¿Por
qué Martín Redrado
resuena
como la mejor opción
para la Embajada Argentina
en
los Estados Unidos?
En estos últimos días el nombre de Martín Redrado ha venido sonando
fuertemente –con bombos y platillos- como el posible embajador argentino en
Estados Unidos. Tanto es así que hasta su propia pareja, Luciana Salazar, hizo referencia en un programa televisivo
en el que se la entrevistó sobre su
conformidad con la posibilidad.
¿Por qué parecería que su persona es una buena
opción para el nuevo gobierno del PRO/Cambiemos?
Martín
Redrado, fue presidente de la Comisión Nacional de Valores durante el gobierno de Menem (1991-1994), secretario de Comercio y de Relaciones Económicas Internacionales
desde la presidencia de Eduardo Duhalde hasta la de Néstor Kirchner, (2002-2004) cuando pasó a la presidencia del Banco Central, cargo que ocupó hasta enero de 2010, durante la presidencia de Cristina Fernández. Y luego del escándalo que terminó con su apartamiento de
este cargo, se unió a Sergio Massa como parte del equipo de política
exterior del Frente Renovador, que compartió con Santiago
Cantón, Andrés Cisneros y Jorge Faurie, con Sebastián Velesquen como armador. Hago esta referencia porque su paso por estos cargos y su participación
en este equipo son claves para entender no sólo su posicionamiento ideológico
frente a la política exterior, sino el complejo entramado que trató de mantener en equilibrio hasta que su ruptura sacó a la luz en favor de qué
intereses ha venido jugando. Y permite comprender su encabalgamiento
entre el Frente Renovador y el PRO.
Seguramente recordarán el momento en que estalló el escándalo
por la filtración de los cables de las embajadas de Estados Unidos, a través de
Wikileaks. En ese momento, Redrado quedó expuesto como el economista de
cabecera de la embajada estadounidense en Argentina, muy a pesar de ambas
partes, que sin dudas habrían preferido que esto quedara en las sombras. Tanto
es así que en un cable filtrado, fechado en marzo de 2007, quedó escrito que
Redrado había pedido dos veces que se proteja estrictamente su identidad para
preservarlo como informante privilegiado de la embajada. Y a partir de allí,
todos los cables que lo mencionan agregan a su nombre la referencia “(PROTEGER
ESTRICTAMENTE)”. A su vez, la embajada, le pidió en numerosas ocasiones hacer
lobby en el gobierno en favor de sus intereses: la reserva estaba mutuamente
garantizada. Claro, nadie contaba con que esta filtración era posible.
Pero la primera vez que lo nombró un cable no fue
esa, ni fue en Argentina. Redrado fue nombrado por primera vez en un cable de
octubre de 2003 de la embajada estadounidense en Brasilia, cuando era
vicecanciller de Duhalde. En ese cable se lo señala como un aliado en el
proyecto de EEUU para crear una zona de libre comercio desde Alaska hasta
Tierra del Fuego, el ALCA.
Ese cable es muy importante para comenzar a devanar
la madeja de este análisis: en él, la entonces embajadora en Brasil Donna
Hrinak, cuenta que el único obstáculo para la creación de un tratado de libre
comercio continental era el gobierno de Luiz Inácio da Silva (Lula), quien
apoyaba la propuesta que había presentado su canciller Celso Amorim en la
cumbre de cancilleres en Trinidad y Tobago que se había realizado la semana
anterior. La propuesta que Amorim había presentado en nombre del Mercosur
reducía al ALCA a casi nada, ya que delegaba los temas que le interesaban a
EEUU a la negociación dentro de la Organización Mundial del Comercio. El cable
también cuenta que el presidente de la delegación argentina, Martín Redrado –que
por entonces era secretario de Comercio Exterior- se había retirado de la
cumbre un día antes para no estar en la votación, tomando distancia de Brasil y
del Mercosur.
Para esa fecha, Néstor Kirchner hacía apenas 6
meses que estaba en el gobierno, y Hugo Chávez cuatro años. Todavía nada permitía
imaginar que dos años más tarde, Lula, Néstor y Chávez se unirían para derrotar
al ALCA en la histórica cumbre de Mar del Plata en 2005, a partir de la cual
pasó a ser considerado un proyecto prácticamente muerto. Esa misma cumbre que
el ya nombrado Andrés Cisneros calificó como “el papelón
de Mar del Plata” y que dejó a Martín Redrado en una delicada posición
entre los intereses de la embajada a la que sirve (y que no es precisamente la
argentina) y el gobierno del que participaba (que, lamentablemente, sí lo era).
¿Cuáles eran
esos intereses que la embajada de EEUU buscaba proteger y el ALCA pretendía
instrumentar? Acuerdos de servicios, inversión, propiedad
intelectual y compras del gobierno. En un posteo que publiqué el 3
de agosto de 2014 me ocupo de este tema, imprescindible para comprender
qué es lo que está en juego, y desde cuándo se viene jugando (y qué tan
fuerte).
Caído en desgracia el ALCA, la embajada de EEUU
comenzó a mostrar un creciente interés por la Organización Mundial del Comercio
(OMC), a través de la cual esperaba hacer valer los intereses por los que venía
velando y parecían haber quedado desguarnecidos.
¿Por qué tenían esta
expectativa? Porque cuatro años
antes, en 2001, se había iniciado la Ronda
de Doha, una gran negociación en el marco de la OMC para liberalizar el
comercio a nivel mundial, cuyo objetivo apuntó a completar los temas que habían
quedado pendientes en el ciclo anterior, la Ronda de Uruguay. Estos temas eran
el comercio de servicios, la agricultura, los textiles y la propiedad
intelectual.
El problema es que
las negociaciones en este marco no son sencillas: la OMC administra unos 60
acuerdos, y el sistema por el que se organiza impone a sus miembros la adhesión
total a todos sus acuerdos, lo que implica que el consenso general siempre
conlleve un difícil juego de equilibrio que es extremadamente complejo, ya que cada
país debe ver cómo se pueden compensar beneficios y perjuicios en temas
diferentes.
Para superar el estancamiento en las negociaciones
por la complejidad de estos acuerdos, ya en la Ronda anterior (la de Uruguay) se
había instrumentado un tipo de negociación conocida como “de la Sala Verde” que
consiste en una serie de reuniones informales, entre un número reducido de
países con interés en el tema a ser negociado, que construyen un acuerdo que
luego debe ser ratificado por consenso por todos los países miembros, aunque no
hayan sido invitados –ni hayan participado- a esas reuniones.
Redrado volvió a aparecer en los cables filtrados
cuando ya era presidente del Banco Central, y las apuestas estaban siendo echadas
sobre la Ronda de Doha.
En un cable de agosto de 2007, la embajada de EEUU
en Argentina revela que en una reunión del 31 de julio con el entonces
embajador Earl Wayne, Redrado le había informado que él era el hombre de la
Organización Mundial del Comercio en el gobierno argentino, y que su Director
General –Pascal Lamy- lo había instado a asumir la política comercial dentro
del gobierno de Argentina. El pedido de Lamy y la visita a la embajada no eran
ingenuos: la OMC venía de fracasar en el intento de lograr un acuerdo a nivel
mundial en la reunión que se acababa de celebrar en Ginebra. La Argentina -como
la mayoría de los países en desarrollo- se negaba a cualquier acuerdo si antes
los países desarrollados no reducían los subsidios e impuestos a las
importaciones en el sector agrícola; y los EEUU –como la mayoría de los países desarrollados-
bregaban por un tratado que incluyera transparencia en las compras de gobierno,
reglas aduaneras uniformes y acuerdos para facilitar la inversión extranjera y
garantizar la competitividad. En síntesis, mientras los países desarrollados
pedían un acuerdo igualitario entre desiguales, los países en desarrollo pedían
hacer efectivas esas supuestas condiciones de igualdad a través de un trato
equitativo.
El pedido del Director de la OMC
Lamy y la visita a la embajada tampoco eran inocentes: Redrado le expresó a
Wayne que “será bienvenido” cualquier
argumento en favor de la postura de los EEUU ante la OMC. En el cable,
Wayne comenta que entendió que Redrado le estaba sugiriendo que estaba
trabajando para cambiar el voto argentino, y que se mostró optimista respecto
de que en los primeros 100 días de un probable gobierno de Cristina Kirchner
(probabilidad que se concretó) se adoptaría una política económica más
ortodoxa.
Como hoy sabemos, el gobierno que entonces era una
probabilidad se volvió real, pero Argentina no varió su heterodoxia económica
ni su voto en la OMC. Así que en otro cable –fechado en noviembre de 2007- se
cuenta que el embajador le pidió expresamente que intercediera ante el gobierno
argentino para que reviera su postura “obstruccionista”
en la Ronda de Doha. Redrado respondió que ya lo había hecho, hablando con el
canciller Jorge Taiana y con los representantes argentinos ante la OMC. Pero
Argentina siguió sin votar a favor, y la Ronda culminó sin acuerdo.
Uno de los motivos más importantes del fracaso de
la Ronda, fue que la mayoría de los países en vías de desarrollo se negaron a
suscribir acuerdos de los que no habían participado (y a los que se había
llegado a través del sistema de la Sala
Verde que describí más arriba).
Pero el golpe más fuerte se lo fueron dando los organismos regionales y de
países emergentes, que le dieron un marco más equitativo y económicamente
sustentable a la proliferación de acuerdos bilaterales y regionales por fuera
del control de Estados Unidos, Canadá, el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial.
La última referencia a Redrado en los cables de la
embajada de EEUU que fueron filtrados a la opinión pública es del 5 de febrero
de 2010. Apenas 7 días después de su retiro del Banco Central, otro informante
de identidad reservada (que gracias a esta filtración sabemos que es el
banquero Willie Stanley, del Banco Macro) afirmó que Redrado había cobrado
sobornos durante su gestión al frente de la Comisión de Valores en el gobierno
de Menem, cuando era conocido como el golden
boy de las finanzas argentinas.
Es un bloque comercial conformado por Chile,
Colombia, México y Perú (y otros dos países candidatos: Costa Rica y Panamá).
La propuesta se dio a conocer en Lima el 28 de abril de 2011, por iniciativa del
entonces presidente del Perú Alan García Pérez, que extendió la invitación a
los presidentes de Chile, Colombia, México y Panamá, para profundizar la
integración de sus economías y definir acciones conjuntas para la vinculación
con Asia Pacífico a través de acuerdos comerciales bilaterales. Además,
convinieron alcanzar la libre circulación de bienes, servicios, capitales y
personas, y mantener el proceso abierto para todo país interesado. Panamá no es
socio pleno sino país observador –aunque está esperando cumplir con los
requisitos para su integración- junto con otros treinta y un países (desde
2012, ya no todos limitantes con el Pacífico)
De las instituciones
que podrían componer esta Alianza, actualmente
está funcionando el Mercado Integrado Latinoamericano (MILA), formado por
Chile, Colombia y Perú, a través de la integración bursátil de sus Bolsas de
Valores (México no ha completado su ingreso).
Lo interesante es que
si bien durante la última década, las economías del
Atlántico (representadas por Argentina, Brasil y Venezuela) fueron las que
crecieron con mayor rapidez, los analistas identificados con los intereses del
capitalismo financiero no han dejado de ocultarlo a la vez que pronostican que son
los países de la Alianza del Pacífico los que tienen mejores perspectivas de
crecimiento. Cabe aclarar que, por una parte, no hay evidencias que nos lleven
a suponer que esto es cierto y –por otra- tampoco nada nos hace suponer que, de
ser así, los beneficios de ese supuesto mayor crecimiento provocarán una
mejoría objetiva de las condiciones de vida de sus pueblos.
De hecho, si puntualizamos en el caso particular de Argentina, el Premio Nobel 2008 Paul Krugman al referirse al modo en que los medios analizan la realidad de nuestro país ha expresado que hay mucho para desconfiar sobre la veracidad de los informes que presentan las corporaciones, los organismos internacionales y sus voceros.
Uno de estos voceros es el expresidente peruano
Alan García –fundador de la Alianza del Pacífico-, quien afirma que buena parte
del continente está pagando los costos del proteccionismo exagerado, mientras calla
que no hay mayor proteccionismo que tras el que se amparan Estados Unidos y
Alemania. Sin embargo, tacha de “política
irresponsable” a la instrumentada por los países del Mercosur, con un argumento
demasiado similar –hasta en la exacta elección de las palabras- a las que usan
otros críticos de las mismas políticas, de los mismos países, asiduos
visitantes de las mismas embajadas.
Por su parte, otra de las voces contra el Mercosur
y en favor de la Alianza del Pacífico es la de Morgan Stanley, la compañía
financiera estadounidense con fuerte presencia en América Latina, donde
desarrolla su actividad como banco de inversiones y agente de bolsa. Es muy
interesante recordar que esta compañía celebró con el título “Viva España” el informe sobre el
desembarco de los fondos buitre en España en 2013, con los resultados que ya
conocemos sobre una economía española que ya venía decreciendo. ¿Cómo confiar
en las previsiones de cualquier banco de inversiones y agente de bolsa, que
gana dinero creando escenarios financieros que le resultan ventajosos, a partir
de la manipulación de datos? Vistos los antecedentes, los países de la Alianza
del Pacífico deberían cuidarse de los informes que los alientan a abrirse a las
inversiones extranjeras. Y nosotros, de participar de esta Alianza creada ad
hoc de los intereses del capitalismo financiero y –secundariamente- para
sostener la economía de Estados Unidos.
¿Hay
algo en lo que coincidan los bloques del Atlántico y del Pacífico?
Este fracaso fue lo
que llevó a los gobiernos alineados a las políticas económicas de
Estados Unidos a conformar la Alianza del Pacífico, creando su propia zona de
libre comercio y estrechando lazos con Washington.
Luiz Inácio da Silva, expresidente de Brasil,
declaró que esta Alianza del Pacífico estaba tratando de traer de vuelta el
Consenso de Washington. Y el presidente de Bolivia Evo Morales afirmó en el
Foro de São Paulo en 2013 que la Alianza del Pacífico es un esquema geopolítico
diseñado por Estados Unidos para oponerse a los gobiernos progresistas e izquierdistas (sic) de Argentina, Bolivia, Brasil,
Ecuador, Uruguay y Venezuela, por lo que veían a la Alianza como un organismo
creado como contrapeso del Mercosur.
En la última reunión del Foro de São Paulo la
Alianza del Pacífico fue definida como “un
enfoque intervencionista, oportunista, anti-izquierdista para atacar a la
soberanía de las naciones de América del Sur.”
A pesar de todos los esfuerzos en contrario, los
gobiernos populares atravesaron un proceso de fortalecimiento en la región que
posibilitó que el Mercosur pudiera replantearse en su matriz política, social y
cultural, que se pudieran conformar la UNASUR y la CELAC, generaron una nueva
institucionalidad pensada desde la perspectiva de la generación de empleo, la
inclusión social, de distribución de la riqueza, de integración productiva, de
potenciación del mercado regional, y de complementariedad entre pueblos y
gobiernos.
En este marco de fortalecimiento, durante la cumbre
de la CELAC-UE del 27 de enero de 2013 –que se realizó en Santiago de Chile- se
produjo el encuentro de los mandatarios de los países de América Latina y de
Europa. Durante esta cumbre quedaron en claro las diferencias entre los dos
bloques regionales latinoamericanos: un bloque congregado en torno del
Mercosur, que desconfía de la globalización y otorga al Estado un papel más
importante en la economía; y otro bloque, compuesto por la Alianza del
Pacífico, que promueve el libre comercio y la apertura del mercado.
En síntesis,
el Mercosur y la Alianza del Pacífico representan dos procesos diferentes, con
objetivos distintos y que implican modelos políticos que benefician a sectores
sociales disímiles. No son compatibles, no son combinables.
Joseph Stiglitz –economista estadounidense, ganador
de un Premio Nobel en el 2001- ha analizado en varios artículos que pueden
encontrarse en la red, que a menudo muchos países aceptan los tratados de libre
comercio bajo la promesa de que permitirán lograr mejores tasas de empleo,
mayores índices de inversión y ayudarán a alcanzar un crecimiento sostenido.
Esta es la base de los argumentos que sostienen los inminentes ministros y
funcionarios de gobierno a partir de diciembre: Si hay confianza habrá inversiones, volverán los flujos de dólares y no
habrá necesidad de controles de cambios como los que se ven hoy en día.
Sin embargo, las regulaciones que se empeñan en
desconocer fueron creadas para otorgar cierta protección a los trabajadores,
las industrias nacionales, y el medio ambiente. Desmantelarlas es debilitar a
los actores nacionales frente a los internacionales. Amparados en el discurso
de una libertad que prometen, sólo garantizan dependencia. Una dependencia que,
dados los antecedentes que cargan sobre sus espaldas, no podemos considerar que
son solo cuestiones ideológicas: cuando se han puesto tan directamente al
servicio de intereses ajenos al país y al orden democrático, exceden la
consideración de la posible honestidad de sus argumentos. Son lobbistas. Y no
están al servicio de los intereses argentinos.
Por otra parte, ¿cómo olvidar que esta es una película que ya hemos visto
y cuyo final conocemos?
Insisto, por
si no he sido clara. El Mercosur y la Alianza del Pacífico representan dos
procesos diferentes, con objetivos distintos y que implican modelos políticos
que benefician a sectores disímiles. No son compatibles, no son combinables. El
discurso que estos operadores económicos, financieros y mediáticos sostienen en
favor de construir un puente entre
ellos, no es más que la expresión de su funcionalidad a la política neoliberal.
Y el equipo que ha convocado Mauricio Macri para que diseñe su agenda en
política económica y exterior es la expresión más clara de su compromiso al
servicio de intereses que no son argentinos.
Viviana Taylor