, hacen falta corazón y tripas. Un corazón y unas tripas que yo no tengo. Como no tengo certezas. Apenas, por ahora, una pregunta que me inquieta: ¿quién llora por Haití?
jueves, 3 de diciembre de 2009
De esas cosas no se hablan

Ayer, miércoles 2 de diciembre, las dos divas argentinas se sentaron a compartir manjares imposibles de encontrar en muchas mesas, en lo que la anfitriona dio en llamar “el almuerzo del año”. Divas de cabotaje –pero divas al fin- pretendieron acortar distancias con esos otros muchos que las miraban en las pantallas frente a sus propias mesas, más humildemente provistas. “La mayoría piensa como nosotras”, “nadie puede estar en desacuerdo (con lo que acababan de decir)” fueron frases que se repitieron en varias ocasiones. Y finalmente la pregunta: “¿Cómo fue que llegamos a esto?” se preguntó una Mirtha teatralmente preocupada. “De a poco”, sentenció Susana, igualmente reflexiva. Y ambas concluyeron en que el origen de todos los males está en la división de la sociedad, promovida y alimentada por el actual gobierno que insiste en recordar el pasado. “De estas cosas no se hablaba”.
De todo lo que dijeron, quiero centrarme en la pregunta que se hicieron, en el cómo llegamos a esto. Y si lo que nos preocupa de la situación social actual es –fundamentalmente- que todos los indicadores de la violencia están agravándose, creo que podemos considerar justamente a esta violencia como el síntoma principal en nuestra sociedad que –si ya no lo ha hecho- está enfermándose-enfermándonos.
Creo que debemos tener en cuenta que, quien se enferma, lo hace porque al tener que resolver una exigencia adaptativa, sus elementos disposicionales y actuales se intrincan con un contexto grupal que no es continente del conflicto.
Pensemos por ejemplo en un joven de 20 años, que vive en un barrio humilde y no ha podido completar su escolaridad media porque la gratuidad de la escuela es una falacia: quienes viven lejos de los centros urbanos no tienen acceso a bibliotecas públicas bien provistas, las bibliotecas escolares de barrios pobres tampoco suelen estarlo, el acceso a computadoras e internet es en locutorios o cibers por lo general poblados de otros chicos que juegan ruidosamente en red –y además, por barata que sea la hora, hay que pagarla-, es necesario un mínimo de útiles escolares, el pasaje de colectivo… Y no podemos desconsiderar el hecho de que para muchos de estos jóvenes, además, la escuela es un lugar ajeno, donde se practican formas de interacción, de lenguaje y de organización del tiempo y el espacio que les resultan extrañas frente a las que han internalizado a partir de sus vivencias familiares y barriales. Pensemos en las posibilidades –actuales o futuras- de este joven para acceder a un trabajo que le permita satisfacer dignamente sus necesidades, y así insertarse activa y productivamente en una sociedad con fuertes rasgos consumistas, en la que el concepto de ciudadano queda muchas veces reducido al de consumidor.
Pensemos en el trabajador que luego de 50 años de trabajo logra jubilarse. Que apenas llega a sobrevivir con una jubilación que no alcanza a cubrir sus necesidades, y cuyos magros ahorros fueron expoliados repetidamente por políticas de ajuste que siempre se aplicaron sobre los mismos.
Pensemos en el hombre o mujer cabeza de familia, que no ha tenido la oportunidad de conocer ni el trabajo estable ni los beneficios del estado de bienestar, del que sí gozaron sus padres y abuelos. Pensemos en sus dificultades para planificar a futuro. Y en los hijos que crecen con la evidencia de que sus padres están peor de lo que estuvieron sus abuelos, y proyectan que seguramente le pasará lo mismo.
Entonces, repito: quien se enferma, lo hace porque no puede resolver la exigencia adaptativa en un contexto social que no es capaz de operar como continente de estos conflictos.
De todo lo que dijeron, quiero centrarme en la pregunta que se hicieron, en el cómo llegamos a esto. Y si lo que nos preocupa de la situación social actual es –fundamentalmente- que todos los indicadores de la violencia están agravándose, creo que podemos considerar justamente a esta violencia como el síntoma principal en nuestra sociedad que –si ya no lo ha hecho- está enfermándose-enfermándonos.
Creo que debemos tener en cuenta que, quien se enferma, lo hace porque al tener que resolver una exigencia adaptativa, sus elementos disposicionales y actuales se intrincan con un contexto grupal que no es continente del conflicto.
Pensemos por ejemplo en un joven de 20 años, que vive en un barrio humilde y no ha podido completar su escolaridad media porque la gratuidad de la escuela es una falacia: quienes viven lejos de los centros urbanos no tienen acceso a bibliotecas públicas bien provistas, las bibliotecas escolares de barrios pobres tampoco suelen estarlo, el acceso a computadoras e internet es en locutorios o cibers por lo general poblados de otros chicos que juegan ruidosamente en red –y además, por barata que sea la hora, hay que pagarla-, es necesario un mínimo de útiles escolares, el pasaje de colectivo… Y no podemos desconsiderar el hecho de que para muchos de estos jóvenes, además, la escuela es un lugar ajeno, donde se practican formas de interacción, de lenguaje y de organización del tiempo y el espacio que les resultan extrañas frente a las que han internalizado a partir de sus vivencias familiares y barriales. Pensemos en las posibilidades –actuales o futuras- de este joven para acceder a un trabajo que le permita satisfacer dignamente sus necesidades, y así insertarse activa y productivamente en una sociedad con fuertes rasgos consumistas, en la que el concepto de ciudadano queda muchas veces reducido al de consumidor.
Pensemos en el trabajador que luego de 50 años de trabajo logra jubilarse. Que apenas llega a sobrevivir con una jubilación que no alcanza a cubrir sus necesidades, y cuyos magros ahorros fueron expoliados repetidamente por políticas de ajuste que siempre se aplicaron sobre los mismos.
Pensemos en el hombre o mujer cabeza de familia, que no ha tenido la oportunidad de conocer ni el trabajo estable ni los beneficios del estado de bienestar, del que sí gozaron sus padres y abuelos. Pensemos en sus dificultades para planificar a futuro. Y en los hijos que crecen con la evidencia de que sus padres están peor de lo que estuvieron sus abuelos, y proyectan que seguramente le pasará lo mismo.
Entonces, repito: quien se enferma, lo hace porque no puede resolver la exigencia adaptativa en un contexto social que no es capaz de operar como continente de estos conflictos.
¿De qué manera podría manifestarse tal enfermedad? De modos a los que nos hemos acostumbrado de tal manera, que hemos naturalizado. En la apatía frente al futuro y todo lo que sea preparación para él, que vemos en muchos adolescentes y jóvenes que, aún no padeciendo privaciones actuales, desconfían de sus posibilidades futuras para hacerse cargo de su vida y renuncian a todo esfuerzo que consideran inútil. Muchos de estos chicos hoy pueblan nuestras aulas y, si bien no suelen ocasionar problemas de convivencia, los vemos asistir a la escuela como quien va a un club a encontrarse con amigos. Y la razón por la que siguen yendo es porque no hay un lugar mejor donde estar. O aquellos que se revelan violentamente frente a lo que sienten es una agresión anterior, y cometen pequeños actos de rebeldía, incurren en el vandalismo, o incluso asaltan a quienes perciben como “otros”, los que tienen lo que también por derecho les pertenece y de lo que han sido privados. Se trata de quienes emergen como portavoz de una estructura social en la que impera un clima crónico de frustración y desconocimiento de las necesidades que fundamentan los vínculos. Y justamente, lo que hace que estas formas de interacción social que se han instalado sean patogenéticas es la frustración sistemática, la experiencia de fracaso repetida a través de varias generaciones. Todo esto va llevando a un nivel generalizado de ansiedad que, una vez instalado, incrementa la disociación y la proyección. Es así como nuestro grupo social se ha ido desintegrando en subgrupos caracterizados por el prejuicio y la desconfianza mutua, y hasta hemos llegado a parcelar el territorio para no compartirlo, en un progresivo deterioro de nuestras formas de vínculo.
Es por todo esto que, para comprender y superar lo que nos está pasando como sociedad, deberíamos buscar la explicación del recrudecimiento de la violencia en los modos en que nos relacionamos. Y para ello va a ser necesario que consideremos dos cuestiones:
1. ¿Cuáles son nuestras necesidades? Dentro de ellas, ¿qué lugar ocupan las necesidades compartidas? ¿Cuáles son los objetivos que, como personas y como ciudadanos, perseguimos? ¿Mediante qué estrategias esperamos alcanzarlos? Y esas estrategias, ¿conforman una tarea colaborativa, en la que todos participamos y de la que todos podemos beneficiarnos?
2. Cuando pensamos en ese “todos”, ese “nosotros”, ¿quiénes somos “nosotros”? Y, en consecuencia, ¿quiénes son “los otros”? ¿Cómo nos definimos y cómo los definimos? ¿Y cómo creemos que ellos se definen a sí mismos y nos definen a nosotros?
La razón por la que es necesario que nos hagamos todas estas preguntas (que seguramente serán apenas el inicio de todo lo que necesitamos preguntarnos) es que nuestras formas de interacción social surgen de este sistema de representaciones recíprocas que cobra la forma de un argumento grupal en el que cada integrante desempeña un rol. Y esta trama argumental también es un nivel de existencia del grupo social.
Una de las características de toda trama argumental es que todo grupo registra en su historia –al menos- un hecho silenciado. Como bien decían Mirtha y Susana, hay cosas de las que no se habla. Y este hecho, fundadamente o no, es cargado por la fantasía con los rasgos de lo siniestro, de lo que no puede salir a la luz.
La presencia elocuente de lo oculto también divide al grupo en dos subgrupos: los conocen el secreto y cuya complicidad los acerca, a la vez que su peligrosidad los enfrenta; y quienes lo desconocen, pero lo intuyen. Y tanto esta intuición como su develamiento es lo que puede actuar como desencadenante de una crisis de identidad. Ante la presencia –intuida o develada- de lo oculto aparece la desconfianza frente al propio grupo social.
La presencia del secreto y la necesidad de mantenerlo como tal determina modalidades de comunicación, evitación, simulación. Se generan “zonas de silencio”, pero también zonas de impostura, de distorsiones en la comunicación. Y esto es lo que piden Mirtha y Susana: que ante el secreto develado de lo acontecido en los años más trágicos de nuestra historia reciente (que no se agotan en los hechos de la última dictadura, sino en la continuidad de sus políticas sociales y económicas durante gobiernos democráticos posteriores), el silencio y la ocultación se sigan sosteniendo como un mecanismo mágico. Como si el silencio y el ocultamiento nos permitieran evitar la desestructuración social y la modificación de nuestra autoimagen, en la que seguimos viéndonos como derechos y humanos. Como si se pudiese silenciar y ocultar que ellas –y otros- formaron y forman parte del grupo que se vio beneficiado por las mismas políticas que a muchos más perjudicaron. Como si se pudiera evitar que, en algún momento, se les pregunte qué han hecho por la sociedad de la que se sienten parte, y se develen los vericuetos de sus enriquecimientos. Como si se pudiera suprimir y controlar aquella situación que –hoy- sigue generando síntomas.
1. ¿Cuáles son nuestras necesidades? Dentro de ellas, ¿qué lugar ocupan las necesidades compartidas? ¿Cuáles son los objetivos que, como personas y como ciudadanos, perseguimos? ¿Mediante qué estrategias esperamos alcanzarlos? Y esas estrategias, ¿conforman una tarea colaborativa, en la que todos participamos y de la que todos podemos beneficiarnos?
2. Cuando pensamos en ese “todos”, ese “nosotros”, ¿quiénes somos “nosotros”? Y, en consecuencia, ¿quiénes son “los otros”? ¿Cómo nos definimos y cómo los definimos? ¿Y cómo creemos que ellos se definen a sí mismos y nos definen a nosotros?
La razón por la que es necesario que nos hagamos todas estas preguntas (que seguramente serán apenas el inicio de todo lo que necesitamos preguntarnos) es que nuestras formas de interacción social surgen de este sistema de representaciones recíprocas que cobra la forma de un argumento grupal en el que cada integrante desempeña un rol. Y esta trama argumental también es un nivel de existencia del grupo social.
Una de las características de toda trama argumental es que todo grupo registra en su historia –al menos- un hecho silenciado. Como bien decían Mirtha y Susana, hay cosas de las que no se habla. Y este hecho, fundadamente o no, es cargado por la fantasía con los rasgos de lo siniestro, de lo que no puede salir a la luz.
La presencia elocuente de lo oculto también divide al grupo en dos subgrupos: los conocen el secreto y cuya complicidad los acerca, a la vez que su peligrosidad los enfrenta; y quienes lo desconocen, pero lo intuyen. Y tanto esta intuición como su develamiento es lo que puede actuar como desencadenante de una crisis de identidad. Ante la presencia –intuida o develada- de lo oculto aparece la desconfianza frente al propio grupo social.
La presencia del secreto y la necesidad de mantenerlo como tal determina modalidades de comunicación, evitación, simulación. Se generan “zonas de silencio”, pero también zonas de impostura, de distorsiones en la comunicación. Y esto es lo que piden Mirtha y Susana: que ante el secreto develado de lo acontecido en los años más trágicos de nuestra historia reciente (que no se agotan en los hechos de la última dictadura, sino en la continuidad de sus políticas sociales y económicas durante gobiernos democráticos posteriores), el silencio y la ocultación se sigan sosteniendo como un mecanismo mágico. Como si el silencio y el ocultamiento nos permitieran evitar la desestructuración social y la modificación de nuestra autoimagen, en la que seguimos viéndonos como derechos y humanos. Como si se pudiese silenciar y ocultar que ellas –y otros- formaron y forman parte del grupo que se vio beneficiado por las mismas políticas que a muchos más perjudicaron. Como si se pudiera evitar que, en algún momento, se les pregunte qué han hecho por la sociedad de la que se sienten parte, y se develen los vericuetos de sus enriquecimientos. Como si se pudiera suprimir y controlar aquella situación que –hoy- sigue generando síntomas.
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