Toda semejanza con la realidad
no es pura coincidencia
Mi vuelo sale esta noche a México
Por Viviana Taylor
Calurosísima primera mañana de
febrero. Sentado en el cafecito de la esquina, con su agenda y una carpeta
llena de papeles sobre la mesa, esperaba.
El viernes a la mañana le
habían anunciado que a partir de ese lunes habría una persona en el que ya no
era su cargo. Le habían pedido colaboración, acotando que seguramente era
innecesaria porque –como todos los otros- su disposición había sido la mejor y
le habían agradecido que se hubiese quedado para darles tiempo a organizarse a
pesar de las circunstancias. En su
mente tradujo “de la derrota”.
Y así era: se había quedado.
Aunque no para darles tiempo sino por la ingenuidad de haber creído que
haciéndolo podría defender algo, lo que fuese que se pudiera, pelearla desde dentro. Ahora estaba a
punto de comprobar hasta qué punto no había hecho más que intentar sostener a
pura voluntad y mera presencia lo que ya había sido puesto bajo la picota.
Ese mismo viernes, a la tarde,
le pasaron una llamada del nuevo director que quería saber dónde y cuándo podían
reunirse “para hablar”. El novato no
había ido nunca a La Plata y le parecía lo suficientemente lejana a Barrio
Parque como para sugerir reunirse en Buenos Aires.
Pero no. Aunque fuese por última vez, la reunión iba a ser en la
oficina que todavía era suya. Le explicó cómo llegar, aunque aceptó reunirse a las 11hs y no a las 9hs (para
que no tuviese que levantarse demasiado
temprano) y en tener el primer encuentro en el cafecito de la esquina.
Y ahora el novato estaba
allí. Unos (cuántos) minutos retrasado a pesar de la postergación de dos horas.
Intentando identificar en cuál mesa lo estaban esperando.
Él, en cambio, lo reconoció de inmediato. Lo primero en lo que se
fijó fue en su pantalón de lino claro. Se preguntó cómo era posible viajar
desde Buenos Aires sin arrugarlo. A pesar del agobio veraniego, notó que su
camisa blanca estaba impecable. Un cálculo rápido le hizo estimar que los timbos que llevaba debían costar al
menos la mitad de su auto. Pero lo que más le llamó la atención es que no
llevaba nada en las manos. Esperaba verlo entrar con una netbook.
Se presentaron. Amable. Encantador. Con una sonrisa de propaganda
de producto dental.
Lo invitó con un café y lo primero que el novato le preguntó fue
cuánto iba a ganar. La asignación le
pareció tan magra que no pudo disimular su asombro espantado cuando le aclaró
que ese monto era en todo concepto. “No importa, lo hablo con Mauricio” se
tranquilizó a sí mismo en una voz alta que la prudencia indicaría que no debía
haber sido. “Esto es la provincia”,
le respondió su antecesor. “Sí, pero
igual lo hablo con Mauricio. Todo lo hablamos con Mauricio” insistió,
desnudando que la prudencia no era su única carencia.
Su segunda preocupación fue desde cuándo podía tomarse el mes de vacaciones.
“Mi vuelo sale esta noche a México” explicó
cuando le informó que estaba a cargo de la dirección desde ese momento. De
todos modos, no era algo que tenía que arreglar con él. Ya se vería…
La cara del novato era de tal desasosiego que para darle tiempo a
recomponerse (pero, sobre todo, para distender esa situación emocional en la
que ya no sabía si sentía asombro, desprecio, lástima o miedo) lo invitó a
conocer la oficina.
Pensó que quizás se acercaría entonces a su auto a buscar –ahora
sí- una netbook. O una agenda. O un cuaderno Rivadavia. Algo…
Pero no.
Subieron.
Ya no sonreía con su dentadura de publicidad de producto
odontológico.
Respondía a los saludos con apenas un gesto.
Cuando entraron en la oficina su reacción le recordó la de los
personajes de Qué hacemos en las sombras gritando
por las cortinas. Que no había. Cuando se le informó que si las quería, iba a
tener que proveérselas, masculló “negligentes,
qué negligentes”.
Su rostro, que había perdido la sonrisa, ahora también perdía la
compostura.
Se paró en el único rincón de la oficina donde el sol de febrero
no daba de pleno. La camisa impoluta se le había pegado al cuerpo, al pecho y
la espalda transpirados. El pantalón ya no estaba impecable.
Pidió que encendieran el aire acondicionado. Que tampoco hay. Insistió:
“cuánta negligencia”. Y siguió
respondiendo lo mismo, cual si fuese un mantra, al preguntar por un inexistente
mayordomo que le sirviera agua fresca que, le informaron, tenía que servirse él
mismo de un dispenser común ubicado en el pasillo. Uno de los trabajadores aún
sobrevivientes a la purga de supuestos ñoquis militantes lo escuchó quejarse y
le acercó un vaso con agua, que agradeció con ese tipo de tono arrogante y
displicente de quienes están acostumbrados a ser servidos.
Su antecesor decidió dejar para otro momento el asombro, el desprecio,
la lástima y el miedo, y se revistió de paciencia franciscana. Comenzó a
explicarle la estructura del ministerio, de la dirección y su funcionamiento.
No le interesó. A cada intento de explicación respondió con un “yo no voy a hacerme cargo de eso” o “me dijeron que eso no va a seguir”.
Y antes de las 13hs se retiró.
Desde entonces, el novato no llegó a su nuevo trabajo antes de las
11hs ni se retiró después de las 13hs.
A partir del segundo día sí fue con su netbook, donde lee los
diarios, sin asignarle ninguna tarea a la planta de empleados que no son suyos pero
tiene a su cargo. Empleados temerosos de que esta no asignación de tareas sirva
de argumento para despedirlos. Así que cumplen su horario de trabajo tras las
pantallas, revisando mails con
consultas que no pueden responder, leyendo los diarios, abriendo y cerrando
archivos, volviendo a cargar datos ya cargados… Con la esperanza de que no les
toque lo que a otros ya les tocó. Con una esperanza casi religiosa. Sólo
sostenida en la fe de creer en lo que no se ve. Una fe que la mayor parte del
tiempo no tienen.
Mientras tanto, la dirección está inactiva. Como si no existiera.
Tan inactiva que aún no se oficializó el nombre de quien la ocupa.
Ni se informó que hay alguien ocupándola desde el 1º de febrero.
Quizás porque no es el primer novato y hay dudas de que se
sostenga. Antes hubo otros dos, que se ilusionaron con los globos de la
victoria y el cambio en marcha. Ilusión que se acabó en cuanto supieron qué
poco paga el Estado por tanto trabajo que requiere y dedicación demanda.
Parece que business are
business: esto no es cosa para empresarios. No si se trata de una
dirección desde la que no pueden favorecer ningún interés propio ni sectario.
Al menos, hasta que le encuentren la veta…
Mientras tanto, el antecesor volvió a ser tentado esa misma tarde
de ese mismo segundo día.
Para quedarse como asesor.
En otras palabras, para seguir haciendo lo mismo que hacía, pero
oculto tras la fachada del novato.
Casi, casi, por la misma plata.
Esa noche no durmió.
Pensó en cuánto podría salvar si se quedaba.
A la mañana siguiente respondió.
Con estos, no se salva nada.
Viviana Taylor
Posdata.
Confirmado: el vuelo salió esa noche a México. Él no.
A juzgar por las fotos que compartió durante todo febrero en las redes sociales, su familia tampoco.