Acerca del periodismo
y
el pensamiento sofista
Cuando comenzó la última dictadura militar en la Argentina, estaba en 6º
grado. Bueno, decir que “cuando comenzó” es una licencia poética: recuerdo que
ese año tuve que ir varias veces a la puerta de la escuela a ver si ponían
algún cartel que indicara cuándo comenzaban las clases… y es que promediaba
marzo y todavía no había ni noticias de qué iba a pasar. La incertidumbre, para
una niña, se centraba en cuándo iba a recomenzar a ir a la escuela.
Sin embargo, algo interesante (y que ahora no alcanzo a registrar) debe
haberle pasado a esa niña que fui, porque recuerdo que fue entonces que decidí
que quería ser periodista. No
presentadora de programas en televisión, ni locutora. Periodista: una entre
todos esos que escriben en los diarios. Una entre todos esos que, imaginaba,
bucean en los hechos hasta dar con la
información necesaria para volverlos decibles y entendibles. No casualmente
desde esa época viene mi fascinación por las palabras y la construcción de los
razonamientos.
De palabras y razonamientos están hechos los momentos de entonces que recuerdo
como los más estimulantes. Mi universo se llenó de expresiones como “no
necesariamente”, “no me consta”, “no exactamente”, “no fue experimentado”,
“depende”… De palabras y razonamientos
están hechas las marcas que me conformaron.
Tiempo después, las vueltas de la vida, me hicieron sentir visceralmente la
contundencia de la pregunta constante. Y entonces mi mundo ya no sólo se pobló
de palabras y razonamientos, sino de preguntas. Y abandoné toda certeza. No la
aspiración a encontrar alguna forma de verdad, por precaria y provisoria que
sea, sino mi certeza a haberla hallado. Y fue entonces que me volví
especialmente desconfiada de los sentenciosos, los seguros, los asertivos. En
mi mundo poblado de palabras, razonamientos y preguntas, la sentencia, la
seguridad y la asertividad están más emparentadas con vicios éticos que con
honestidad intelectual. Me siento más proclive a ver bondad en una pregunta
abierta, que en su respuesta definitiva.
Quizás por todo esto es que leo del modo en que lo hago. Un libro de
filosofía, una novela policial, la poesía, o el diario, para mí se leen con una
birome en mano. Y los márgenes se me pueblan de referencias, comentarios,
preguntas… Quizás por todo esto, me siento desconcertada frente a los
periodistas. En las notas de opinión –e incluso en el relato de las noticias-
cada vez me topo con más frecuencia con planteos puramente sofistas: está
elegida la conclusión de antemano, y no hacen más que construir un razonamiento
que les permita llegar a ella. No es que no sea capaz de entender que siempre
que se cuenta algo, se silencia otra cosa; que siempre que se pone el foco
sobre un aspecto, otro se oscurece. Simplemente me asombra la vulgaridad con
que se construyen ciertos razonamientos ad hoc. La renuncia a una honestidad
intelectual mínima. Porque cuando se renuncia a algo, también se lo hace en
favor de otra cosa; y no siempre vale la pena.
No me preocuparía tanto si sólo vinculara el pensamiento sofista a una
forma discursiva propia de la mala política. Me preocuparía un poco menos si
sólo vinculara este pensamiento sofista a la devaluación de la tarea del
periodista. Pero me preocupo y mucho. Después de todo, los sofistas condenaron
a muerte a Sócrates. Y en mi mundo poblado de palabras, razonamientos y
preguntas, con palabras y razonamientos se mata.
Leer Mi Patria es mi Lengua I