Encuentros y desencuentros
con la realidad rebelada
en la búsqueda de la verdad revelada
Entre el martes 3 y el jueves 5 de octubre, el
ISFD 112 de San Miguel (Pcia de Buenos Aires) realizó sus Primeras Jornadas
Institucionales de Género.
El texto que sigue recoge mi participación en
el panel del último día.
Por Viviana Taylor
Cada vez que se
aborda la identidad de género como tema, es inevitable defraudar la expectativa
de acercar certezas. Lo único que se puede afirmar es que estamos transitando
un ámbito de conocimiento sobre lo más profundamente humano, donde lo que hemos
acumulado no es mucho más que un conjunto de saberes escritos con lápiz en un
borrador que estamos rehaciendo permanentemente.
Existe cierto
consenso respecto de que nada de lo que afirmemos que pueda semejar una
explicación acerca del origen o la causa de nuestra identidad de género debería
ser asumido como verdad revelada. Sin embargo, no dejamos de buscarla. Y en esa
búsqueda, en contradicción con los postulados que decimos sostener, seguimos
poniendo demasiada atención a los órganos genitales.
Como sociedad, a
partir de esa constatación fundante
de la presencia de una vagina o un pene, asignamos una identidad de género que
no es más que una apuesta. Y vamos más allá, derivando la futura orientación
sexual como consecuencia directa. Apuesta, en fin, que no es otra cosa que una
anticipación del resultado esperado, pero que sostenemos con una fe en la
fuerza de su determinación que no se condice con las evidencias de la realidad.
Y -como con toda afirmación de fe sucede- cuando la realidad la contradice,
asumimos que la equivocada es la realidad.
Sin embargo, la
contradicción aparece. Y se empecina en seguir apareciendo. Todo el tiempo, en
todas las culturas, en todos lados… Y así ha venido sucediendo, al menos desde
que tenemos algún registro, a lo largo de toda nuestra historia.
No hay una ley
natural que determine que la presencia del pene o de la vagina sea la causa
efectiva y explicativa de la identidad de género ni de la orientación sexual.
Si así fuese, sería verificable en el 100% de los casos. Y no es lo que está
sucediendo.
Si no hay una ley
natural, ¿por qué hacemos apuestas que asumimos como certezas?
Porque estas apuestas
son una imposición cultural que no busca afirmar ni explicar la realidad, sino
crearla. Son parte de un conjunto de regulaciones para sostener el binario
varón-mujer con características bien diferenciadas, y dan lugar a un sistema de
disciplinamiento para aquellos casos en que la realidad se insubordina al mandato,
se rebela a lo impuesto.
Nuestra sociedad y
nuestra cultura, son esencialmente binarias: varones con penes, de infancia celeste
y jugando con camiones, armas y pelotas, halagados por su rapidez mental para
resolver cuentas, por su intrepidez deportiva, su capacidad para generar dinero
y construir cosas; mujeres con vagina, de infancia rosa y jugando con muñecas,
a la maestra y a las visitas, halagadas por la prolijidad de sus cuadernos
escolares adornados con colores, por la obediencia sumisa a las figuras de
autoridad, y por el desempeño amoroso y abnegado en tareas y profesiones de
cuidado.
Pero además de ser
binaria, nuestra sociedad está estructurada por un doble orden de dominación -patriarcal
y capitalista- por el cual uno de los términos del binario está en situación de
privilegio, a la vez que sobre la totalidad de los sujetos opera una segunda
forma de subordinación basada en relaciones de explotación. En nuestra
sociedad, no hay escalón más bajo que el de las mujeres transgénero, lesbianas
y pobres, ni peor insulto que “ni para
puta servís”.
Sobran, sin embargo,
evidencias de que estas no son más que regulaciones culturales, no determinadas
biológicamente por la presencia de penes o vaginas. Regulaciones culturales que
también encontramos en otras sociedades, donde operan en torno de otros
mandatos, intentando crear realidades diferentes.
Un caso de análisis
muy interesante para desnaturalizar este binario constitutivo es el de las muxé, que forman parte integral de la
cultura zapoteca en México, y que construyen su identidad como un tercer
género. Habiendo sido designadas como varones por nacimiento, se identifican
con las conductas socialmente asignadas a las mujeres, y se perciben a sí mismas
como una alternativa no binaria de género, lo que les permite alternar roles
femeninos y masculinos tanto en la esfera social como privada, sin asimilarse a
una orientación sexual determinada. Consecuentemente, si bien la mayoría forma
pareja con varones, son muchos los que asumen el rol masculino de esposos y
padres, y contraen matrimonio según las formas tradicionales. Y entre las
familias tradicionales, suelen ser considerados “el mejor de sus hijos” ya que permanecen con sus padres, a quienes
cuidan en su ancianidad, a diferencia de los hijos varones que suelen
desligarse del cuidado familiar cuando forman su propia familia. Sus prácticas
culturales y de género -que contradicen el modelo hegemónico de masculinidad-
provienen desde tiempos precolombinos, y han sobrevivido a pesar de la
hegemonía de la concepción binaria de género durante la conquista de América.
La presentación en
2005 del documental “Muxés: auténticas,
intrépidas y buscadoras de peligro”, de la directora Alejandra Islas, abrió
en México una discusión inicial sobre su derecho a vestir los trajes y a tener
igual trato que las mujeres en las fiestas tradicionales, que luego se extendió
a otros temas sexuales y de género.
Otro caso interesante,
es el de la tribu Keraki en Nueva Guinea, que nos permite poner en tensión el
modo en que operan las regulaciones sociales sobre la construcción de la
orientación sexual.
En esta tribu, los
varones jóvenes son iniciados sexualmente por coito anal por hombres mayores, y
durante toda su soltería sus prácticas sexuales consisten en iniciar a otros
varones jóvenes. Así, el proceso de construcción del status de adulto pleno
pasa por dos fases previas caracterizadas por la sodomía pasiva iniciática, que
habilita a la sodomía activa, hasta que con el matrimonio se alcanza el status
social pleno de varón casado, que por un lado permite mantener relaciones
sexuales con mujeres, y por otra prohíbe todo contacto sexual con otros
varones.
Así, lo que para nuestra cultura son conductas
vinculadas a la orientación sexual, para la cultura keraki son fases
constitutivas del proceso de construcción del status de adulto pleno.
No sobreabundaré en
otros ejemplos, ya que la literatura sobre género y sexualidad rebosan de casos
que nos proveen de evidencias sobre las diferencias culturales en las
definiciones sobre identidad de género y orientación sexual. Y la persistencia
obstinada en la búsqueda de una explicación genética, epigenética,
neurofisiológica o neurocognitiva sobre ellas, no ha hecho más que reforzar la sospecha
de que si hay un Santo Grial por ser encontrado, es más probable que se lo
halle en los modos en que operan las regulaciones y disciplinamientos sociales
que en lo biológico. A pesar de ello, no se ha puesto el mismo esfuerzo en la
búsqueda de explicaciones acerca de cómo estas regulaciones logran generar
conformidad, que el que se ha puesto para intentar dilucidar las causas que
expliquen la disconformidad con la identidad de género asignada, los roles de
género impuestos, y la orientación sexual heteronormada.
Sin embargo, es justamente
en esta realidad insubordinada, rebelada, es donde encontramos algún atisbo de
verdad revelada. Si bien lo biológico, lo genético, lo neurofisiológico, no son
causa ni explican la identidad de género ni la orientación sexual, las admiten.
Y las admiten como diversas. Lo estructuralmente constitutivo de la identidad
humana es lo diverso, lo múltiple y lo complejo. Y en esta complejidad, el
género es una de las dimensiones de nuestra identidad, que emerge como
entramado de una diversidad de dimensiones, orientaciones y estructuras: de
género, sexuales, familiares, sociales, culturales, históricas, religiosas,
políticas…
Frente a esta
realidad rebelada que se revela, podemos asumir tres actitudes posibles.
1.
Negación. Manteniéndonos
dentro del paradigma binario varón-mujer, donde lo normal es que estén
determinados por la presencia de pene o vagina, orientados heterosexualmente y
con el cumplimiento de los roles de género culturalmente asignados. E
identificar esa normalidad con lo sano y/o lo moral. Consecuentemente,
interpretar a la realidad en rebeldía como déficit. Un déficit que se debe
curar, corregir, reorientar, reeducar, rehabilitar, castigar, excluir. E
incluso, que en algunos casos se puede llegar a tolerar bajo la condición de
que la realidad insubordinada se discipline al mandato binario: que los cuerpos
sean intervenidos médicamente para asimilarlos al de los verdaderos hombres y verdaderas
mujeres que portan pene o vagina por privilegio de nacimiento, y asuman la
orientación sexual que se le asigna a su nueva condición de elección.
2.
Tolerancia. Implica aceptar la
existencia de los diferentes y su derecho a expresar la particularidad que los
diferencia, en tanto no obstaculice ni condicione el sistema de privilegios del
que participamos por pertenecer a la supuesta homogeneidad en que nos
reconocemos. Las particularidades se interpretan como marcas de identidad
exclusivas y excluyentes: quienes las comparten son absolutamente iguales entre
sí, y absolutamente diferentes a los otros. Consecuentemente determinan
agrupamientos estancos y sin relaciones entre sí. Socialmente, equivale a
mostrarse capaces de compartir el territorio sin entramarse en vínculos
significativos. El mayor peligro de los tolerantes es su tendencia a tolerar:
excepto la propia (naturalizada, a la que vivencian como de sentido común), consideran todas las posiciones como igualmente
valiosas, poniendo en la misma posición a víctimas y victimarios, explotadores
y explotados, privilegiados y vulnerados. Consideran a todas estas expresiones
como igualmente válidas, y se ponen a sí mismos a una equidistancia axiológica
y aséptica, pretendidamente superadora, sin capacidad para autoevaluar sus
actitudes y conductas como reproductoras de un sistema de sojuzgamiento y
opresión.
3.
Sensibilidad activa. Surge como consecuencia
de haber reflexionado sobre la complejidad y multiplicidad de lo humano, y
sentirse parte de esa diversidad, lo que lleva a asumir que los derechos
inalienables son de todas las personas, y no sólo para una expresión de la
diversidad posible. La sensibilidad activa lleva a tomar posición por la
defensa de los derechos de los vulnerados y los vulnerables, y a cuestionar
nuestra sociedad y cultura binarias y estructuradas por la doble dominación
patriarcal y capitalista como un sistema de opresión en el que todos y todas
estamos entrampades: incluides, excluides y vulnerables. Cuestionamiento que se
asume en actitudes efectivas, con una vigilancia permanente de la propia
conducta para no reproducir el sistema de regulaciones y disciplinamiento en
los ámbitos en que nos desarrollamos.
Por último, no
quiero dejar de volver a esta idea de que todo lo que hoy sostenemos sobre
identidad de género y orientación sexual son saberes parciales escritos en
borradores y con lápiz.
Sospecho que, para
poder avanzar en la construcción de un mayor grado de certeza, necesitamos
alejarnos de tres obsesiones heredadas de nuestra tradición epistemológica:
1.
La obsesión por nombrar.
2.
La obsesión por construir taxonomías.
3.
La obsesión por establecer relaciones causales.
Nos encanta nombrar
para definir, y así poder sostener la ilusión de que hemos aprehendido un
objeto real como objeto de conocimiento. Y nos encanta clasificarlos según
categorías para ubicarlos en una taxonomía. Decimos cisgénero, transgénero,
heterosexual, gay, lesbiana, bisexual, pansexual, intersexual, asexual, queer,
travesti… palabras que usamos como marcas de identidad que refieren a grupos
homogéneos de individuos absolutamente iguales entre sí, absolutamente
diferentes a otros grupos. Conceptualizaciones que vuelven a encuadrarse en el
sistema binario como condición, si no fundante de la identidad, al menos de
referencia desde la cual comenzar a definirlas.
No tengo dudas de
que hoy necesitamos de estas palabras. Porque nombrar visibiliza. Y visibilizar
es requisito inicial para el camino hacia la sensibilización activa de nuestra
sociedad. Pero el verdadero cambio cultural se funda en la construcción de una
sociedad que se reconozca en la singularidad que la define, y sea capaz de
percibir que esa singularidad está estructurada por la diversidad, la
multiplicidad y la complejidad que la conforman. Una cultura y una sociedad en
que estas categorías dejan de tener sentido para abrazar lo diverso de lo
humano.
Por Viviana Taylor