La Culpa no siempre es
del otro
Viviana Taylor
Pocas cosas deben ser tan deliciosas para los lectores de
columnas sobre la actualidad social y política como encontrar joyitas de este
quilate. Lo sé porque me reconozco ávida lectora en general, y porque nada he
hecho por disimular mi afición a los vericuetos y los melindros de los relatos
de los medios.
Paso a contarles cómo me encontré con esta última delicia,
porque mi deleite está vinculado con el comensalismo: los manjares me saben más
deliciosos si tengo con quiénes compartirlos.
Resulta que el día viernes, como todas las mañanas de cada viernes,
estaba escuchando Mañana es hoy, el programa de Roberto Caballero en Radio
Nacional. Y fue allí que me encontré con Santiago Varela, quien con su
usualmente delicada y ácida ironía, se despachaba contra el columnista de La
Nación Fernando Laborda.
Paso a contarles de qué venía la cosa. Resulta que don
Santiago Varela contaba que el caballero en cuestión (el del diario, no el del
apellido) había publicado el 12 de septiembre su puntual columna, haciendo mención a él y su trabajo, sin tono ni
concierto.
Sin tono porque, como contó el propio Varela al aire (y quedó registrado en la página de Radio Nacional) se valió de un texto escrito en otro contexto (valga la
cacofonía) y dedicado a otro destinatario, para aplicárselo a Cristina, como si
de ella se tratara. Por si fuera poco, le adjudicó a Tato Bores su
interpretación (a pesar de que le reconoció la autoría) a modo de apelación a
su autoridad para –más allá de la muerte, y erigiéndose en su interpretador de inciertas
afinidades políticas actuales- golpear al gobierno por donde supuso que más iba
a dolerle: a través de la palabra de quien durante décadas trascendió el humor
y fue reconocido como uno de los más influyentes comentadores en clave popular
de la realidad política y social argentina.
Y sin concierto porque, como también contó el propio Varela,
don Laborda no le pidió autorización para valerse de su texto (cosa que hace en
una extensión tal que podríamos calificar como de afanoso plagio, si no hubiese
citado autor y si no fuese que más bien incurrió en una ¿malintencionada? tergiversación).
Y no se lo pidió tal como tampoco se lo había pedido el 29 de junio de 2001, cuando recurrió a este mismo texto para defenestrar a otro presidente, cuyo nombre preferiría no recordar pero que
no nos conviene olvidar: Fernando De la Rúa. Claro que aquella primera vez –ay,
los errores y omisiones de las primeras veces…- olvidó mencionar que la autoría
del original le correspondía a Santiago Varela, aunque ya le había adjudicado
falsamente su divulgación a Tato. Parece que don Laborda corrige algunas
omisiones, pero no puede dejar de incurrir en la mentira. Igual yo no cargaría
las tintas sobre estas falsedades: después de todo, ya configuran un pacto
entre autor y lector en el diario en cuestión: bien sabemos que de lo que
solemos leer en La Nación probablemente la mitad no sea cierto, y la otra mitad…
tampoco. Ni siquiera lo consideraría un diario periodístico, en el sentido de “informativo”,
sino más bien una especie de publicación
diaria de autoafirmación, para quienes necesitan reconfirmar continuamente
que alguien más repite sus mismas obsesiones, a modo de terapia de
reforzamiento y justificación para poder seguir siendo quienes son.
En síntesis, ¿qué podemos decir sobre la columna publicada
por Laborda el pasado 12 de septiembre?
Que don Laborda no pide permiso para afanosamente inspirarse
en textos ajenos para expresar lo que pretende, aunque el original no se refiriera
a esa cuestión ni a esas personas ni a esa situación. El contexto, por ahora,
nos lo debe.
Que don Laborda no es tímido al incurrir en una desviación de
la verdad, a fin de aportar una cierta pátina de autoridad y prestigio a lo que
pretende afirmar. Se ve que con su propio nombre y la solidez de sus argumentos
no alcanza.
Que don Laborda es vago o –por lo menos- se está quedando
escaso de ideas: está reciclando no sólo material de otros, sino material
viejo. ¿Será que cree que nadie advertiría que ya había apelado a la misma
columna, con las mismas palabras e idéntica estrategia, para defenestrar a otro
presidente, con el país en otra situación y presidiendo otro modelo?
Que don Laborda es coqueto. Como una reversión de Dorian Gray,
su retrato en la columna no envejece a lo largo de los años: mal hecho. En fotografías mucho más actualizadas (por caso, del año pasado, cuando expuso en la CADAL sus visión sobre el escenario electoral que se avecinaba) se lo ve más robusto pero sin dudas también más
favorecido. Sospecho que en su ponencia no citó a Varela ni a Tato: en territorio amigo, quienes
van no necesitan disfrazarse de lo que no son. Claro, territorio amigo para ellos: para los intereses de nuestro país nada está más lejos que tener a esta agencia de la CIA en Argentina en semejante consideración.
Y a modo de cuestión derivada: ¿qué le está pasando a La
Nación, que ya ni cuida la autoría de lo que publica? Porque el caso de Laborda
no es único ni aislado: ahí no más lo tenemos a Nik, plagiador serial con una
especial afición por Quino.
Uno es azar.
Dos es recurrencia.
Si encontramos un tercero,
tenemos un patrón.
Viviana Taylor