Lo que sigue es un cuento. Todo
parecido con la realidad se debe a la casualidad, y la autora de este relato no
se hace cargo de la similitud que pudieran tener las (malas) conductas ajenas
con su frondosa imaginación para contar historias.
Y cayó un rayo
Casi un cuento de hadas
Por Viviana Taylor
Había una vez una, en algún lugar,
una hermosa playa. Y resulta que en la hermosa playa mucha gente estaba
disfrutando de una maravillosa tarde. Tarde de verano. Calurosa.
Y en esa hermosa playa, esa maravillosa
tarde, al tiempo se le ocurrió una idea: armar una tormenta. Mala idea. Peor
que mala: una tormenta eléctrica.
Y como la playa era hermosa, y la
tarde maravillosa, y era verano y hacía calor, y la gente no sabe lo que
debería saber, o lo sabe pero no está atenta, o está atenta pero no hace caso…
pasó lo que no debió haber pasado. Son cosas que pasan.
Lejos de allí, en otro lugar que
no era una hermosa playa pero donde también hacía calor, otra gente se enteraba
de lo que había sucedido.
Y entre esa gente, como en todo
cuento de hadas, había una bruja mala. Pero como este es un cuento adaptado a
nuevos tiempos, vamos a introducir algunos cambios. La mujer no era una bruja
mala: era una periodista, que a fuerza de trabajar de vocera de políticos –y por
esas cosas de la vida que en este cuento no vamos a contar- se convirtió en
operadora política.
La bruja mala (perdón, perdón: actualizo)
La periodista operadora política se preguntó desde su cuenta en una red social por
qué se estaba hablando de tragedia, si no podría haberse puesto un pararrayos,
si no los había en la ciudad donde estaba la hermosa playa, o si sería que no
funcionaban. Y como quería comunicarse con una radio sin que otros supieran lo
que diría, escribió otro mensaje pidiéndole que la sigan. Y es que no era
cualquier radio: era una radio pública
de una ciudad con un gobierno opositor a la gestión dictatorial de una reina
nacional.
Y, como no podía ser de otra
manera, en unos pocos mensajes más quedó asociada la mala idea que había tenido
el clima al arrojarle un rayo a la hermosa playa, con la supuesta corrupción de
un supuestamente sobrepagado intendente que no había arbitrado los medios para
llenarla de superpararrayos o –por qué no, si habría sido más efectiva- al
menos una campana repeledora de rayos, que los hiciese rebotar y –ya que
estamos- hasta podría redirigirlos sobre ese castillo de color rosa hacía
tantos años usurpado por la reina y su chusma plebeya.
De paso, como el supuestamente
corrupto supuestamente sobrepagado intendente había sido director del hospital
de la ciudad con la hermosa playa antes de dedicarse a la política, no venía
mal expresar los más sinceros deseos de que los heridos fuesen derivados al otro
–el de Mar del Plata- ya que el de Gesell (perdón, perdón, corrijo) el de la
hermosa playa –parecería, según dijo- era muy limitado.
Claro, es que el supuestamente
corrupto supuestamente sobrepagado intendente de la hermosa playa pertenecía a
la chusma plebeya que ocupa la casa (perdón) castillo rosado. Y, encima, lo
hacía desde las huestes del nunca suficientemente despreciado ministro de
interior y transporte, que tanto venía atentando contra los intereses en favor
de los cuales opera la periodista.
¿Y saben lo que pasó? ¿Y saben lo
que pasó? Noooooo… todas la brujerías de la operadora de Gulubú… En fin. A
veces las cosas no prenden. O sí, pero más despacito:
1-
Quien debía salir al aire después de que
enviara el mensaje a la radio, ese día no salió. También estas son cosas que
pasan…
2-
Por esas cosas de las coincidencias o las
casualidades, quien debió salir y no salió, no hizo un solo comentario en las
redes sociales sobre la hermosa playa ni la fea tormenta (a pesar de que estaba
conectado, y no dejó de hacerlo sobre otras cuestiones). Sí retwitteó, en cambio, el de un compañero
de otro medio, con quien se
parapetan espalda contra espalda en la lucha contra la chusma plebeya. El mensaje retwitteado
era claro: podría parecer ensañado con un chiste ácido, sobreactuando un
desagrado cuando ninguno de ellos posee un estómago tan delicado. El chiste ofensor podría ser negro, pero tampoco lo era
tanto… Pero había sido escrito por alguien de una revista alternativa, y el repudio estaba siendo promovido por el Lobo pseudocientífico de divulgación del Grupo, que tiene sus razones para atacar la publicación. Pero
eso también es argumento para otro cuento, y ya lo he contado. La bajada de
línea de la crítica era más clara: los ánimos estaban susceptibles, así que el tema no daba
para operaciones políticas tan poco sutiles.
3-
Durante un rato más, la operadora
política insistió con el supuestamente corrupto supuestamente sobrepagado
intendente. Quizás parezca que ahora se han olvidado de él, pero sólo es
cuestión de tiempo. Los trebejos de la chusma van y vienen: lo que les importa
es la reina. Y más que ella, mantenerse en el tablero: los operadores juegan no
para quienes quieren ganar una partida, sino quedarse con el juego.
Ayer, la operadora volvió a sus
labores naturales, con su compañero de pantalla, autor del libro-reportaje al
más odiado de nuestros dictadores asesinos en el que no agrega nada y desde el
que se refuerza la teoría de los dos demonios. Juntos entrevistaron a un
intendente que sí es más de su agrado. Uno de los que ahora abrevan en aguas
renovadoras: esas aguas en las que nadan con comodidad los políticos de quien
fuera vocera –el responsable de que no podamos sacarnos de encima a la
multinacional de las semillas transgénicas, y el ex embajador en EEUU durante
la presidencia de quien le armó las listas al tigre renovador-.
Todavía no puedo escribir colorín colorado. Este cuento
no ha terminado.
Viviana Taylor