viernes, 19 de septiembre de 2014

Crecimiento con inclusión según el FMI. Argentina 1ª en AL y 3ª en el mundo


Quién fue el raro bicho, que te ha dicho, che pebete…
(o: todavía firuleteamos... y vamos por más)
 
 
Por Viviana Taylor

 

La noticia circuló ayer sobre todo a través de medios electrónicos, y recién hoy está apareciendo en algunos medios masivos: el FMI acaba publicar (el 16 de septiembre, hace apenas tres días) el documento "A Quality Growth Index for Developing Countries", un análisis sobre crecimiento para los países en desarrollo.

El eje es el análisis de un índice denominado Calidad del Crecimiento (QGI, similar al Coeficiente de GINI), que pretende ser una síntesis de los nuevos enfoques de crecimiento, que incluyen la consideración de la igualdad de oportunidades, protección del empleo y disminución de la pobreza, y reivindica las políticas públicas destinadas a aumentar el consumo de los sectores de más bajos ingresos, y pone en valor indicadores de estabilidad económica y desarrollo financiero.

El documento, por su parte, se concentra en la valoración de la evolución de ese crecimiento inclusivo (representado por el QGI) en las naciones emergentes desde los años 90.

Y esto es lo que lo hace especialmente interesante para nosotros, en este momento en que estamos en pleno debate por la sucesión presidencial que se avecina para 2016: demuestra claramente qué es lo que está en juego cuando se debaten modelos de país. E, irónicamente, lo hace desde la usina ideológica económica y financiera que sobrevaloran las posturas más radicalmente opositoras al gobierno de Cristina.

El trabajo demuestra que Argentina escaló nueve puestos entre 2005 y 2011 (ya que el documento no abarca el análisis de la totalidad del quinquenio 2010-2014, que estamos transitando, y quizás sea objeto de un documento similar publicado el año que viene) en comparación con los cinco años anteriores, ubicándose entre los países de mayor crecimiento con inclusión y de mayor rapidez de convergencia. Desde entonces, está en el primer lugar en América Latina, y tercero a nivel mundial, sólo detrás de Bulgaria y China.

Comparativamente con otros países de la región, Brasil está en el puesto 11, Chile en el 15 y México en el 18.

Dos casos interesantes para destacar son los de Perú y Paraguay, ya que tanto los informes del FMI como los del Banco Mundial suelen destacarlos como países pujantes: los encontramos en las ubicaciones 13 y 38 respectivamente. Quizás ese “destaque” cual estrellitas ascendentes de la marquesina del espectáculo regional tenga más que ver con su alineamiento a la política económica y financiera propiciada por estos organismos y a su adhesión regional al eje del Pacífico, liderado por EEUU.

Es un documento muy interesante para nosotros en este momento, decía apenas unos párrafos más arriba, porque nos provee de datos que nos permiten volver a mirar –y recordar- a dónde llevan los modelos de país que se están discutiendo.

El trabajo mide la evolución del crecimiento inclusivo de las naciones emergentes desde los años 90, y podemos cuantificar a partir de este índice el derrotero que vivió Argentina durante los años del neoliberalismo: del 4º lugar que ocupábamos en el quinquenio 1990-1994, pasamos al 9º entre 1995-1999, y desbarrancamos hasta el 12º entre 2000-2004. Los números –sobre todo para los adoradores de los índices provistos por el FMI- son claros: durante la vigencia de la aplicación de las recetas del propio FMI, para la Argentina fueron años barranca abajo.

Considerando que no son pocos los candidatos que proponen esas mismas políticas cuyo resultado ya conocemos y padecimos, prometiendo repuntes de crecimiento económico y mayor estabilidad fiscal y financiera, conviene apelar a las definiciones que el propio FMI sostiene en este documento: “La historia reciente ha demostrado que el alto crecimiento por sí solo no conduce necesariamente a buenos resultados sociales. Importa si el crecimiento es inclusive o no. Por lo tanto, la inclusión es un elemento esencial ingrediente (sic) de cualquier estrategia de crecimiento exitosa”. Y agrega que en estos años, si bien muchos países en desarrollo experimentaron un fuerte crecimiento, “relativamente pocos experimentaron reducciones importantes en la pobreza, la desigualdad y el desempleo”. ¿Estaría equivocada si arriesgara que se refieren a los que siguieron sus recomendaciones? No lo creo. De hecho, la afirmación anterior se parece mucho a una extraña combinación de mea culpa exculpatorio, si es que tal cosa es posible (“cosas vederes, Sancho, que harán hablar a las piedras”, recitaba el quijote).

Ahondando un poco más en este concepto del QGI, podemos señalar que (a diferencia del IDH-Índice de Desarrollo Humano- desarrollado por las Naciones Unidas) no se concentra en el nivel de ingresos, sino en la naturaleza del crecimiento: cómo se llega a un determinado nivel de ingresos. Si el crecimiento es fuerte, estable, sostenible (según los fundamentos macroeconómicos) aumenta la productividad de los factores de producción de una economía particular (tierra, capital, trabajo, tecnología). Este índice, además, muestra la relación de complementariedad entre el crecimiento y los indicadores sociales como educación y salud.

Entre las conclusiones de este trabajo, se indica que la calidad del crecimiento ha ido mejorando en la mayoría de los países en las últimas dos décadas. Pero que, sin embargo, la tasa de convergencia de ese crecimiento hacia la calidad del mismo es relativamente lenta: no todos están creciendo con inclusión.

También señala que hay variaciones considerables entre países y regiones que no pueden ser consideradas sólo a través de los niveles ingresos. Dicho en criollo: no todo lo que brilla es oro.

 
Y hasta tal punto no todo lo que brilla es oro, que si vemos cómo se repartieron oropeles en el documento Perspectivas económicas - Las Américas - Desafíos crecientes también del Fondo Monetario Internacional, correspondiente a abril de 2013, otras eran las cuestiones que ellos mismos decían apenas unos meses atrás.

Por ejemplo,  en la página 16 se afirma que “Argentina y Venezuela, a su vez, enfrentan importantes desequilibrios fiscales y externos, que llevaron a la aplicación de diversos controles comerciales, de precios y cambiarios que afectan el crecimiento”, en coherencia con el modo en que habitualmente explican la relación entre estas variables y –consecuentemente- derivan recomendaciones. Para entender el sentido de esta relación entre factores para explicar las variaciones del crecimiento, voy a apelar al modo en que analizan la situación de México.

Apenas unos párrafos antes (en la página 15) habían dejado sentado que “la desaceleración particularmente brusca registrada en México se explica por una disminución del gasto público y de la actividad en el sector de construcción y por una menor demanda proveniente de Estados Unidos”. Sin embargo, en el mismo párrafo en que se señalan desequilibrios en Argentina y Venezuela, para México se pronostica el repunte de su economía “gracias al fortalecimiento de la recuperación económica de los Estados Unidos y la normalización de algunos factores internos”. Es interesante constatar cómo la disminución del gasto público y de la actividad del sector de construcción (que sabemos por experiencia local que están íntimamente relacionados) aparecen como factores explicativos de la desaceleración del crecimiento, pero no como factores promotores de las expectativas de reactivación. Sí, en cambio, se señala como factor casi excluyente de repunte  a la recuperación de los Estados Unidos, fortaleciendo la perspectiva de un efecto “derrame”, que tiende a consolidar su injerencia sobre otras economías a través de la participación en los organismos regionales amparados por el propio FMI.

De paso, no ahorran un señalamiento para Brasil: “la actividad económica se mantendrá en un nivel moderado, ya que la baja confianza empresarial continúa afectando negativamente la inversión privada”. A buen entendedor, pocas palabras: sigue siendo el interlocutor buscado como vocero y líder regional dentro del eje del Atlántico, interpelando por su definición como puente hacia el eje del Pacífico. Justamente uno de los puntos de política exterior que propone Sergio Massa para Argentina como parte de su campaña para llegar a la presidencia: que nos constituyamos en un puente entre ambas regiones, con desconsideración de los intereses en conflicto entre una y otra, y sobre todo con los intereses argentinos. Si te interesa leer más sobre esto: ¿Entre el poskirchnerismo y la política vintage?

Llamativamente, en la frase final del párrafo sobre expectativas de crecimiento que se dedica al Caribe, el documento afirma que “los niveles de deuda y los persistentes problemas de competitividad seguirán limitando la actividad económica”. Sin embargo, nada dice respecto del impacto beneficioso del desendeudamiento de nuestro país para sus perspectivas de crecimiento… ¿Simple omisión, doble vara, o explícito ocultamiento para no afectar sus propios intereses que se ven beneficiados por la persistencia del endeudamiento?

Otro dato interesante, que salta a la vista en el párrafo que encabalga entre las páginas 16 y 17, explica por qué ese efecto derrame que se puede esperar México de Estados Unidos, no lo puede esperar Argentina de sus socios comerciales: respecto de China, se pronostica una perspectiva negativa de crecimiento de China, nuestro principal comprador. Por lo menos, el documento tiene el pudor de aclarar que se trata de “sorpresas negativas”: anticipan lo inesperado, y tan inesperado es lo que anticipan, que hasta están sorprendidos por anticiparlo lo sorprendente. No puedo menos que sospechar que tienen una bola de cristal… Y eso, a pesar del trabalenguas. Pero parece que ellos se entienden… Y nosotros también los entendemos: es la búsqueda de la profecía autocumplida.

Otro ejemplo de condicionamiento a modo de profecía aparece en la página 24, esta vez respecto de Argentina y Venezuela: “suponiendo que las políticas económicas no cambien de dirección, se proyecta que el producto de ambos países se estanque en 2014, aunque las proyecciones están sujetas a un nivel significativo de incertidumbre y riesgos a la baja”. No les da la cara (porque hasta para forzar interpretaciones pseudotécnicas se requiere cierta cara) para augurarnos lo peor, pero sí para decir que nos vamos a quedar en el mismo lugar. Claro, tampoco les da taaaaanto la cara para eso: se amparan que el augurio es incierto y que el riesgo de que suceda tiende a bajar. O sea… ¿Qué es lo que nos están pronosticando, finalmente? No parecería un anticipo con mayor nivel de fiabilidad que la profecía sorpresiva y sorprendente anterior:    qué rico discursete para el análisis de la significatividad política. Tan, pero taaaaan rico, que ha permeado el discurso opositor de muchos políticos y medios. Menos mal que no les aplican la ley de la repregunta, porque en cuanto se empieza a rasguñar la afirmación, no hay dato ni argumento al que apelar para sostenerla. De hecho, apenas unos meses después de dado a conocer este informe, ya publicaron el documento sobre crecimiento con calidad con el que comencé este artículo, que parece indicar todo lo contrario: nos ha ido bien en esta dirección, ¿por qué cambiarla?

Tan bien parece que nos ha ido, que aún en la rancia ortodoxia de este informe del 2013, según sus propios indicadores no estamos tan mal. Es más, reconocen que vamos muy bien: en la página 42, consta que nuestra tasa de desempleo es del 7,1%, la misma que la de Canadá, y por debajo del 7,4% de Estados Unidos.

Y tanto de bien nos ha ido, parecen decir a su pesar, que el recuadro 2.2 de la página 33, comienza afirmando que “El producto de Argentina representa más del 10 por ciento del PBI de América Latina”, y tanta relevancia le otorga al dato que este recuadro está dedicado a analizar la capacidad potencial de Argentina para “derramar” sobre los otros países de la región.

 

Por su parte, el Banco Mundial –el otro de los organismos creados a partir de los acuerdos de Bretton Woods, donde se establecieron las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo después de la 2ª Guerra Mundial- también tuvo algo que decir al respecto.

En su perfil sobre Argentina destaca -en consonancia con el reciente documento del FMI- que en los últimos años, “la presidenta Cristina Fernández se ha concentrado en promover el desarrollo económico con inclusión social”, e incluso llega más allá en su análisis al extenderlo hasta la actualidad (ya que, como había aclarado antes, el documento sobre la evolución del QGI no abarca el análisis de la totalidad del quinquenio 2010-2014) al afirmar que “el país ha crecido sostenidamente durante la última década y ha invertido fuertemente en salud y educación, áreas en las que se destina el 8% y el 6% del PBI respectivamente”.

Pero no son todas similitudes. Si bien acuerda con esos rasgos positivos señalados por el FMI, toma distancia del informe de 2013, considerando que “la apertura del mercado de China representa un impulso en la consolidación de un perfil exportador”. Parece que el Banco Mundial no se sorprende con la anticipación de sorpresas sorprendentes.


Yo, por mi parte, trataré por no dejarme sorprender por los cantos de sirena de Macri, Massa, y toda la yunta de FAUNEN con la mano invisible del mercado al frente y a la cabeza. El canto viene con distinta música, pero es la misma letra. Así que, si es necesario, más nos valdrá atarnos al mástil del barco. ¿A quién se le puede ocurrir, en su sano juicio, estrellarse contra las rocas y meterse en el ojo de la tormenta, cuando ese camino ya lo tenemos desandado?

En su sano juicio o su honesto proceder, claro.

 

Viviana Taylor