Comencemos haciendo algo de memoria. Y para eso vayamos hasta los primeros días del año (¿no parece que ya pasó un siglo?). Exactamente el 4 de enero la Presidenta de la República Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, fue operada en el Hospital Austral por un carcinoma de tiroides, que luego aparentemente resultó no ser tal, pero que obligó a practicarle una tiroidectomía total.
El anuncio sobre la necesidad de esta intervención lo había hecho oficialmente Alfredo Scoccimarro, el 27 de Diciembre.
El primer parte médico fue escueto y preciso: “La operación de la Presidenta se realizó sin inconvenientes ni complicaciones". Y el vocero presidencial Alfredo Scoccimarro fue el encargado de infomar que "la operación duró 3 horas y media, la mandataria ya se encuentra despierta y muestra una buena recuperación post operatoria".
El 9 de enero Cristina Fernández recibió el alta médica después de que los estudios clínicos descartaran la existencia de cáncer en la glándula tiroidea que le fue extirpada, según volvió a informar el mismo portavoz presidencial. El resto de la historia es bien conocido: la Presidenta inició una licencia por salud hasta el 24 de enero, y el Poder Ejecutivo quedó a cargo de Amado Boudou, como prevé la Constitución Nacional.
Quiero detenerme, sin embargo, en el informe médico leído por el portavoz presidencial en las puertas del hospital: "El estudio histopatológico definitivo constató la presencia de nódulos en ambos lóbulos de la glándula tiroides de la presidenta, pero descartó células cancerígenas, modificando el diagnóstico inicial de la punción". El parte médico que anunció el alta agregaba que "la glándula tiroidea presentaba adenomas foliculares" y adelantaba que "de acuerdo a (sic) este favorable diagnóstico, el equipo a cargo considera que el tratamiento quirúrgico realizado es suficiente, no siendo necesaria la administración de yodo radiactivo".
Ayer amanecimos con la noticia de que su hijo mayor, Máximo Kirchner, había sido trasladado de urgencia, en medio de un impresionante operativo de seguridad, a este mismo Hospital Austral. Hasta horas después no estaba claro el motivo, y circularon todo tipo de especulaciones sobre la posible gravedad de su cuadro. Finalmente, fue intervenido quirúrgicamente en su rodilla derecha por una artritis séptica. La Presidenta, como hubiese hecho toda madre, había viajado en el avión oficial Tango 01 desde Buenos Aires a Río Gallegos para buscarlo, y permanecerá acompañándolo en el Hospital por lo menos entre 48 y 72 horas más.
En lo que estoy pensando es que, habitualmente, a los pacientes sometidos al tipo de intervención quirúrgica que se le realizó a la Presidenta se les realizan evaluaciones a los 1, 3, 6, 9 y 12 meses postoperatorios, y después cada 12 meses en los años siguientes. Justamene, Cristina Fernández se encuentra en la mitad del primer año desde su operación, por lo que le corresponde hacerse estudios postquirúrgicos de control.
También estoy pensando que en estos días la situación política -motivada por vaivenes económicos y cierto descontento en algunos grupos sociales que promueven la reinstalación de cacerolazos- está un tanto convulsionada. No parece un momento oportuno para tomarse un par de días para realizar un control médico, y dar así la posibilidad de que se tejan -maliciosamente- interpretaciones y rumores sobre su estado de salud.
Entonces me pregunto, todo este despliegue para el traslado de Máximo Kirchner, tan criticado por aparentemente innecesario y exagerado, ¿no habrá sido una maniobra distractiva para permitirle a nuestra Presidenta tomarse, mientras se recupera su hijo de la operación -sin dudas necesaria- unos días para realizar sus controles de salud con reserva e intimidad?
Sólo me pregunto... pero ya saben. Yo siempre me estoy preguntando cosas.