Los hilos
ocultos
de las redes del
poder
Por Viviana Taylor
Hace poco más de dos años escribí un artículo titulado “Las relaciones clientelares en cuestión” en el que me preguntaba:
¿Es posible que se intercambien lugares en la relación clientelar, pasando un grupo
de interés no político a ocupar el lugar del patrón, y los políticos a
ocupar el lugar de los clientes?
¿Es posible que en el juego de las relaciones de
poder, en algún momento un grupo diferente al poder político concentre mayor
poder de negociación, y asuma el lugar de patrón, subordinando al poder
político al lugar de cliente?
Estos días, en el que la centralidad informativa
del caso Nisman parecería no dejar lugar para no preguntarse acerca de nada
más, por el contrario, están surgiendo muchos interrogantes que se van
derivando de él, abriendo la perspectiva de análisis mucho más ampliamente de
lo que en principio se podía sospechar.
Una de estas nuevas vertientes, derivada de la
incuestionable presencia de los servicios de inteligencia en cada rincón de la
trama, llevó inevitablemente a preguntarnos acerca de los vínculos entre los
servicios de inteligencia y la política.
Así fue como recordé aquel artículo, y uno de los
casos que analicé cuando lo escribí.
Por entonces, todavía era noticia fresca la
presentación judicial que realizó la Asociación
Pro Familia, con la intención de detener –cosa que en un principio había
logrado con éxito- el aborto que se había autorizado en la Ciudad de Buenos
Aires a una mujer víctima de la trata de personas, que había resultado
embarazada como resultado de las violaciones que sufridas durante su secuestro.
Los miembros de esta asociación no tuvieron pruritos
en organizar un escrache en la puerta de su casa, revictimizándola; ni de
presentársele durante su internación para prometerle cuidarla durante el
embarazo a cambio del niño, luego de haberla violentado en su decisión,
amparada por la Justicia.
Lo más tremendo fue que si pudieron hacerlo fue porque
contaron con la complicidad del Jefe de Gobierno, Mauricio Macri, quien vetó la Ley de Aborto no Punible, la creación
de una Oficina contra la Trata de Personas, y se negó a retirar la habilitación
a los prostíbulos bajo su jurisdicción. Todos vetos vinculados con este caso.
No
es tan difícil de entender por qué
procedió de este modo si se analiza el lugar que ocupa Macri en una doble relación clientelar, con fidelidad compartida -y en apariencia
contradictoria- a dos patrones: por un lado, se sabe –por la acusación de Lorena Martins contra su propio padre-
que Macri recibió dinero para su reelección de parte del proxeneta y ¿ex? agente
de la SIDE Raúl Martins; y por el
otro, con la Iglesia Católica, hacia
quien la fidelidad de buen chico de escuela católica le garantiza el favor del
núcleo duro de su electorado, que gusta de portar estampita y rosario en una
mano mientras apalea con la otra a quienes se oponen a sus creencias.
Lorena Martins
A partir del caso de Marita Verón, la joven tucumana de 23 años desaparecida hace 12, se
visibilizó en nuestro país la desaparición
forzada de mujeres con fines de trata para la prostitución.
Diana Maffía es Doctora en Filosofía y dirige el Observatorio
de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la
Ciudad de Buenos Aires. Fue, además, diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires entre 2007 y 2011.
Maffía, en declaraciones a El Diario –de Entre Ríos, el 10 de
diciembre de 2012- sostiene que “los cuerpos de las mujeres siguen siendo un
campo de batalla, una tensión de poder y siguen siendo disputados. Verlos desde de la política, es algo que
hemos llevado las mujeres al Congreso. Yo creo que fue un aspecto iluminador.
Todavía los cuerpos de las mujeres siguen siendo sometidos, esclavizados,
vendidos y comprados.”
Su posición coincide con la postura de la
legislación argentina, que no prohíbe la prostitución ni la considera un delito
penal, pero concibe a la persona en situación de prostitución como una víctima
de un sistema prostituyente. En consecuencia, las políticas que defiende no son
de persecución de las personas en prostitución sino de protección y de lucha
contra la trata, la explotación y el proxenetismo, a pesar de lo cual señala
que “no se ve de qué manera se va a
terminar con la trata, la explotación, el proxenetismo, la corrupción policial,
judicial, y sobre todo con el financiamiento de la política”.
Maffía sostiene que una ley es muy difícil de cumplir
cuando está alejada de la cultura dominante. Un lamento que se concretó, triste
y siniestramente, en el primer fallo del
caso de Marita Verón, por el cual la
Justicia de Tucumán había absuelto a los trece acusados por su secuestro y
desaparición en abril de 2002.
Vamos a detenernos un poco en él para ejemplificar
lo que quiero mostrar: si bien ese fallo generó sorpresa es indignación, la
indignación era esperable. Pero la sorpresa, no.
El juicio había dejado al descubierto la trama de la
trata de personas en Tucumán, sus vínculos con el poder político y policial, y
proveyó evidencias de sus ramificaciones a nivel nacional e internacional. Todo
lo cual hacía suponer que semejante maquinaria se extendería hasta el poder
judicial: de hecho, las condiciones para la impunidad que parecía que nunca
iban a lograr romperse estuvieron garantizadas desde el inicio, cuando no se
facilitó en nada la investigación del caso, cuando se trató en todo momento de
inclinar la sospecha hacia la familia, y cuando desde algunos medios de
comunicación se trabajó para instalar la hipótesis de una desaparición
voluntaria.
La trama de las redes que conforman la trata de
personas con fines de prostitución es intrincada y complejísima. Y está
enraizada en las propias formas culturales de la vida social de la que
participan quienes tienen como tarea asignada combatirlas.
Las redes son difíciles de erradicar porque su
ámbito es la noche. La misma noche de la
que participan políticos, jueces, funcionarios, policías, periodistas. La misma
noche en la que los códigos indican que lo que sucede se silencia y se oculta…
hasta que es redituable sacarlo a la luz. Y así, el silencio es un favor que se
paga. Y se paga caro.
El silencio de las debilidades privadas que en la
noche se viven en público es el favor que convierte a políticos, jueces,
funcionarios y policías en clientes;
y a los apropiadores de mujeres, a ciertos periodistas y a los agentes de
inteligencia (categorías que no pocas veces se superponen en la misma persona) en
ocasionales punteros.
Patrones hay en diversos los grupos: los hay jueces, los
hay policías, los hay funcionarios, los hay empresarios, los hay políticos, los
hay agentes de los servicios. Son jueces que clientelizan jueces, policías que
clientelizan policías, funcionarios que clientelizan funcionarios, empresarios
que clientelizan empresarios, políticos que clientelizan políticos, y agentes
de los servicios que los clientelizan a todos.
Y todos
comparten esos cuerpos -mayoritariamente femeninos, a veces infantiles- que son
a la vez mercancía para el goce y garantía de silencio. Mercancía que se mezcla
y consume con otras mercancías, que también circulan en la noche: el alcohol,
las drogas duras.
Y en la misma mesa a la que se sientan, y en la que
se comparten las mujeres, la droga y el alcohol, se cierran negocios. Negocios
que mueven localidades, ciudades, provincias. Negocios que se sostienen en
códigos de silencio. Y que, marginalmente, aportan a las arcas de la política,
a la caja chica de la policía, al bolsillo de los jueces, al negocio de los
empresarios, reduciéndolos a la posición de clientes, asumiendo sobre ellos el patronazgo.
Cuando escucho
las expresiones choripanero o planero para descalificar a los pobres o
los no tanto que adhieren a políticas y siguen a políticos del nacionalismo
popular, siento una extraña mezcla de gracia, indignación y sorpresa ante la
ingenuidad indignada y acrítica.
Quienes creen que es en ellos donde se debe buscar
el clientelismo, y que son estas las razones que vuelven demagógicas y
antidemocráticas las prácticas populares (o populistas, como gustéis)
desconocen la existencia de un tipo de relación clientelar que ha permanecido
oculta, inadvertida, pero que no
caben dudas de que existe. Y en su invisibilidad ha residido su mayor
fortaleza.
También creo que la distinción entre diferentes
tipos de esta forma de clientelismo más sofisticado responde mejor cuestiones
explicativas que a separaciones reales: el poder mediático, el poder de las
cajas de dinero y el poder de las redes de trata de personas se mezclan y
entraman de formas a veces directas y otras solapadas; a veces centrales y
otras tangenciales: pero siempre son interdependientes. Y todos ellos parecerían
ser, en realidad, apenas manifestaciones diferentes de un único gran tipo de
poder: el poder económico.
Y todos ellos
tienen poder de patronazgo sobre el poder político.
No al revés.
Es allí donde está el mayor riesgo del poder
político: en el sometimiento a una posición clientelar, el lugar de la
debilidad. En el riesgo de abandono de su posición directriz frente a las
políticas para someterse al arbitrio de otros poderes, cuyo interés no es lo
público ni lo colectivo.
Su mayor fortaleza, en cambio, es echar luz sobre
estas formas de poder para contrarrestar la invisibilidad en la que procuran
permanecer: explicitar las formas clientelares que intentan promover a fin de
neutralizarlas y quitarles efectividad.
Esto es, exactamente, lo que está sucediendo estos
días: estamos asistiendo a los esfuerzos del poder político del gobierno
nacional para visibilizar y desarmar esa red de poder clientelar en la que se
han aliado los punteros mediáticos, judiciales, políticos, y de los servicios,
que operan en favor del patrón económico.
Así como hemos aprendido que las relaciones clientelares
tradicionales se desarticulan con la extensión de derechos a todos los sectores
de la población, estamos asistiendo a una lección mucho más difícil y dura: las
relaciones clientelares no tradicionales se desorganizan con mayor y mejor
acceso a la información.
Claro que no es tarea fácil: la invisibilidad que
les ha permitido consolidarse ha sido favorecida por el poder de patronazgo de
quienes tienen incidencia sobre la conformación de nuestras matrices de
interpretación: el poder mediático, que es el gran articulador de
todas las formas de poder.
Viviana Taylor