Viviana Taylor
La
triste, infame, participación del ex candidato a gobernador por la Provincia de
Santa Fe Miguel del Sel en el show del humorista Jay Mammon hizo tantos
méritos para que nos indignemos, que unos dichos terminaron opacando a otros.
Así, los agravios a la Presidenta en su investidura y en su persona fueron tan groseros, tan gruesos, tan violentos, que terminaron dejando en segundos, terceros, ultimísimos planos otros dichos. Otros, seguramente menos escandalizantes, pero –en sus consecuencias- mucho más graves.
Voy
a dejar pasar el hecho de que si un referente político acusa a otros de robar y
saquear el país, debe aportar pruebas que avalen sus dichos y hacer las
denuncias pertinentes, o sujetarse a la sospecha de estar mintiendo o siendo
cómplice por inacción. Así -si mintió- incurrió en injurias. Si dijo la verdad,
en incumplimiento de sus deberes.
Voy
a dejar pasar el hecho de que –estando en la posición que está- haya mentido
respecto de que no se permitió que Boudou fuese investigado. Hasta los medios
más reacios a favorecerlo fueron dando información sobre el avance de las
causas que lo tienen como protagonista. O ha mentido, o ni siquiera lee los
diarios.
Voy
a dejar pasar el hecho de su referencia brutal a que las mujeres accedemos a
espacios “chupándola”. Desde que jugaba a ser sólo un humorista, ha sostenido todo
su discurso respecto de lo femenino en la más reaccionaria misoginia. No haré
comentarios sobre esto porque elijo respetar a la mujer que fue su madre, a las
mujeres que han compartido su cama, a la mujer que ha sido la madre de sus
hijas, a sus hijas, a todas las mujeres que han formado de alguna manera parte
de su familia, de sus relaciones, de su núcleo. Incluso, a las mujeres con las
que comparte su propio espacio político. Por respeto a ellas –un respeto que el
señor Del Sel no les tiene- no hablaré sobre este tema.
Pero
sí elijo detenerme en que se haya confesado prostituyente. En que haya
declarado –él, sí, tan referente político de un espacio partidario; tan
aspirante a gobernador de una provincia- que paga por sexo. Y que le parece
normal hacerlo.
Voy
a plantar bandera: sin clientes no hay trata. Y voy a decirlo de nuevo: sin
clientes no hay trata. Y por si no quedó claro, o por si no fue suficiente, va
de nuevo: sin clientes no hay trata.
Hay
trata de personas porque es un negocio. Y es un negocio porque hay clientes:
clientes que pagan.
Clientes
que pagan no porque no tengan otra posibilidad para acceder a un poco de sexo.
Clientes que pagan porque les gusta el sexo pago, el orgasmo comprado, la mujer
cosificada.
Y
si vamos a hablar de esto, hablemos claro. Donde
hay trata de personas, hay supresión de identidad.
Los
casos más comunes de supresión de identidad son los devenidos de la apropiación
de menores que son anotados como hijos propios por personas que no son sus
padres biológicos, por fuera de los mecanismos legales de adopción. Es un
delito tan común y naturalizado que permanece invisibilizado como tal, es una
práctica socialmente aceptada. No es considerada delito por el común de la
gente, ni escandaliza. Más bien se la justifica como un acto de bien y de amor.
Pero los apropiadores saben que lo que hacen y continúan haciendo (porque el
delito persiste mientras la identidad no es restituida) es ilegal y además
ilegítimo: la culpa se hace presente, la apropiación se oculta.
En el acto de apropiación se
cosifica y despersonaliza al niño, que es percibido como un objeto que viene a
satisfacer la necesidad de una pareja de ser padres y se desvirtúa la idea de
adopción, que se sostiene en el interés supremo del niño, y en su derecho a la
identidad y a una familia. Y el tráfico
de niños no debería pensarse como un fenómeno separado de la apropiación.
Cuando hablamos de tráfico de niños
nos referimos a la entrega, recepción o sustracción de un menor de 18 años, de
cualquiera forma que suceda y con cualquier motivación, para cualquier fin,
exista o no dinero de por medio.
Voy
a escribirlo de nuevo, por si pasó inadvertido: Cuando hablamos de tráfico de niños nos referimos a la entrega,
recepción o sustracción de un menor de 18 años, de cualquiera forma que suceda
y con cualquier motivación, para cualquier fin, exista o no dinero de por
medio.
¿Habrá
leído el señor Del Sel acerca de todas las adolescentes –algunas apenas
púberes- que desaparecen cotidianamente en nuestro país? ¿Sabrá que en la
mayoría de los casos se las presume víctimas de trata, de tráfico de personas,
en este caso de niños? ¿Se habrá enterado de que en la mayoría de los casos en
que se las liberó porque se habían convertido en mercancía peligrosa debido a
la difusión de sus fotografías por diversos medios, ellas mismas pudieron dar
testimonio de esto? ¿Se habrá preguntado los apetitos de quiénes están
destinadas a satisfacer estas niñas, víctimas de tráfico y trata? Y digo niñas
porque son, abrumadoramente, mayoría. Pero también hay víctimas varones, niños
arrancados de sus familias para ser prostituidos. Aunque supongo que de esto el
señor Del Sel no debe saber: no creo que le simpaticen los hombres que yacen con
hombres.
¿Por qué pensar en niñas, y no simplemente en mujeres? Porque hay un gusto especial por la carne fresca, por la inocencia en la mirada, por la sumisión que genera sentimientos de poder y dominación... y por la novedad. Aunque claro, niñas y niños no son las únicas víctimas de trata y tráfico.
De hecho, pensando
en por qué razones su espacio político no habrá salido a desmarcarse de sus declaraciones,
confesiones y agravios, recordé la presentación judicial que realizó la Asociación Pro Familia, con la
intención de detener –cosa que en un principio había logrado con éxito- el
aborto que se había autorizado en la Ciudad de Buenos Aires a una mujer víctima
de la trata de personas, que había resultado embarazada como resultado de las
violaciones que había sufrido durante su secuestro. No tuvieron pruritos en
participar de/organizar un escrache en la puerta de su casa, revictimizándola;
ni de presentárseles durante su internación para prometerle cuidarla durante el
embarazo y hacerse cargo del niño, luego de haberla violentado en su decisión,
amparada por la Justicia. Y pudieron hacerlo porque contaron con la complicidad
del Jefe de Gobierno, Mauricio Macri
–del mismo partido al que pertenece Del Sel- quien vetó la Ley de Aborto no
Punible, la creación de una Oficina contra la Trata de Personas, y se negó a
retirar la habilitación a los prostíbulos bajo su jurisdicción. Todos vetos
vinculados con este caso.
Difícil
de entender si no se contextualizan estos actos del gobierno de Macri en una doble fidelidad compartida
-y en apariencia contradictoria- a dos patrones. Dos patrones que lo ponen,
en razón de los favores que de ellos recibe, en una doble relación clientelar,
que no deja de ser curiosa.
Por
un lado, se sabe –por la acusación de Lorena
Martins contra su propio padre- que Macri recibió dinero para su reelección
de parte del proxeneta y ex agente de la SIDE Raúl Martins.
Y
por el otro, con la Iglesia Católica,
hacia quien la fidelidad de buen chico de escuela católica le garantiza el
favor de cierto sector del núcleo duro de su electorado.
Más resonante es el caso de Marita Verón, la
joven tucumana de 23 años desaparecida hace 10, que visibilizó en nuestro país
la desaparición forzada de mujeres con
fines de trata para la prostitución, que si bien no es exclusiva –ya que
también hay desaparición forzada en relación con el trabajo esclavo- es
mayoritaria.
Diana Maffía es Doctora en Filosofía, y actualmente se desempeña como consejera
académica en el Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, e
investigadora del Instituto de Estudios de Género de la Universidad de Buenos
Aires. Fue, además, diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre 2007 y
2011.
Maffía,
en declaraciones a El Diario –de Entre Ríos, el 10 de diciembre- sostiene que “los cuerpos de las mujeres siguen siendo un
campo de batalla, una tensión de poder y siguen siendo disputados. Verlos desde de la política, es algo que
hemos llevado las mujeres al Congreso. Yo creo que fue un aspecto iluminador.
Todavía los cuerpos de las mujeres siguen siendo sometidos, esclavizados,
vendidos y comprados.”
Su
posición coincide con la postura de la legislación argentina, que no prohíbe la
prostitución ni la considera un delito penal, pero concibe a la persona en
situación de prostitución como una víctima de un sistema prostituyente. En
consecuencia, las políticas que defiende no son de persecución de las personas
en prostitución sino de protección y de lucha contra la trata, la explotación y
el proxenetismo, a pesar de lo cual señala que “no se ve de qué manera se va a terminar con la trata, la explotación,
el proxenetismo, la corrupción policial, judicial, y sobre todo con el
financiamiento de la política”. Maffía
sostiene que una ley es muy difícil de cumplir cuando está alejada de la
cultura dominante. Una cultura y un sistema que van a ser muy difíciles de cambiar
cuando los propios referentes políticos que deben motorizar estos cambios
consideran normal prostituir mujeres, afirman que es a través del sexo que las
mujeres encuentran su camino para realizarse, y ellos mismos se declaran
orgullosamente prostituyentes.
El
juicio por el caso de Marita dejó al descubierto la trama de la trata de personas en Tucumán, sus
vínculos con el poder político y policial, y proveyó evidencias de sus
ramificaciones a nivel nacional e internacional. Todo lo cual hacía suponer que
semejante maquinaria se extendería hasta el poder judicial: de hecho, las
condiciones para la impunidad estuvieron garantizadas desde el inicio, cuando
no se facilitó en nada la investigación del caso, cuando se trató en todo momento
de inclinar la sospecha hacia la familia, y desde algunos medios de
comunicación se trabajó para instalar la hipótesis de una desaparición
voluntaria. Tal como seguramente podría haber sospechado Del Sel: después de
todo, según sus propios dichos, las jovencitas se embarazan por unas moneditas (en referenca a la Asignación Universal por Hijo), tienen sexo para llegar
donde quieren, y es normal pagarles por sexo porque así lo quieren.
La
trama de las redes que conforman la trata de personas con fines de prostitución
es intrincada y complejísima. Y está enraizada en las propias formas culturales
de la vida social de la que participan quienes tienen como tarea asignada
combatirlas.
Las
redes son difíciles de erradicar porque su ámbito es la noche. La misma noche
de la que participan políticos, jueces, funcionarios, policías, periodistas. La
misma noche que tanto habrá caminado sobre y debajo de las tablas el mismo Del
Sel. La misma noche en la que los códigos indican que lo que sucede se silencia
y se oculta… hasta que es redituable sacarlo a la luz. Y así, el silencio es un
favor que se paga. Y se paga caro.
El
silencio de las debilidades privadas que en la noche se viven en público es el
favor que convierte a políticos, jueces, funcionarios y policías en clientes. Clientes que consumen lo que en
la noche circula, y clientes que pagan con favores el silencio de quienes los
vieron consumirlo.
Un
silencio sórdido en el que se va conformando una percepción distorsionada sobre
la realidad, en la que todo se tergiversa. Todo. Y lo procaz, lo ilícito, lo
degradante se confunden con normalidad.
Quizás
por eso quienes comparten su espacio político -el PRO- no han salido a desmarcarse más fuertemente de los dichos de Del Sel. Después
de todo no ha declarado más que consumir y promover los mismos negocios que
financian –al menos en parte- sus políticas. El círculo quedó cerrado.
Y
lo otro… es lo otro. Apenas una forma no elegante de decir lo que piensan –también-
todos ellos. No esperemos más de lo que están dispuestos a dar.
Viviana Taylor