Como musulmán en París
Por Viviana Taylor
El terrible atentado en París contra la redacción de la revista Charlie Hebdo parece ser la referencia obligada de todos los medios. ¿Cómo no conmovernos? ¿Cómo no indignarnos ante semejante tragedia? Una tragedia con todos los condimentos e ingredientes que nos hacen pensar en esas tantas otras tragedias con las que se hermana en nuestro recuerdo entre las que consideramos que podrían –y deberían- haber sido evitables. Una tragedia que, sin embargo, como todas esas otras con las que se hermana en nuestro recuerdo, se diferencia y reconoce en su singularidad. Una singularidad que quizás no sea más que ficticia: un escenario diferente y otros actores apenas disimulan que el mismo guion se sigue repitiendo, sin demasiadas pretensiones de originalidad.
En este caso la singularidad está
dada por la personalización de la tragedia: conocemos los nombres y las caras de las víctimas del atentado. Si hasta
el hasta entonces anónimo policía representa lo conocido, el orden en el que
nos movemos, lo que reconocemos como propio. Esta vez no se trató de una de
esas tragedias donde la enormidad numérica de las víctimas nos impacta por su
magnitud pero nos hace perder la perspectiva de su humanidad. Esta vez fueron
un puñado de personas que podemos reconocer y cuyas caras y nombres sabemos;
cuyas viudas, madres, hijos, hermanos, amigos hemos visto llorar con un dolor
con el que podemos identificarnos. Y porque también nos identificamos con el
miedo frente al horror de saber que si no estuvieron a salvo ellos, nadie está
exento.
Por eso no es sorprendente la
referencia obligada en los medios periodísticos. Y tampoco lo es la profusión
de fotografías de variopintos personajes y personalidades que colmaron las
redes sociales con la leyenda “Je suis
Charlie”. Algunos de los cuales –me permitiré el cinismo- seguramente jamás
leyó la revista, y algunos otros que jamás la leería más que para horrorizarse
por su laicismo de derechas que ha sabido ofender democrática y
equitativamente a musulmanes, judíos, cristianos, a los cultores de la moralina
tilinga, los adeptos ingenuos a la derecha política que confunden laicismo con izquierdismo, al conservadurismo social en
general más por sus formas que por su contenido, y a los adherentes a las más variadas formas de intolerancia del
pensamiento y la expresión. Pero a coro expresan “Nous sommes Charlie”. Y está bien que así sea: (casi) todos somos
lo suficiente y necesariamente derechos y humanos como para serlo.
Tremenda tragedia. Y tremendo
crimen: voy a decirlo ahora con claridad para que quede explicitado, y no
parezca que estoy justificando lo injustificable. Pero, como todo tremendo
crimen y como la mayoría de las tragedias, requiere que lo pensemos y nos
pensemos.
Como todo crimen, este también
tiene sus actores inmediatos. Lo más interesante sobre ellos es lo que la
prensa corporativa internacional –esa con cuyos intereses y
afinidades se identifica Charlie
Hebdo aunque la novedad sorprenda a quienes la asocian con nuestras Humor y Barcelona- no ha dicho sobre ellos: que son jóvenes franceses.
La tremenda tragedia que enluta a
Francia no fue provocada por una pequeña célula de terroristas musulmanes que
ha asesinado a un grupo de ciudadanos franceses que encarnaba los valores
republicanos, igualitarios y fraternos. La tremenda tragedia que enluta a
Francia es que esta ha sido una más entre las muchas en las que se hacen
evidentes las contradicciones internas de una Francia que se debate entre los
valores heredados de la revolución y el mayo francés, y la Francia imperialista,
conquistadora, arrasadora, genocida, exclusora y excluyente. La tremenda
tragedia es que estos jóvenes musulmanes son jóvenes franceses.
La tremenda tragedia que enluta a
Francia hoy ni siquiera es este horroroso asesinato múltiple que ha golpeado el
corazón de los franceses bienpensantes y el de todos los hombres de buena
voluntad que habitan el suelo de este mundo que soñamos más justo o al menos más equilibrado.
La tremenda tragedia que enluta a
Francia es que con esta serie de atentados que se han venido sucediendo, hay
ganadores.
Y aquí no han ganado los
musulmanes. Ellos son quienes más han perdido, porque perdieron lo único que
les quedaba: la posibilidad de ser en
Francia, porque la de pertenecer al pueblo francés ya les había sido negada aun siendo franceses.
A los musulmanes en Francia hace rato les arrebataron la posibilidad de una identidad francesa: la construcción de la idea de que lo musulmán excluye lo
francés ya había triunfado, y toda una generación de jóvenes musulmanes no
considerados franceses habiendo nacido en Francia, ya está asistiendo desde
hace años a la evidencia de la exclusión social.
Y aquí no han ganado. A la
pérdida de su identidad como franceses, han sumado la construcción de una nueva
identidad: son el enemigo público número 1 de Francia. Hoy no hay nada peor,
nada más peligroso para la misma supervivencia, que ser un musulmán en París.
¿Quién gana, entonces con los
atentados en París?
El único grupo cuyos intereses vienen
consolidándose a fuerza de tragedias es la derecha. La derecha fascista
francesa, la misma que ha abonado, propiciado, colaborado en su construcción y empujado
a cada tragedia de la historia reciente de y desde Francia, la misma que ha
logrado instalar la contradicción de identidades en una Francia que vive bajo
la ilusión de la Fraternidad, la que ha logrado convencer a los franceses de
que la diversidad es constitutiva de identidades contradictorias, y ha
instalado las políticas públicas que colaboraron en la exclusión de los que no
considera franceses, es quien se anotó un nuevo triunfo.
Y anotó doble: logró que
no se hable de jóvenes franceses, sino de jóvenes musulmanes, consolidando las
bases de su exclusión definitiva y final; y de paso asiste ¿alborozada? al llanto de
Francia por la pérdida de quienes -cual chivos expiatorios- fueron ofrendados como sacrificio final que ya van a saber capitalizar.
Estos jóvenes franceses
musulmanes ultimaron a quienes estaban de su lado: no porque pudieran
defenderlos por musulmanes, sino porque los visibilizaba como excluidos con cada obsesiva referencia sobre su condición de musulmanes, de pobres, de nacidos en familias migrantes. Y con cada detonación con la
que acabaron con sus vidas, les entregaron un triunfo a sus propios verdugos.
Hoy Francia llora desde una París
fuertemente militarizada. La distopía ansiada por la derecha nos regala una de
sus más caras escenas: el control y la represión justificados por el miedo de
la mayoría. Y el miedo, como sabemos, es una emoción que nos obliga a actuar: estamos dispuestos a hacer o admitir lo que sea necesario para erradicarlo. La jauría de lobos ha rodeado el gallinero, que se siente protegido
de las amenazas de un perro solitario. Y la jauría, mientras tanto, se apresta
para devorárselos a ambos.
Mientras tanto, por estos lares, el
diario Clarín y esa tribuna de doctrina –como se autodefine- que es el diario
La Nación, aprovecharon para trazar los paralelismos necesarios para no quedarse fuera del reparto. Así, se apuraron en calificar a coro como “polémico”
un tuit de la concejal y decana de la Facultad de Periodismo de la UNLP: Florencia
Saintout había escrito que “los crímenes jamás
tienen justificaciones pero sí contextos”.
De paso, aprovecharon para
recordarnos que Saintout es “ultra k”,
aunque obviaron aclararnos que ellos mismos son ultra procesistas, ultra
conservadores, ultra derechistas. Extraña aclaración e interesante omisión: las
calificaciones y las interpretaciones también tienen contextos, y por eso nos
aportan las suyas sobre Saintout, aunque pretendan polémica que sea ella quien las busque.
Quizás por eso
silencien su propio contexto de interpretación. O quizás porque, como suele
suceder con la derecha fascista con la que se hermanan e identifican, pretenden
convencernos de que sus apreciaciones son de sentido común, mientras que las
divergencias son pura construcción de grietas. O quizás porque, sin
contextos, es más simple decretar sus propias afirmaciones: sólo se explica a
los reprochables, para reprocharlos. Tal como -¿paradójicamente?- ha hecho el propio Clarín al publicar la nota de opinión en la que Osvaldo Pepe pretende forzar las interpretaciones de los hechos en Francia contra nuestra presidenta. Y tan bien lo ha logrado que hasta el fiscal Lanusse y el inefable Sanz se sumaron a replicar desde sus cuentas de twitter que el frío comunicado con que nuestro país se solidarizó con Francia es fruto de la insensibilidad y la falta de respeto a la libertad de prensa que detentaría Cristina. Afirmaciones que sólo se pueden sostener, por supuesto, sin considerar contextos.
Quizás por eso, como hace la
derecha francesa con los jóvenes, ellos también se reserven el privilegio de
definir quiénes son los jóvenes (y los niños, los adultos, los ancianos) que
merecemos ser considerados argentinos, y quiénes no formamos parte de ese grupo
con privilegios al que pretenden reducirnos.
No nos engañemos: la tremenda
tragedia que hoy enluta a Francia nos conmueve porque no nos resulta extraña.
Nosotros también llevamos en nuestro seno la desgracia de una derecha
antipopular/antipopulista, obsesionada por instalar y sostener sus parámetros
de privilegios-exclusión a fuerza de control social y represión. Una derecha
antipopular, fascista, que se ha identificado históricamente con lo peor de
nosotros y que ha escrito lo peor de nuestra historia.
Una derecha antipopular y
fascista que, mal que nos pese, tal como en Francia (y como en cada lugar en la
que su juego se hace evidente) no construye sus posibilidades desde la nada. Las
construye a fuerza a alianzas: nos fuerza a unirnos a ella apelando a nuestro miedo.
En París no hay hoy nada peor que
ser musulmán. En Argentina ya han logrado instalar la derechización del
discurso sobre lo público: hasta los más progresistas y populistas hoy parecen entrampados
en la obsesión de considerar a la inseguridad y la inflación como axiomas, y
haber renunciado a las contextualizaciones para analizarlas y abordarlas como
problema.
En París no hay hoy nada peor que
ser musulmán. Y ha amanecido militarizada. En Argentina ya han logrado
justificar que se perciba a un grupo bien determinado y definido como el origen
y fuente de toda conflictividad social: han logrado que no todo lo que se
define formalmente como delito sea percibido como tal (reaccionamos con máxima
indignación ante el arrebato de una cartera, y con indiferencia ante la evasión
de impuestos y el lavado de dinero de las empresas y empresarios); somos
indiferentes –y hasta justificamos- la violencia compulsiva con que la policía
metropolitana actúa en Buenos Aires, aun cuando en el día de ayer una niña de 8
años terminó herida por una bala de goma disparada por la misma policía durante
el desalojo de una autopista, que los vecinos de Lugano (pobres, siempre pobres)
cortaron en protesta por el corte de luz que comenzó el 7 de enero y se
extendió por casi 24 tórridas horas. Si hasta la muerte nos impacta de modo diferente según a quién podamos responsabilizar: nos alzamos indignados ante la muerte de un niño Qom (que murió por las consecuencias de la desnutrición porque las políticas públicas llegaron a tiempo para sus hermanitos pero para él ya era demasiado tarde, y no de hambre como quienes no contextualizan los problemas nos cuentan) y está bien que nos indignemos ante cada muerte evitable, pero no nos genera la misma reacción el aumento de la mortalidad infantil en la Ciudad de Buenos Aires, el distrito más rico de Argentina.
La misma derecha que en Francia
ha logrado que los jóvenes franceses musulmanes dejen de ser considerados
franceses para ser sólo musulmanes, ha logrado que en Argentina lo intolerable
sea percibido como aquello que nos perturba a quienes merecemos ser
considerados argentinos. Como verbalizó hace unos días Mirtha Legrand apenas
explicitando desde su mesa televisiva lo que se suele escuchar en ámbitos menos
mediáticos: los que pagamos impuestos merecemos no ser molestados ni criticados
por el gobierno ni cualquiera de sus afines. Interesantísimo y esclarecedor
corolario: parecería que lo que nos define y separa es el dinero, así que quien
puede pagar sus impuestos merece respeto y goza de incuestionabilidad, mientras
que quien se beneficia de las políticas sociales que estos financian parecen no
merecer (no pudieron pagarse) ni uno ni otra. Corolario que abreva en
los supuestos simplistas y falaces de la más rancia derecha: como si los pobres
no pagaran también impuestos, y como si los ricos no se beneficiaran de las
políticas sociales. Porque lo que más y mejor ha logrado ocultar esta derecha
falsamente liberal es que las políticas que promueven sí son las de un Estado
fuertemente intervencionista, pero que sólo interviene en su propio beneficio.
Y tanto han logrado derechizar el
discurso sobre lo público, que han vuelto a empujar hacia derechas
inimaginables los límites de las opciones electoras. El FAP reconvertido en
FAUNEN perdió su P y con esta pérdida se ha vuelto no sólo menos progresista,
sino que la alianza que conforma se ha vuelto crecientemente conservadora. El reciente
desembarco de De Narváez en el massismo derribó por completo su antigua
prevención de que “massismo es más de lo
mismo, massismo es más kirchnerismo” con la que nos arengaba durante las
últimas PASO. La precandidatura de Scioli desde el FPV deja de lado la discusión
acerca de qué tan kirchnerista es, aunque se lo considere su precandidato más a
la derecha. Y cómo no
decirlo: un precandidato suficientemente derechizado como para ser aceptado por
las corporaciones empresariales y mediáticas, junto con Macri y Massa, en una
constelación en la que –mal que les pese reconocerlo- los Binner, Sanz, Carrió,
Cobos, Alfonsín nada tienen para obtener aunque tengan todavía mucho para dar y
conceder (cosa que afanosamente hacen, sin dejar de empujar límites que más de
una vez los llevan al ridículo y la caricaturización).
Si hoy no hay nada peor que ser
un musulmán en Francia, en Argentina la derecha lucha denodadamente para que no
haya nada peor que ser popular (lo que viene a significar lo mismo que ser kirchnerista:
la demonización de identidades funciona a fuerza de simplificaciones y
reducciones). Y nuestra propia tragedia es la violencia permanente –a veces más
física y brutal, otras más sutil y simbólica- con que la derecha ha venido
combatiendo a lo largo de nuestra historia a los movimientos populares y todo
lo que representan: quieren convencernos de que no se es verdaderamente
argentino si no se asume esa identidad aspiracional tan propia del mediopelo con
la que se rechaza todo lo que se identifica con lo popular, lo nacido del
pueblo.
Si seguimos mirando la tragedia
de Francia como lo que le pasó a Francia,
si nos seguimos horrorizando por los actos de estos jóvenes franceses como los crímenes que cometen los musulmanes
contra la Francia republicana, libre y fraterna, si seguimos sin poder ver
más allá de la emoción que lógicamente nos conmueve, si no somos capaces de
contextualizar los hechos, porque es polémico y parecería que hasta un tanto
desalmado y justificador de los asesinatos, entonces no estamos entendiendo de
qué se trata.
Y si seguimos sin entender de qué
se trata, pronto seremos muchos los que nos sintamos como musulmanes en París.
Viviana Taylor
Mientras hacía una lectura final de este artículo, se comunicó la noticia
de que mataron a los hermanos Kouachi, los jóvenes franceses musulmanes que
presumiblemente cometieron el atentado en la redacción de Charlie Hebdo.
Los primeros comentarios me hacen sospechar que no se avanzará demasiado en
el análisis de las causas mediatas y las condiciones inmediatas de los hechos.
Parecería que, muerto los perros, se acabó la rabia. Ojalá me equivoque. Ojalá.
Ojalá.
Viviana Taylor