Viviana
Taylor
¿Escuchaste alguna vez hablar
de Bondage? Seguro que sí: es una de esas palabras que provoca cierta
fascinación intimidante, que convoca a la curiosidad y a la vez inhibe. El
bondage no es para todos y todas. Puede ser brutal o sofisticado. Pero nunca
popular.
El Bondage es una
práctica erótica que se caracteriza por las ataduras que se le realizan a una
persona. Lo esencial de esta práctica son, justamente, las sujeciones: que esté
desnuda o vestida es totalmente aleatorio y a gusto del consumidor.
Los atamientos también son a
gusto del consumidor: pueden hacerse sobre una parte del cuerpo o sobre su
totalidad; se puede amordazar y vendar ojos o permitir que la persona sobre
quien se aplica la práctica hable o vea; se pueden usar cuerdas, pero también
cintas y telas, cadenas y esposas.
El Bondage no es
exactamente lo mismo que la Dominación y el Sadomasoquismo. Pero es una
práctica estético-erótica que puede integrarse –junto con otras- a sus
ceremonias.
Estaba mirando las tapas que publicaron
hoy los diarios Clarín y La Nación, cuando mi loca mente
asociativa pensó en un Sergio Massa a quien no nombraban.
En ambas tapas, por el
contrario, a quien se alude es a Mauricio Macri, y se lo posiciona como
un posible contendiente en las próximas elecciones presidenciales del 2015,
cuando todo hacía suponer que el candidato de los medios corporativos iba a ser
Massa. Y ahora dudamos…

Recuerdo que hace apenas unos
días, en una charla entre colegas, deslicé mis dudas: dos años es mucho tiempo.
Sin ir demasiado lejos, a principios de este mismo año todo hacía suponer que
justamente Macri iba a ser el candidato ungido por los medios desde los que –poco
después- se hizo una ferviente e impregnante campaña en favor de Massa. Y
ahora, apenas salidos de las PASO, y a menos de dos meses de las elecciones
legislativas, ya no podemos estar seguros de a quién apoyarán.
Mi loca mente asociativa ahora se
imagina a Malena Galmarini, la esposa de Massa. Aunque no se hable de
esto y se la presente como una joven ama de casa de barrio cerrado (caro) de
Tigre, ella misma es una militante y de pura estirpe política familiar. Me la
imagino con los diarios del domingo (¿tomarán
mate mientras los leen, en la mesa familiar? ¿Tendrán un comedor diario,
desayunarán en la cocina, o en el comedor? ¿Lo harán al solcito, con la linda
mañana que hoy pinta?) y recriminándole a Sergio por haber sido demasiado
confiado, por haberse creído eso de que ahora era él el elegido y podía
despreciar a quien antes había gozado de los favores mediáticos. Justo él, que
ya debería haber aprendido que no es lo mismo ser el candidato de una embajada
que su quejoso comentador de enredos palaciegos. Pero no, no aprendió. Y el que
no aprende repite las mismas confusiones. Y ahí debe estar Malena,
recriminando. Lamentando –sólo un
poquito, y sólo porque quedó evidenciado por la presencia de demasiados
testigos- haber dirigido sus improperios donde no debió haber estado su
enojo. O no todo. Quizás también se sienta –aunque
no lo diga- un poco responsable. Y hasta puede que se sienta –aunque no lo admita- un poco culpable.
Después de todo el “yo sabía” no siempre va acompañado del “yo te lo
dije”. Y si el que avisa no traiciona, quizás el silencio sí lo haga.
Y ahí debe estar Sergio,
sospecho, preguntándose si será que ahora le están marcando la cancha para que
sepa quién es el que manda y no se rebele. O si será que él fue la tiza con la
que le marcaron la cancha a Mauricio, que entendió de qué se trataba, y volvió
sumiso al redil. Porque, después de todo, en las relaciones de sumisión no hace
falta haberse rebelado para necesitar ser disciplinado: el ojo del amo engorda al
ganado, y su mano lo marca.
Para el Bondage, Mauricio es hoy mejor
candidato que Sergio. Soportó con
estoicismo la humillación pública de haber sido apartado de los favores del
amo, que acariciaron otra conquista, más fresca. Una conquista que quizás
reeditaba el placer de la dominación, el volver a ejercer el quebrantamiento de
la voluntad, presenciar la emergencia de la sumisión. Pero la conquista confundió
voluntad de apropiación con encantamiento, y encantamiento con amor (tan común,
tan repetido, error tan vulgar). Y no pasó la prueba: el Bondage es una
práctica consensuada, no admite confusiones ni errores de interpretación. Por
otra parte, los exabruptos de Malena hicieron visible que no la hacen susceptible
de control; y el intento de instalación del mito de haber sido el ideólogo de
la estatización de los fondos de las AFJP –por
boca de Mirtha Tundis, una representante de los medios- hace sospechar que además
podría tener ideas propias reticentes a ser abandonadas: ir contra las medidas
que le han dado al gobierno nacional apoyo popular. Y allí estaba Mauricio,
esperando: soportando la humillación negadora de Sergio, que no dejó de
sostener que jamás había existido entre ellos un acuerdo; y la humillación del
abandono en la preferencia de las corporaciones, a través de los medios.
La afirmación de Mauricio Macri
calificando de “mentiroso” a Sergio
Massa en caso de que siguiera negando su acuerdo con el PRO, en las puertas de
la reunión del Consejo de las Américas, puede ser reinterpretada en este
contexto.
Pero hay más. Algo mucho más
fuerte. Algo que hace a la naturaleza misma de la relación. La razón por la que
a muchos les atrae el ser dominado a través de sujeciones y ataduras es porque
los exculpa de responsabilidades: las reglas del juego las pauta otro. No hay
más que acatar órdenes, o simple –y cómodamente-
dejar hacer. Por supuesto, podríamos hablar –si estuviésemos en otro contexto- de algunas cuestiones más
vinculadas con la libido y con las sensaciones. También podríamos hacerlo en
este contexto… pero me abstendré.
En el Bondage en el que tanto me ha hecho pensar esta relación entre las
corporaciones y Macri y Massa, la relación entre atar y ser atado no es tan
ingenuamente asumida: se basa en una relación de confianza entre quien ata y
quien es atado. Y aunque suele pensarse que quien ata es quien corre exclusivamente
con toda la responsabilidad, quien es atado ha consentido para que así sea. Por
eso hay ciertas reglas:
- No dejar nunca sola a la persona atada. Quizás esto es lo que no advirtió Sergio
cuando decidió repetir una y otra vez, desde los mismos medios que los
sujetaban, que Mauricio estaba por su cuenta. La sola repetición del
abandono pudo haberles recordado (ay, las volteretas del destino) de qué
se trataba la cosa.
- No pasar jamás una cuerda alrededor del cuello,
ni usar nudos corredizos o resbaladizos. Aunque no hay mayor práctica de atadura y
dominación que provocar en el otro la asfixia, esta debe ser fácilmente
reversible: la atadura debe ser suave y con un objeto que no dañe.
Sospecho que alguien puede estar sintiendo frente a estas tapas de diario
el placer de sentir que se le han retirado las ataduras mientras aspira
una fuerte bocanada de aire… y otro debe sentir que se lo está sujetando.
- Prevenir los riesgos de caída y realizar
sesiones de corta duración. ¿Serán
estas tapas apenas el comienzo de las maniobras de prevención, vistos los
resultados de las PASO en la Ciudad de Buenos Aires, para revertir a
tiempo la caída que podría sufrir Mauricio en octubre, o al menos para
amortiguar el golpe en vistas al 2015, destino final de esta parada?
- No se deben correr riesgos innecesarios. ¿Será que hoy Massa es una apuesta de alto
riesgo, de un riesgo innecesario? Después de todo, Macri es parte del
grupo; Massa, en cambio, llega desde fuera. Macri ha venido cultivando los
mismos intereses, principios y valores que defienden estas corporaciones,
y los encarna por tradición y convicción. Massa, en cambio, es un migrante:
ha abrevado en distintas fuentes, y parece haber sido siempre guiado por
intereses personales antes que convicciones grupales y de clase. Demasiadas
fuentes.
Una última
asociación de mi mente enloquecida: María Laura Santillán consolando a un
desesperanzado consorcio de representantes del periodismo corporativo del Grupo
Clarín. Un candidato puede aparecer en 15 minutos, les dice.
Dos años,
frente a 15 minutos, es demasiado tiempo. Que el nudo no los ahorque.
Viviana
Taylor