viernes, 9 de enero de 2015

Charlie Hebdo y el ataque terrorista: los musulmanes no son franceses


Como musulmán en París

 


Por Viviana Taylor


El terrible atentado en París contra la redacción de la revista Charlie Hebdo parece ser la referencia obligada de todos los medios. ¿Cómo no conmovernos? ¿Cómo no indignarnos ante semejante tragedia? Una tragedia con todos los condimentos e ingredientes que nos hacen pensar en esas tantas otras tragedias con las que se hermana en nuestro recuerdo entre las que consideramos que podrían –y deberían- haber sido evitables. Una tragedia que, sin embargo, como todas esas otras con las que se hermana en nuestro recuerdo, se diferencia y reconoce en su singularidad. Una singularidad que quizás no sea más que ficticia: un escenario diferente y otros actores apenas disimulan que el mismo guion se sigue repitiendo, sin demasiadas pretensiones de originalidad.

En este caso la singularidad está dada por la personalización de la tragedia: conocemos los nombres y las  caras de las víctimas del atentado. Si hasta el hasta entonces anónimo policía representa lo conocido, el orden en el que nos movemos, lo que reconocemos como propio. Esta vez no se trató de una de esas tragedias donde la enormidad numérica de las víctimas nos impacta por su magnitud pero nos hace perder la perspectiva de su humanidad. Esta vez fueron un puñado de personas que podemos reconocer y cuyas caras y nombres sabemos; cuyas viudas, madres, hijos, hermanos, amigos hemos visto llorar con un dolor con el que podemos identificarnos. Y porque también nos identificamos con el miedo frente al horror de saber que si no estuvieron a salvo ellos, nadie está exento.

Por eso no es sorprendente la referencia obligada en los medios periodísticos. Y tampoco lo es la profusión de fotografías de variopintos personajes y personalidades que colmaron las redes sociales con la leyenda “Je suis Charlie”. Algunos de los cuales –me permitiré el cinismo- seguramente jamás leyó la revista, y algunos otros que jamás la leería más que para horrorizarse por su laicismo de derechas que ha sabido ofender democrática y equitativamente a musulmanes, judíos, cristianos, a los cultores de la moralina tilinga, los adeptos ingenuos a la derecha política que confunden laicismo con izquierdismo, al conservadurismo social en general más por sus formas que por su contenido, y a los adherentes a las más variadas formas de intolerancia del pensamiento y la expresión. Pero a coro expresan “Nous sommes Charlie”. Y está bien que así sea: (casi) todos somos lo suficiente y necesariamente derechos y humanos como para serlo.

Tremenda tragedia. Y tremendo crimen: voy a decirlo ahora con claridad para que quede explicitado, y no parezca que estoy justificando lo injustificable. Pero, como todo tremendo crimen y como la mayoría de las tragedias, requiere que lo pensemos y nos pensemos.

Como todo crimen, este también tiene sus actores inmediatos. Lo más interesante sobre ellos es lo que la prensa corporativa internacional –esa con cuyos intereses y afinidades se identifica Charlie Hebdo aunque la novedad sorprenda a quienes la asocian con nuestras Humor y Barcelona- no ha dicho sobre ellos: que son jóvenes franceses.

La tremenda tragedia que enluta a Francia no fue provocada por una pequeña célula de terroristas musulmanes que ha asesinado a un grupo de ciudadanos franceses que encarnaba los valores republicanos, igualitarios y fraternos. La tremenda tragedia que enluta a Francia es que esta ha sido una más entre las muchas en las que se hacen evidentes las contradicciones internas de una Francia que se debate entre los valores heredados de la revolución y el mayo francés, y la Francia imperialista, conquistadora, arrasadora, genocida, exclusora y excluyente. La tremenda tragedia es que estos jóvenes musulmanes son jóvenes franceses.

La tremenda tragedia que enluta a Francia hoy ni siquiera es este horroroso asesinato múltiple que ha golpeado el corazón de los franceses bienpensantes y el de todos los hombres de buena voluntad que habitan el suelo de este mundo que soñamos más justo o al menos más equilibrado.

La tremenda tragedia que enluta a Francia es que con esta serie de atentados que se han venido sucediendo, hay ganadores.

Y aquí no han ganado los musulmanes. Ellos son quienes más han perdido, porque perdieron lo único que les quedaba: la posibilidad de ser en Francia, porque la de pertenecer al pueblo francés ya les había sido negada aun siendo franceses.

A los musulmanes en Francia hace rato les arrebataron la posibilidad de una identidad francesa: la construcción de la idea de que lo musulmán excluye lo francés ya había triunfado, y toda una generación de jóvenes musulmanes no considerados franceses habiendo nacido en Francia, ya está asistiendo desde hace años a la evidencia de la exclusión social.

Y aquí no han ganado. A la pérdida de su identidad como franceses, han sumado la construcción de una nueva identidad: son el enemigo público número 1 de Francia. Hoy no hay nada peor, nada más peligroso para la misma supervivencia, que ser un musulmán en París.

¿Quién gana, entonces con los atentados en París?

El único grupo cuyos intereses vienen consolidándose a fuerza de tragedias es la derecha. La derecha fascista francesa, la misma que ha abonado, propiciado, colaborado en su construcción y empujado a cada tragedia de la historia reciente de y desde Francia, la misma que ha logrado instalar la contradicción de identidades en una Francia que vive bajo la ilusión de la Fraternidad, la que ha logrado convencer a los franceses de que la diversidad es constitutiva de identidades contradictorias, y ha instalado las políticas públicas que colaboraron en la exclusión de los que no considera franceses, es quien se anotó un nuevo triunfo.

Y anotó doble: logró que no se hable de jóvenes franceses, sino de jóvenes musulmanes, consolidando las bases de su exclusión definitiva y final; y de paso asiste ¿alborozada? al llanto de Francia por la pérdida de quienes -cual chivos expiatorios- fueron ofrendados como sacrificio final que ya van a saber capitalizar.

Estos jóvenes franceses musulmanes ultimaron a quienes estaban de su lado: no porque pudieran defenderlos por musulmanes, sino porque los visibilizaba como excluidos con cada obsesiva referencia sobre su condición de musulmanes, de pobres, de nacidos en familias migrantes. Y con cada detonación con la que acabaron con sus vidas, les entregaron un triunfo a sus propios verdugos.

 

Hoy Francia llora desde una París fuertemente militarizada. La distopía ansiada por la derecha nos regala una de sus más caras escenas: el control y la represión justificados por el miedo de la mayoría. Y el miedo, como sabemos, es una emoción que nos obliga a actuar: estamos dispuestos a hacer o admitir lo que sea necesario para erradicarlo. La jauría de lobos ha rodeado el gallinero, que se siente protegido de las amenazas de un perro solitario. Y la jauría, mientras tanto, se apresta para devorárselos a ambos.

 

Mientras tanto, por estos lares, el diario Clarín y esa tribuna de doctrina –como se autodefine- que es el diario La Nación, aprovecharon para trazar los paralelismos necesarios para no quedarse fuera del reparto. Así, se apuraron en calificar a coro como “polémico” un tuit de la concejal y decana de la Facultad de Periodismo de la UNLP: Florencia Saintout había escrito que “los crímenes jamás tienen justificaciones pero sí contextos”.

De paso, aprovecharon para recordarnos que Saintout es “ultra k”, aunque obviaron aclararnos que ellos mismos son ultra procesistas, ultra conservadores, ultra derechistas. Extraña aclaración e interesante omisión: las calificaciones y las interpretaciones también tienen contextos, y por eso nos aportan las suyas sobre Saintout, aunque pretendan polémica que sea ella quien las busque. Quizás por eso silencien su propio contexto de interpretación. O quizás porque, como suele suceder con la derecha fascista con la que se hermanan e identifican, pretenden convencernos de que sus apreciaciones son de sentido común, mientras que las divergencias son pura construcción de grietas. O quizás porque, sin contextos, es más simple decretar sus propias afirmaciones: sólo se explica a los reprochables, para reprocharlos. Tal como -¿paradójicamente?- ha hecho el propio Clarín al publicar la nota de opinión en la que Osvaldo Pepe pretende forzar las interpretaciones de los hechos en Francia contra nuestra presidenta. Y tan bien lo ha logrado que hasta el fiscal Lanusse y el inefable Sanz se sumaron a replicar desde sus cuentas de twitter que el frío comunicado con que nuestro país se solidarizó con Francia es fruto de la insensibilidad y la falta de respeto a la libertad de prensa que detentaría Cristina. Afirmaciones que sólo se pueden sostener, por supuesto, sin considerar contextos.

Quizás por eso, como hace la derecha francesa con los jóvenes, ellos también se reserven el privilegio de definir quiénes son los jóvenes (y los niños, los adultos, los ancianos) que merecemos ser considerados argentinos, y quiénes no formamos parte de ese grupo con privilegios al que pretenden reducirnos.

No nos engañemos: la tremenda tragedia que hoy enluta a Francia nos conmueve porque no nos resulta extraña. Nosotros también llevamos en nuestro seno la desgracia de una derecha antipopular/antipopulista, obsesionada por instalar y sostener sus parámetros de privilegios-exclusión a fuerza de control social y represión. Una derecha antipopular, fascista, que se ha identificado históricamente con lo peor de nosotros y que ha escrito lo peor de nuestra historia.

Una derecha antipopular y fascista que, mal que nos pese, tal como en Francia (y como en cada lugar en la que su juego se hace evidente) no construye sus posibilidades desde la nada. Las construye a fuerza a alianzas: nos fuerza a unirnos a ella apelando a nuestro miedo.

En París no hay hoy nada peor que ser musulmán. En Argentina ya han logrado instalar la derechización del discurso sobre lo público: hasta los más progresistas y populistas hoy parecen entrampados en la obsesión de considerar a la inseguridad y la inflación como axiomas, y haber renunciado a las contextualizaciones para analizarlas y abordarlas como problema.

En París no hay hoy nada peor que ser musulmán. Y ha amanecido militarizada. En Argentina ya han logrado justificar que se perciba a un grupo bien determinado y definido como el origen y fuente de toda conflictividad social: han logrado que no todo lo que se define formalmente como delito sea percibido como tal (reaccionamos con máxima indignación ante el arrebato de una cartera, y con indiferencia ante la evasión de impuestos y el lavado de dinero de las empresas y empresarios); somos indiferentes –y hasta justificamos- la violencia compulsiva con que la policía metropolitana actúa en Buenos Aires, aun cuando en el día de ayer una niña de 8 años terminó herida por una bala de goma disparada por la misma policía durante el desalojo de una autopista, que los vecinos de Lugano (pobres, siempre pobres) cortaron en protesta por el corte de luz que comenzó el 7 de enero y se extendió por casi 24 tórridas horas. Si hasta la muerte nos impacta de modo diferente según a quién podamos responsabilizar: nos alzamos indignados ante la muerte de un niño Qom (que murió por las consecuencias  de la desnutrición porque las políticas públicas llegaron a tiempo para sus hermanitos pero para él ya era demasiado tarde, y no de hambre como quienes no contextualizan los problemas nos cuentan) y está bien que nos indignemos ante cada muerte evitable, pero no nos genera la misma reacción el aumento de la mortalidad infantil en la Ciudad de Buenos Aires, el distrito más rico de Argentina. 

La misma derecha que en Francia ha logrado que los jóvenes franceses musulmanes dejen de ser considerados franceses para ser sólo musulmanes, ha logrado que en Argentina lo intolerable sea percibido como aquello que nos perturba a quienes merecemos ser considerados argentinos. Como verbalizó hace unos días Mirtha Legrand apenas explicitando desde su mesa televisiva lo que se suele escuchar en ámbitos menos mediáticos: los que pagamos impuestos merecemos no ser molestados ni criticados por el gobierno ni cualquiera de sus afines. Interesantísimo y esclarecedor corolario: parecería que lo que nos define y separa es el dinero, así que quien puede pagar sus impuestos merece respeto y goza de incuestionabilidad, mientras que quien se beneficia de las políticas sociales que estos financian parecen no merecer (no pudieron pagarse) ni uno ni otra. Corolario que abreva en los supuestos simplistas y falaces de la más rancia derecha: como si los pobres no pagaran también impuestos, y como si los ricos no se beneficiaran de las políticas sociales. Porque lo que más y mejor ha logrado ocultar esta derecha falsamente liberal es que las políticas que promueven sí son las de un Estado fuertemente intervencionista, pero que sólo interviene en su propio beneficio.

Y tanto han logrado derechizar el discurso sobre lo público, que han vuelto a empujar hacia derechas inimaginables los límites de las opciones electoras. El FAP reconvertido en FAUNEN perdió su P y con esta pérdida se ha vuelto no sólo menos progresista, sino que la alianza que conforma se ha vuelto crecientemente conservadora. El reciente desembarco de De Narváez en el massismo derribó por completo su antigua prevención de que “massismo es más de lo mismo, massismo es más kirchnerismo” con la que nos arengaba durante las últimas PASO. La precandidatura de Scioli desde el FPV deja de lado la discusión acerca de qué tan kirchnerista es, aunque se lo considere su precandidato más a la derecha.  Y cómo no decirlo: un precandidato suficientemente derechizado como para ser aceptado por las corporaciones empresariales y mediáticas, junto con Macri y Massa, en una constelación en la que –mal que les pese reconocerlo- los Binner, Sanz, Carrió, Cobos, Alfonsín nada tienen para obtener aunque tengan todavía mucho para dar y conceder (cosa que afanosamente hacen, sin dejar de empujar límites que más de una vez los llevan al ridículo y la caricaturización).

Si hoy no hay nada peor que ser un musulmán en Francia, en Argentina la derecha lucha denodadamente para que no haya nada peor que ser popular (lo que viene a significar lo mismo que ser kirchnerista: la demonización de identidades funciona a fuerza de simplificaciones y reducciones). Y nuestra propia tragedia es la violencia permanente –a veces más física y brutal, otras más sutil y simbólica- con que la derecha ha venido combatiendo a lo largo de nuestra historia a los movimientos populares y todo lo que representan: quieren convencernos de que no se es verdaderamente argentino si no se asume esa identidad aspiracional tan propia del mediopelo con la que se rechaza todo lo que se identifica con lo popular, lo nacido del pueblo.

Si seguimos mirando la tragedia de Francia como lo que le pasó a Francia, si nos seguimos horrorizando por los actos de estos jóvenes franceses como los crímenes que cometen los musulmanes contra la Francia republicana, libre y fraterna, si seguimos sin poder ver más allá de la emoción que lógicamente nos conmueve, si no somos capaces de contextualizar los hechos, porque es polémico y parecería que hasta un tanto desalmado y justificador de los asesinatos, entonces no estamos entendiendo de qué se trata.

Y si seguimos sin entender de qué se trata, pronto seremos muchos los que nos sintamos como musulmanes en París.

Viviana Taylor
 


Mientras hacía una lectura final de este artículo, se comunicó la noticia de que mataron a los hermanos Kouachi, los jóvenes franceses musulmanes que presumiblemente cometieron el atentado en la redacción de Charlie Hebdo.
Los primeros comentarios me hacen sospechar que no se avanzará demasiado en el análisis de las causas mediatas y las condiciones inmediatas de los hechos. Parecería que, muerto los perros, se acabó la rabia. Ojalá me equivoque. Ojalá. Ojalá.
Viviana Taylor