jueves, 31 de julio de 2014

Sergio Massa presentó su equipo de Política Exterior


497 días para el fin

¿Entre el postkirchnerismo y la política vintage?


 
 
 
 
 
 
Por Viviana Taylor


El 28 de julio, hacen apenas tres días, el Frente Renovador que conduce el diputado Sergio Massa, lanzó una campaña con afiches y pantallas digitales, en los que aparece la cuenta regresiva a contar desde 500 días hasta la finalización del gobierno de la presidenta Cristina Fernández, el 10 de diciembre de 2015, cuando se produzca la sucesión presidencial. O hasta el fin del kirchnerismo, como a muchos más les gusta interpretar.

Este es el inicio de una campaña con la que buscamos que la gente mire al futuro y tenga la certeza de que algo mejor es posible”, explicaron desde el equipo de asesores de Massa.

Por supuesto, la respuesta no tardó en llegar: en alusión a su presencia a cuatro partidos en Brasil, el senador Alberto De Fazio respondió rápidamente sobre el tiempo que falta para el próximo mundial. Y, de paso, dejó en claro que esas cuentas no lo dejan exactamente bien parado si se las compara con otras, respecto de su asistencia a la Cámara de Diputados.

La afición de Massa por definir mediáticamente su actividad política no es novedad: con un estilo forjado por la ética, la estética y la retórica que le imprimió el menemismo en los ’90 a la farandulización de la política, hoy podemos identificarlo sin demasiados esfuerzos como parte de la misma tribu partidaria. Una ética, una estética y una retórica que no se ha privado de matizar con los tonos, las formas y los contenidos duhaldistas. Un reformador vintage, podría decirse. O puro gatopardismo (según las categorías culturales que nos resulten más afines).

Sin embargo, no viene mal recoger el guante que el compañero Massa nos ha lanzado al rostro. Aceptemos el desafío y hagamos el ejercicio de mirar al futuro. ¿Qué nos propone para este postkirchnerismo que parecería asolarnos desde un horizonte que no hace más que acercarse?

Con el ejercicio que estamos teniendo estos últimos días para analizar toda realidad a través del tamiz de la política exterior, creo que podríamos comenzar por mirar –justamente- el equipo que diseña su agenda para este ámbito.

El armador del equipo es Sebastián Velesquen, exsecretario de Relaciones Internacionales de la Municipalidad de Tigre durante la intendencia de Sergio Massa, quien coordina un equipo integrado por el exsecretario ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) Santiago Cantón y tres vicecancilleres (Andrés Cisneros, Jorge Faurie y Martín Redrado).

 
Santiago Cantón es una figura sumamente interesante. Una de esas personalidades que podrían honrar cualquier equipo de trabajo: durante 11 años estuvo a cargo de la secretaría ejecutiva de la CIDH. Honra que se esfuma en cuanto se aclara el contexto que lo obligó a renunciar. Y ahí se dividen las aguas.

La versión oficial que van a contarnos desde el Frente Renovador, que es la que sostiene Santiago Cantón a cuantos quieran compadecerse de él, es que fue una víctima de la actitud autoritaria y cuasi dictadora del presidente Hugo Chávez. Nos contarán en 2011 fue obligado a renunciar por el Secretario General de la OEA José Miguel Insulza, por pedido y exigencia de Venezuela, que se había comprometido a darle el voto necesario para su elección a cambio de la promesa de que Insulza cumpliera con el pedido de renuncia. Hasta ahí, una víctima por su defensa en favor de las libertades y los derechos humanos. Una víctima construida.

La verdad de lo que ocurrió, por supuesto, fue otra. Santiago Cantón había sido denunciado como un agente de la CIA, que desde su designación frente a la CIDH (una comisión de la OEA) había venido trabajando junto con la ultraderecha latinoamericana en el debilitamiento de los gobiernos de Venezuela, Colombia, Ecuador, Colombia, Cuba y Nicaragua.

La denuncia más explícita contra él fue la que hizo públicamente, en rueda de prensa con corresponsales extranjeros y nacionales, el entonces presidente Chávez, en febrero de 2010, por haber apoyado a regímenes dictatoriales en el pasado y por haber reconocido la legitimidad del gobierno golpista de Pedro Carmona Estanga, usurpado tras derrocar al gobierno democrático de Venezuela en abril de 2002.

Justamente, el 13 de abril de 2002, la CIDH presentó un informe ante el canciller de la dictadura de Carmona, Rodríguez Iturbe, donde se reconoce al “excelentísimo” gobierno instalado en esa fecha y se le solicita una escueta información sobre el paradero del “señor” Hugo Chávez, quien estaba secuestrado y en riesgo de ser asesinado (seguramente recordarán que la orden para suspender su ejecución llegó cuando el grupo de fusilamiento ya estaba preparado para dispararle). Cito textualmente: “Ruego al ilustrado gobierno de su excelencia, proporcionar a la CIDH la información que considere pertinente”.

Llamativa diferencia con el trato que Cantón le dispensó a Venezuela en 2010, con Chávez nuevamente en el poder: no sólo se refirió públicamente a él como quien había derrocado a Carmona, en una extrañísima lectura de los acontecimientos, sino que le dedicó 322 páginas a un informe desfavorecedor, que coincidió con una gira oficial que realizó por entonces Hillary Clinton por varios países de América Latina (Uruguay, Chile, Costa Rica, Brasil y Guatemala) y con un aporte de 50 millones de dólares que le hizo EEUU a la OEA para un programa de apoyo a la democracia en la región, que en realidad estaba dirigido a financiar movimientos y grupos desestabilizadores de la derecha en los países con gobiernos de corte popular, y que estaban trabajando para consolidar la UNASUR, estimulados por la histórica creación de la CELAC y el ALBA, organismos en los que ya se estaba llegando a la coordinación de proyectos conjuntos. Una de esas decisiones conjuntas fue el pedido Insulza, que estaba buscando su reelección en la OEA, de la destitución de Cantón al frente de la CIDH por su apoyo a los gobiernos y movimientos golpistas en América Latina.
¿Hace falta imaginarnos su postura frente a los organismos regionales?


Andrés Cisneros fue el vicecanciller que entre los años 1992 y 1996 acompañó al entonces canciller Guido Di Tella en la política de seducción a los malvinenses con ositos Winnie the Pooh, que aún defiende como política válida para la recuperación de la soberanía sobre las tierras usurpadas. Pero sus éxitos no terminan allí: suele publicar en Agenda Estratégica, el sitio de Internet del Instituto de Planeamiento Estratégico dirigido por Jorge Castro, un ex funcionario menemista condenado en julio de 2012 a un año y medio de prisión en suspenso e inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos por intento de defraudación a la administración pública con un pedido de fondos para pagar un seminario sobre alfabetización informática (en julio de 1999) cuyos gastos en realidad fueron costeados por Microsoft Argentina.
En este medio se pueden encontrar numerosas publicaciones de Andrés Cisneros, en la que un argumento suele ser recurrente: Argentina es un país aislado y para dejar de serlo debe separarse de los “delirios bolivarianos”, superar el papelón de la Cumbre en Mar del Plata (en referencia al rechazo al ALCA) y volver a las discusiones por eventuales tratados de libre comercio.
Su postura está sintetizada en una frase, que expresó en un reportaje a Infobae el 18 de junio de 2012: “Es cierto que la Argentina es el país emergente que luego de los 90 desempeñó el papel más deslucido en comparación, por ejemplo, con Brasil, pero resulta altamente improbable que se lo aparte o expulse del G20, porque todavía existe la expectativa de que en el mediano y largo plazo volvamos a ser importantes”. Dicho por quien, en el mismo reportaje, considera que España ambiciona un asiento en el grupo, y merece tenerlo “por el importante peso de su economía en el plano internacional”.
Creo que tampoco hace falta que nos esforcemos demasiado por imaginar su posicionamiento frente a la política exterior que debería asumir Argentina.


Jorge Faurie fue vicecanciller de Ruckauf, durante el gobierno de Duhalde hasta su renuncia para desempeñarse como embajador en Lisboa, donde estuvo 9 años. Uno de los hechos por los que se lo recuerda es por haber sido quien acompañó al entonces presidente uruguayo Battle a la quinta de Olivos a entrevistarse con Duhalde, cuando le pidió disculpas al pueblo argentino por habernos llamado “ladrones”. Sin embargo es mucho más interesante la historia acerca de por qué y cómo dejó su cargo.

Y lo cuenta Clarín, quien por entonces no se imaginaba que Faurie sería doce años más tarde uno de los hombres de Massa, ni se imaginaba que doce años más tarde Massa sería uno de sus propios hombres.
En una nota del 16 de agosto de 2002, Clarín califica a Faurie como “la primera víctima política del escándalo por las cuentas menemistas en Suiza”.
Faurie había sido quien le había renovado el pasaporte diplomático a su amigo y socio comercial Ramón Hernández (en Costes S.R.L., con domicilio legal en el Alvear Palace Hotel, una empresa que además no tenía declarada). Hernández es recordado por haber sido el secretario de Menem. Y el pasaporte diplomático en cuestión le permitió pasar aduanas sin ningún control… y Hernández no lo devolvió.
La historia no terminó tan mal: como suelen hacer otras instituciones, los castigos se revisten de traslados. Y Faurie terminó en la embajada argentina en Portugal.
Para ocupar el cargo que dejó vacante, fue designado Martín Redrado, quien hasta entonces estaba a cargo de la secretaría de Relaciones Económicas Internacionales.

 
Martín Redrado, además de vicecanciller durante la presidencia de Eduardo Duhalde, fue presidente del Banco Central entre septiembre de 2004 y enero de 2010, durante las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Su participación en este equipo es clave para entender no sólo el posicionamiento ideológico frente a la política exterior que propone el Frente Renovador de Massa, sino sobre todo porque devela en favor de qué intereses se juega.

Cuando estalló el escándalo por la filtración de los cables de las embajadas de Estados Unidos, a través de Wikileaks, Redrado quedó expuesto como el economista de cabecera de la embajada estadounidense en Argentina, muy a pesar de ambas partes: en un cable de marzo de 2007 quedó escrito que Redrado había pedido dos veces que se proteja estrictamente su identidad para preservarlo como informante privilegiado de la embajada. Y a partir de allí, todos los cables que lo mencionan agregan a su nombre la referencia “(PROTEGER ESTRICTAMENTE)”. A su vez, la embajada, le pidió en numerosas ocasiones hacer lobby en el gobierno en favor de sus intereses: la reserva estaba mutuamente garantizada.

Pero la primera vez que lo nombra un cable no es esa, ni es en Argentina. Redrado fue nombrado por primera vez en un cable de octubre de 2003 de la embajada estadounidense en Brasilia, cuando era vicecanciller de Duhalde. En el mismo se lo nombra como un aliado en el proyecto de EEUU para crear una zona de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego, el ALCA.

Ese cable es muy importante para comenzar a devanar la madeja de este análisis: en él, la entonces embajadora en Brasil Donna Hrinak, cuenta que el único obstáculo para la creación de un tratado de libre comercio continental era el gobierno de Luiz Inácio da Silva (Lula), quien apoyaba la propuesta que había presentado su canciller Celso Amorim en la cumbre de cancilleres en Trinidad y Tobago que se había realizado la semana anterior. Esa propuesta, que Amorim presentó en nombre del Mercosur, reducía al ALCA a casi nada, al delegar los temas que le interesaban a EEUU a la negociación dentro de la Organización Mundial del Comercio. Y cuenta que el presidente de la delegación argentina, Martín Redrado –entonces secretario de Comercio Exterior- se había retirado de la cumbre un día antes para no estar en la votación, tomando distancia de Brasil y del Mercosur.

Para esa fecha, Néstor Kirchner hacía apenas 6 meses que estaba en el gobierno, y Hugo Chávez cuatro años. Por ese entonces, no se imaginaron que dos años más tarde, Lula, Néstor y Chávez se unirían para derrotar al ALCA en la histórica cumbre de Mar del Plata en 2005, a partir de la cual pasó a ser considerado un proyecto prácticamente muerto. Esa misma cumbre que Andrés Cisneros califica como “el papelón de Mar del Plata” y que dejó a Martín Redrado en una delicada posición entre los intereses de la embajada a la que sirve (y que no es precisamente la argentina) y el gobierno del que participaba (que, lamentablemente, sí lo era).
¿Y cuáles eran esos intereses que la embajada de EEUU buscaba proteger y el ALCA pretendía instrumentar? Acuerdos de servicios, inversión, propiedad intelectual y compras del gobierno. En un próximo posteo me encargaré de este tema, porque es imprescindible para comprender qué es lo que está en juego, y desde cuándo se viene jugando (y qué tan fuerte).


Caído en desgracia el ALCA, la embajada de EEUU comenzó a mostrar un creciente interés por la Organización Mundial del Comercio (OMC), a través de la cual podría hacer valer los intereses por los que venía velando y parecían haber quedado desguarnecidos.

Cuatro años antes, en 2001, se había iniciado la Ronda de Doha, una gran negociación en el marco de la OMC para liberalizar el comercio a nivel mundial, cuyo objetivo apuntó a completar los temas que habían quedado pendientes en el ciclo anterior, la Ronda de Uruguay. Estos temas eran el comercio de servicios, la agricultura, los textiles y la propiedad intelectual.

Pero las negociaciones en este nuevo marco no son sencillas: la OMC administra unos 60 acuerdos, y el sistema por el que se organiza impone a sus miembros a la adhesión total a todos sus acuerdos, lo que implica que el consenso general siempre conlleve un juego de equilibrio de extrema complejidad en el que cada país debe ver cómo se pueden compensar beneficios y perjuicios en temas diferentes.

Para superar el estancamiento en las negociaciones por la complejidad de estos acuerdos, ya en la Ronda anterior se había instrumentado un tipo de negociación conocida como de la Sala Verde que consiste en una serie de reuniones informales, entre un número reducido de países con interés en el tema a ser negociado, que construyen un acuerdo que luego debe ser ratificado por consenso por todos los países miembros, aunque no hayan sido invitados a las reuniones.

Con las apuestas echadas ahora sobre la Ronda de Doha, Redrado (ya como presidente del Banco Central) vuelve a aparecer en escena. En un cable de agosto de 2007, la embajada de EEUU en Argentina revela que en una reunión que el 31 de julio tuvo con el entonces embajador Earl Wayne, le informó que él era el hombre de la Organización Mundial del Comercio en el gobierno argentino, y que su Director General –Pascal Lamy- lo había instado a asumir la política comercial dentro del gobierno de Argentina. El pedido de Lamy y la visita a la embajada no eran ingenuos: la OMC venía de fracasar en el intento de lograr un acuerdo a nivel mundial en la reunión que se acababa de celebrar en Ginebra. La Argentina -como la mayoría de los países en desarrollo- se negaba a cualquier acuerdo si antes los países desarrollados no reducían los subsidios e impuestos a las importaciones en el sector agrícola; y los EEUU –como la mayoría de los países desarrollados- bregaban por un tratado que incluyera transparencia en las compras de gobierno, reglas aduaneras uniformes y acuerdos para facilitar la inversión extranjera y garantizar la competitividad. En síntesis, mientras los países desarrollados pedían un acuerdo igualitario entre desiguales, los países en desarrollo pedían hacer efectivas esas supuestas condiciones de igualdad.

El  pedido de Lamy y la visita a la embajada tampoco eran inocentes: Redrado le expresó a Wayne que “será bienvenido” cualquier argumento en favor de la postura de los EEUU ante la OMC. En el cable, Wayne comenta que entendió que Redrado le estaba sugiriendo que estaba trabajando para cambiar el voto argentino, y que se mostró optimista respecto de que en los primeros 100 días de un probable gobierno de Cristina Kirchner se adoptaría una política económica más ortodoxa.

Como hoy sabemos, el gobierno que entonces era una probabilidad se volvió real, pero Argentina no varió su heterodoxia económica ni su voto en la OMC. Así que en otro cable –fechado en noviembre de 2007- se cuenta que el embajador le pidió expresamente que intercediera ante el gobierno argentino para que reviera su postura “obstruccionista” en la Ronda de Doha. Redrado respondió que ya lo había hecho, hablando con el canciller Jorge Taiana y con los representantes argentinos ante la OMC. Pero Argentina siguió sin votar a favor, y la Ronda culminó sin acuerdo.

Uno de los motivos más importantes del fracaso de la Ronda, fue que la mayoría de los países en vías de desarrollo se negaron a suscribir acuerdos de los que no habían participado (y a los que se había llegado a través del sistema de la Sala Verde). Pero el golpe más fuerte se lo fueron dando los organismos regionales y de países emergentes, que le dieron un marco más equitativo y económicamente sustentable a la proliferación de acuerdos bilaterales y regionales por fuera del control de Estados Unidos, Canadá, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

La última referencia a Redrado en los cables de la embajada de EEUU es del 5 de febrero de 2010. Apenas 7 días después de su retiro del Banco Central, otro informante de identidad reservada (el banquero Willie Stanley, del Banco Macro) afirmó que Redrado habría cobrado sobornos durante su gestión al frente de la Comisión de Valores en el gobierno de Menem, cuando era conocido como el golden boy de las finanzas argentinas.

Este equipo enmarca las propuestas de Sergio Massa para un eventual gobierno a partir de 2015 y permite significar una afirmación que podría resultar un tanto confusa: “Lo primero que tenemos que hacer es reforzar la agenda positiva con los países (con los) que tenemos sinergia. Por ejemplo, Brasil en los temas comerciales y bilaterales, y para fortalecer el Mercosur. Y con Chile, por la pata con la Alianza del Pacífico”.



¿Qué es la Alianza del Pacífico?
Es un bloque comercial conformado por Chile, Colombia, México y Perú. La propuesta se dio a conocer en Lima el 28 de abril de 2011, por iniciativa del entonces presidente del Perú Alan García Pérez, que extendió la invitación a los presidentes de Chile, Colombia, México y Panamá, para profundizar la integración de sus economías y definir acciones conjuntas para la vinculación con Asia Pacífico a través de acuerdos comerciales bilaterales. Además, convinieron alcanzar la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas, y mantener el proceso abierto para todo país interesado. Panamá no es socio pleno sino país observador, junto con otros treinta y un países (desde 2012, ya no todos limitantes con el Pacífico)

Actualmente está funcionando el Mercado Integrado Latinoamericano (MILA), formado por Chile, Colombia y Perú, a través de la integración bursátil de sus Bolsas de Valores (México no ha completado su ingreso).

Durante la última década, las economías del Atlántico (representadas por Argentina, Brasil y Venezuela) han crecido con mayor rapidez. Y aunque los analistas económicos pronostican que en los próximos años crecerán a un ritmo mayor las de los países de la Alianza del Pacífico, no hay evidencias de que esta afirmación sea cierta, ni podemos suponer que –en caso de serlo- esos beneficios provocarán necesariamente una mejoría objetiva de las condiciones de vida de sus pueblos.

Como expresó con toda claridad el Premio Nobel 2008 Paul Krugman al referirse al modo en que los medios analizan la realidad Argentina, hay mucho para desconfiar sobre la veracidad de los informes que presentan las corporaciones, los organismos internacionales y sus voceros. Cuando el expresidente peruano Alan García –fundador de la Alianza del Pacífico- afirma que buena parte del continente está pagando los costos del proteccionismo exagerado, calla que no hay mayor proteccionismo que tras el que se amparan Estados Unidos y Alemania. Sin embargo, tacha de “política irresponsable” a la instrumentada por los países del Mercosur, con un argumento demasiado similar –aún en la exacta elección de las palabras- a las que usan otros críticos de las mismas políticas, de los mismos países, asiduos visitantes de las mismas embajadas.

Según Alan García, durante este año -2014- la Alianza del Pacífico crecerá en promedio 4, 25% (contra los posibles 2,5% del grupo del Atlántico) impulsada por altos niveles de inversión extranjera y baja inflación, según las previsiones realizadas por Morgan Stanley (la compañía financiera estadounidense con fuerte presencia en América Latina, donde desarrolla su actividad como banco de inversiones y agente de bolsa). ¿Cómo confiar en las previsiones de Morgan Stanley, que celebró con el título “Viva España” el informe sobre el desembarco de los fondos buitre en España en 2013, como si fondos de especulación fuesen equiparables a fondos de inversión? ¿Cómo confiar en las previsiones de cualquier banco de inversiones y agente de bolsa, que gana dinero manipulando creando escenarios financieros que le resultan ventajosos, a partir de la manipulación de datos? Vistos los antecedentes, los países de la Alianza del Pacífico deberían cuidarse de los informes que los alientan a abrirse a las inversiones extranjeras.

Estos informes también afirman que el crecimiento económico que vino sosteniendo China explica el ascenso de las exportaciones de Argentina, Venezuela y Brasil, pero que ya no podrá continuar a partir de este año. Y a eso le adjudican la baja en el crecimiento. Sin embargo, la realidad ya los ha desmentido: hace apenas unos días atrás, Argentina acaba de firmar 20 acuerdos bilaterales con China (y esto sin contar los firmados con Rusia en la misma semana, simplemente porque no fue nombrada en el argumento).

 

En lo que sí coinciden uno y otro bloque –el del Atlántico y el del Pacífico- es en señalar como el momento clave de la diferenciación entre ambos  a aquel en el que se unieron Argentina, Brasil y Venezuela en 2005 para poner fin de la propuesta de creación del Área de Libre Comercio de las Américas.

Los gobiernos del bloque del Pacífico afirman que la preocupación por el fracaso del ALCA los impulsó a conformar la Alianza, creando su propia zona de libre comercio y estrechando lazos con Washington.

Desde el bloque del Atlántico afirman que cuando Néstor Kirchner, Lula y Hugo Chávez le dijeron NO al ALCA, lo que estaban haciendo era poner a los tratados de libre comercio (TLC) en otro marco de referencia y cerrar una ecuación económica y financiera desventajosa para el continente. Luiz Inácio da Silva, expresidente de Brasil, declaró que la Alianza estaba tratando de traer de vuelta el Consenso de Washington. Y el presidente de Bolivia Evo Morales afirmó en el Foro de São Paulo en 2013 que la Alianza del Pacífico era un esquema geopolítico diseñado por Estados Unidos para oponerse a los gobiernos progresistas e izquierdistas de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela, por lo que veían a la Alianza como un organismo creado como contrapeso del Mercosur.

En la última reunión del Foro de São Paulo la Alianza del Pacífico fue definida como “un enfoque intervencionista, oportunista, anti-izquierdista para atacar a la soberanía de las naciones de América del Sur.”

A pesar de todos los esfuerzos en contrario, los gobiernos populares (despectivamente llamados populistas por los liberales) se fueron fortaleciendo en la región, y el Mercosur pudo replantearse en su matriz política, social y cultural. A pesar de los esfuerzos en contra (de los que participaron activamente los personajes que conforman el equipo que ha presentado Massa) se pudieron conformar la Unasur y la CELAC, que generaron una nueva institucionalidad pensada desde la perspectiva de la generación de empleo, la inclusión social, de distribución de la riqueza, de integración productiva, de potenciación del mercado regional, y de complementariedad entre pueblos y gobiernos.

El marco de la cumbre de la CELAC-UE del 27 de enero de 2013 –que se realizó en Santiago de Chile- facilitó el encuentro de los mandatarios de los países de América Latina y de Europa. Esta circunstancia dejó en claro las diferencias entre los dos bloques regionales latinoamericanos: un bloque congregado en torno del Mercosur, que desconfía de la globalización y otorga al Estado un papel más importante en la economía; y otro bloque, compuesto por la Alianza del Pacífico, que promueve el libre comercio y la apertura del mercado.

En síntesis, el Mercosur y la Alianza del Pacífico representan dos procesos diferentes, con objetivos distintos y que implican modelos políticos que benefician a sectores sociales disímiles. No son compatibles, no son combinables.

Sin embargo, no es extraño que Massa diga soñar con ser ese imposible puente que logre unir el Mercosur con la Alianza del Pacífico, considerando que la Alianza es la esperanza renovada de EEUU después de los fracasos del ALCA y la Ronda de Doha. Está cada vez más claro que quienes proponen unirse como observadores a la Alianza del Pacífico son funcionales a la política neoliberal que se impulsa desde los Estados Unidos.

Joseph Stiglitz –economista estadounidense, ganador de un Premio Nobel en el 2001- ha analizado en varios artículos que pueden encontrarse en la red, que a menudo muchos países aceptan los tratados de libre comercio bajo la promesa de que permitirán lograr mejores tasas de empleo, mayores índices de inversión y ayudarán a alcanzar un crecimiento sostenido.

Esta es la razón a la que apeló Sergio Massa en el Foro de Diálogo Interamericano, en un evento en el que participó durante su estadía en Washington en marzo de este año: “Si hay confianza habrá inversiones, volverán los flujos de dólares y no habrá necesidad de controles de cambios como los que se ven hoy en día”.

Sin embargo, las regulaciones que se empeñan en desconocer Sergio Massa y su equipo especialistas en relaciones internacionales, fueron creadas para otorgar cierta protección a los trabajadores, las industrias nacionales, y el medio ambiente. Desmantelarlas es debilitar a los actores nacionales frente a los internacionales. Amparados en el discurso de una libertad que prometen, sólo garantizan dependencia. Una dependencia que, dados los antecedentes que cargan sobre sus espaldas, no podemos considerar que son solo cuestiones ideológicas: cuando se han puesto tan directamente al servicio de intereses ajenos al país y al orden democrático, exceden la consideración de la posible honestidad de sus argumentos. Son lobbistas. Y no están al servicio de los intereses argentinos.

Insisto, por si no he sido clara. El Mercosur y la Alianza del Pacífico representan dos procesos diferentes, con objetivos distintos y que implican modelos políticos que benefician a sectores sociales disímiles. No son compatibles, no son combinables. El discurso que Sergio Massa sostiene sobre sus intentos para construir un puente entre ellos, no es más que la expresión de su funcionalidad a la política neoliberal. Y el equipo que ha convocado para que diseñe su agenda en política exterior es la expresión más clara de su compromiso al servicio de intereses que no son argentinos.
 


Viviana Taylor