lunes, 9 de octubre de 2017

Identidad de Género y Orientación Sexual



Encuentros y desencuentros
con la realidad rebelada
en la búsqueda de la verdad revelada





Entre el martes 3 y el jueves 5 de octubre, el ISFD 112 de San Miguel (Pcia de Buenos Aires) realizó sus Primeras Jornadas Institucionales de Género.
El texto que sigue recoge mi participación en el panel del último día.





Por Viviana Taylor
Cada vez que se aborda la identidad de género como tema, es inevitable defraudar la expectativa de acercar certezas. Lo único que se puede afirmar es que estamos transitando un ámbito de conocimiento sobre lo más profundamente humano, donde lo que hemos acumulado no es mucho más que un conjunto de saberes escritos con lápiz en un borrador que estamos rehaciendo permanentemente.
Existe cierto consenso respecto de que nada de lo que afirmemos que pueda semejar una explicación acerca del origen o la causa de nuestra identidad de género debería ser asumido como verdad revelada. Sin embargo, no dejamos de buscarla. Y en esa búsqueda, en contradicción con los postulados que decimos sostener, seguimos poniendo demasiada atención a los órganos genitales.
Como sociedad, a partir de esa constatación fundante de la presencia de una vagina o un pene, asignamos una identidad de género que no es más que una apuesta. Y vamos más allá, derivando la futura orientación sexual como consecuencia directa. Apuesta, en fin, que no es otra cosa que una anticipación del resultado esperado, pero que sostenemos con una fe en la fuerza de su determinación que no se condice con las evidencias de la realidad. Y -como con toda afirmación de fe sucede- cuando la realidad la contradice, asumimos que la equivocada es la realidad.
Sin embargo, la contradicción aparece. Y se empecina en seguir apareciendo. Todo el tiempo, en todas las culturas, en todos lados… Y así ha venido sucediendo, al menos desde que tenemos algún registro, a lo largo de toda nuestra historia.

No hay una ley natural que determine que la presencia del pene o de la vagina sea la causa efectiva y explicativa de la identidad de género ni de la orientación sexual. Si así fuese, sería verificable en el 100% de los casos. Y no es lo que está sucediendo.
Si no hay una ley natural, ¿por qué hacemos apuestas que asumimos como certezas?
Porque estas apuestas son una imposición cultural que no busca afirmar ni explicar la realidad, sino crearla. Son parte de un conjunto de regulaciones para sostener el binario varón-mujer con características bien diferenciadas, y dan lugar a un sistema de disciplinamiento para aquellos casos en que la realidad se insubordina al mandato, se rebela a lo impuesto.
Nuestra sociedad y nuestra cultura, son esencialmente binarias: varones con penes, de infancia celeste y jugando con camiones, armas y pelotas, halagados por su rapidez mental para resolver cuentas, por su intrepidez deportiva, su capacidad para generar dinero y construir cosas; mujeres con vagina, de infancia rosa y jugando con muñecas, a la maestra y a las visitas, halagadas por la prolijidad de sus cuadernos escolares adornados con colores, por la obediencia sumisa a las figuras de autoridad, y por el desempeño amoroso y abnegado en tareas y profesiones de cuidado.
Pero además de ser binaria, nuestra sociedad está estructurada por un doble orden de dominación -patriarcal y capitalista- por el cual uno de los términos del binario está en situación de privilegio, a la vez que sobre la totalidad de los sujetos opera una segunda forma de subordinación basada en relaciones de explotación. En nuestra sociedad, no hay escalón más bajo que el de las mujeres transgénero, lesbianas y pobres, ni peor insulto que “ni para puta servís”.
Sobran, sin embargo, evidencias de que estas no son más que regulaciones culturales, no determinadas biológicamente por la presencia de penes o vaginas. Regulaciones culturales que también encontramos en otras sociedades, donde operan en torno de otros mandatos, intentando crear realidades diferentes.
Un caso de análisis muy interesante para desnaturalizar este binario constitutivo es el de las muxé, que forman parte integral de la cultura zapoteca en México, y que construyen su identidad como un tercer género. Habiendo sido designadas como varones por nacimiento, se identifican con las conductas socialmente asignadas a las mujeres, y se perciben a sí mismas como una alternativa no binaria de género, lo que les permite alternar roles femeninos y masculinos tanto en la esfera social como privada, sin asimilarse a una orientación sexual determinada. Consecuentemente, si bien la mayoría forma pareja con varones, son muchos los que asumen el rol masculino de esposos y padres, y contraen matrimonio según las formas tradicionales. Y entre las familias tradicionales, suelen ser considerados “el mejor de sus hijos” ya que permanecen con sus padres, a quienes cuidan en su ancianidad, a diferencia de los hijos varones que suelen desligarse del cuidado familiar cuando forman su propia familia. Sus prácticas culturales y de género -que contradicen el modelo hegemónico de masculinidad- provienen desde tiempos precolombinos, y han sobrevivido a pesar de la hegemonía de la concepción binaria de género durante la conquista de América.
La presentación en 2005 del documental “Muxés: auténticas, intrépidas y buscadoras de peligro”, de la directora Alejandra Islas, abrió en México una discusión inicial sobre su derecho a vestir los trajes y a tener igual trato que las mujeres en las fiestas tradicionales, que luego se extendió a otros temas sexuales y de género.

Otro caso interesante, es el de la tribu Keraki en Nueva Guinea, que nos permite poner en tensión el modo en que operan las regulaciones sociales sobre la construcción de la orientación sexual.
En esta tribu, los varones jóvenes son iniciados sexualmente por coito anal por hombres mayores, y durante toda su soltería sus prácticas sexuales consisten en iniciar a otros varones jóvenes. Así, el proceso de construcción del status de adulto pleno pasa por dos fases previas caracterizadas por la sodomía pasiva iniciática, que habilita a la sodomía activa, hasta que con el matrimonio se alcanza el status social pleno de varón casado, que por un lado permite mantener relaciones sexuales con mujeres, y por otra prohíbe todo contacto sexual con otros varones.
 Así, lo que para nuestra cultura son conductas vinculadas a la orientación sexual, para la cultura keraki son fases constitutivas del proceso de construcción del status de adulto pleno.

No sobreabundaré en otros ejemplos, ya que la literatura sobre género y sexualidad rebosan de casos que nos proveen de evidencias sobre las diferencias culturales en las definiciones sobre identidad de género y orientación sexual. Y la persistencia obstinada en la búsqueda de una explicación genética, epigenética, neurofisiológica o neurocognitiva sobre ellas, no ha hecho más que reforzar la sospecha de que si hay un Santo Grial por ser encontrado, es más probable que se lo halle en los modos en que operan las regulaciones y disciplinamientos sociales que en lo biológico. A pesar de ello, no se ha puesto el mismo esfuerzo en la búsqueda de explicaciones acerca de cómo estas regulaciones logran generar conformidad, que el que se ha puesto para intentar dilucidar las causas que expliquen la disconformidad con la identidad de género asignada, los roles de género impuestos, y la orientación sexual heteronormada.
Sin embargo, es justamente en esta realidad insubordinada, rebelada, es donde encontramos algún atisbo de verdad revelada. Si bien lo biológico, lo genético, lo neurofisiológico, no son causa ni explican la identidad de género ni la orientación sexual, las admiten. Y las admiten como diversas. Lo estructuralmente constitutivo de la identidad humana es lo diverso, lo múltiple y lo complejo. Y en esta complejidad, el género es una de las dimensiones de nuestra identidad, que emerge como entramado de una diversidad de dimensiones, orientaciones y estructuras: de género, sexuales, familiares, sociales, culturales, históricas, religiosas, políticas…

Frente a esta realidad rebelada que se revela, podemos asumir tres actitudes posibles.
1.     Negación. Manteniéndonos dentro del paradigma binario varón-mujer, donde lo normal es que estén determinados por la presencia de pene o vagina, orientados heterosexualmente y con el cumplimiento de los roles de género culturalmente asignados. E identificar esa normalidad con lo sano y/o lo moral. Consecuentemente, interpretar a la realidad en rebeldía como déficit. Un déficit que se debe curar, corregir, reorientar, reeducar, rehabilitar, castigar, excluir. E incluso, que en algunos casos se puede llegar a tolerar bajo la condición de que la realidad insubordinada se discipline al mandato binario: que los cuerpos sean intervenidos médicamente para asimilarlos al de los verdaderos hombres y verdaderas mujeres que portan pene o vagina por privilegio de nacimiento, y asuman la orientación sexual que se le asigna a su nueva condición de elección.
2.     Tolerancia. Implica aceptar la existencia de los diferentes y su derecho a expresar la particularidad que los diferencia, en tanto no obstaculice ni condicione el sistema de privilegios del que participamos por pertenecer a la supuesta homogeneidad en que nos reconocemos. Las particularidades se interpretan como marcas de identidad exclusivas y excluyentes: quienes las comparten son absolutamente iguales entre sí, y absolutamente diferentes a los otros. Consecuentemente determinan agrupamientos estancos y sin relaciones entre sí. Socialmente, equivale a mostrarse capaces de compartir el territorio sin entramarse en vínculos significativos. El mayor peligro de los tolerantes es su tendencia a tolerar: excepto la propia (naturalizada, a la que vivencian como de sentido común), consideran todas las posiciones como igualmente valiosas, poniendo en la misma posición a víctimas y victimarios, explotadores y explotados, privilegiados y vulnerados. Consideran a todas estas expresiones como igualmente válidas, y se ponen a sí mismos a una equidistancia axiológica y aséptica, pretendidamente superadora, sin capacidad para autoevaluar sus actitudes y conductas como reproductoras de un sistema de sojuzgamiento y opresión.
3.     Sensibilidad activa. Surge como consecuencia de haber reflexionado sobre la complejidad y multiplicidad de lo humano, y sentirse parte de esa diversidad, lo que lleva a asumir que los derechos inalienables son de todas las personas, y no sólo para una expresión de la diversidad posible. La sensibilidad activa lleva a tomar posición por la defensa de los derechos de los vulnerados y los vulnerables, y a cuestionar nuestra sociedad y cultura binarias y estructuradas por la doble dominación patriarcal y capitalista como un sistema de opresión en el que todos y todas estamos entrampades: incluides, excluides y vulnerables. Cuestionamiento que se asume en actitudes efectivas, con una vigilancia permanente de la propia conducta para no reproducir el sistema de regulaciones y disciplinamiento en los ámbitos en que nos desarrollamos.

Por último, no quiero dejar de volver a esta idea de que todo lo que hoy sostenemos sobre identidad de género y orientación sexual son saberes parciales escritos en borradores y con lápiz.
Sospecho que, para poder avanzar en la construcción de un mayor grado de certeza, necesitamos alejarnos de tres obsesiones heredadas de nuestra tradición epistemológica:
1.     La obsesión por nombrar.
2.     La obsesión por construir taxonomías.
3.     La obsesión por establecer relaciones causales.
Nos encanta nombrar para definir, y así poder sostener la ilusión de que hemos aprehendido un objeto real como objeto de conocimiento. Y nos encanta clasificarlos según categorías para ubicarlos en una taxonomía. Decimos cisgénero, transgénero, heterosexual, gay, lesbiana, bisexual, pansexual, intersexual, asexual, queer, travesti… palabras que usamos como marcas de identidad que refieren a grupos homogéneos de individuos absolutamente iguales entre sí, absolutamente diferentes a otros grupos. Conceptualizaciones que vuelven a encuadrarse en el sistema binario como condición, si no fundante de la identidad, al menos de referencia desde la cual comenzar a definirlas.
No tengo dudas de que hoy necesitamos de estas palabras. Porque nombrar visibiliza. Y visibilizar es requisito inicial para el camino hacia la sensibilización activa de nuestra sociedad. Pero el verdadero cambio cultural se funda en la construcción de una sociedad que se reconozca en la singularidad que la define, y sea capaz de percibir que esa singularidad está estructurada por la diversidad, la multiplicidad y la complejidad que la conforman. Una cultura y una sociedad en que estas categorías dejan de tener sentido para abrazar lo diverso de lo humano.
Por Viviana Taylor