viernes, 30 de enero de 2015

El poder detrás del poder: el verdadero clientelismo


 

Los hilos ocultos

de las redes del poder

 

 

 

 


 

Por Viviana Taylor 

 


Hace poco más de dos años escribí un artículo titulado “Las relaciones clientelares en cuestión en el que me preguntaba:


 

 

¿Es posible que se intercambien lugares en la relación clientelar, pasando un grupo de interés no político a ocupar el lugar del patrón, y los políticos a ocupar el lugar de los clientes?

 

¿Es posible que en el juego de las relaciones de poder, en algún momento un grupo diferente al poder político concentre mayor poder de negociación, y asuma el lugar de patrón, subordinando al poder político al lugar de cliente?

 

Estos días, en el que la centralidad informativa del caso Nisman parecería no dejar lugar para no preguntarse acerca de nada más, por el contrario, están surgiendo muchos interrogantes que se van derivando de él, abriendo la perspectiva de análisis mucho más ampliamente de lo que en principio se podía sospechar.

 

Una de estas nuevas vertientes, derivada de la incuestionable presencia de los servicios de inteligencia en cada rincón de la trama, llevó inevitablemente a preguntarnos acerca de los vínculos entre los servicios de inteligencia y la política.

Así fue como recordé aquel artículo, y uno de los casos que analicé cuando lo escribí.

 

Por entonces, todavía era noticia fresca la presentación judicial que realizó la Asociación Pro Familia, con la intención de detener –cosa que en un principio había logrado con éxito- el aborto que se había autorizado en la Ciudad de Buenos Aires a una mujer víctima de la trata de personas, que había resultado embarazada como resultado de las violaciones que sufridas durante su secuestro.

Los miembros de esta asociación no tuvieron pruritos en organizar un escrache en la puerta de su casa, revictimizándola; ni de presentársele durante su internación para prometerle cuidarla durante el embarazo a cambio del niño, luego de haberla violentado en su decisión, amparada por la Justicia.

Lo más tremendo fue que si pudieron hacerlo fue porque contaron con la complicidad del Jefe de Gobierno, Mauricio Macri, quien vetó la Ley de Aborto no Punible, la creación de una Oficina contra la Trata de Personas, y se negó a retirar la habilitación a los prostíbulos bajo su jurisdicción. Todos vetos vinculados con este caso.

 

No es tan difícil de entender por qué procedió de este modo si se analiza el lugar que ocupa Macri en una doble relación clientelar, con fidelidad compartida -y en apariencia contradictoria- a dos patrones: por un lado, se sabe –por la acusación de Lorena Martins contra su propio padre- que Macri recibió dinero para su reelección de parte del proxeneta y ¿ex? agente de la SIDE Raúl Martins; y por el otro, con la Iglesia Católica, hacia quien la fidelidad de buen chico de escuela católica le garantiza el favor del núcleo duro de su electorado, que gusta de portar estampita y rosario en una mano mientras apalea con la otra a quienes se oponen a sus creencias.

 

http://2.bp.blogspot.com/-P-wZwYfjcMM/UMzLnOA-BKI/AAAAAAAABsw/DyfQeTD_N7U/s320/En+la+foto+se+puede+ver+a+Mauricio+Macri+y+a+su+esposa+Juliana+Awada+sentados+y+sonrientes+en+el+local+nocturno+Mix+Sky+Lounge.jpg

 

 


 

Lorena Martins

 

A partir del caso de Marita Verón, la joven tucumana de 23 años desaparecida hace 12, se visibilizó en nuestro país la desaparición forzada de mujeres con fines de trata para la prostitución.

 

 

 

Diana Maffía es Doctora en Filosofía y dirige el Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Fue, además, diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre 2007 y 2011.

 

Maffía, en declaraciones a El Diario –de Entre Ríos, el 10 de diciembre de 2012-  sostiene que “los cuerpos de las mujeres siguen siendo un campo de batalla, una tensión de poder y siguen siendo disputados. Verlos desde de la política, es algo que hemos llevado las mujeres al Congreso. Yo creo que fue un aspecto iluminador. Todavía los cuerpos de las mujeres siguen siendo sometidos, esclavizados, vendidos y comprados.”

 

Su posición coincide con la postura de la legislación argentina, que no prohíbe la prostitución ni la considera un delito penal, pero concibe a la persona en situación de prostitución como una víctima de un sistema prostituyente. En consecuencia, las políticas que defiende no son de persecución de las personas en prostitución sino de protección y de lucha contra la trata, la explotación y el proxenetismo, a pesar de lo cual señala que “no se ve de qué manera se va a terminar con la trata, la explotación, el proxenetismo, la corrupción policial, judicial, y sobre todo con el financiamiento de la política”.

Maffía sostiene que una ley es muy difícil de cumplir cuando está alejada de la cultura dominante. Un lamento que se concretó, triste y siniestramente, en el  primer fallo del caso de Marita Verón, por el cual la Justicia de Tucumán había absuelto a los trece acusados por su secuestro y desaparición en abril de 2002.

 

Vamos a detenernos un poco en él para ejemplificar lo que quiero mostrar: si bien ese fallo generó sorpresa es indignación, la indignación era esperable. Pero la sorpresa, no.

 

El juicio había dejado al descubierto la trama de la trata de personas en Tucumán, sus vínculos con el poder político y policial, y proveyó evidencias de sus ramificaciones a nivel nacional e internacional. Todo lo cual hacía suponer que semejante maquinaria se extendería hasta el poder judicial: de hecho, las condiciones para la impunidad que parecía que nunca iban a lograr romperse estuvieron garantizadas desde el inicio, cuando no se facilitó en nada la investigación del caso, cuando se trató en todo momento de inclinar la sospecha hacia la familia, y cuando desde algunos medios de comunicación se trabajó para instalar la hipótesis de una desaparición voluntaria.

 

  

 

La trama de las redes que conforman la trata de personas con fines de prostitución es intrincada y complejísima. Y está enraizada en las propias formas culturales de la vida social de la que participan quienes tienen como tarea asignada combatirlas.

 

Las redes son difíciles de erradicar porque su ámbito es la noche.  La misma noche de la que participan políticos, jueces, funcionarios, policías, periodistas. La misma noche en la que los códigos indican que lo que sucede se silencia y se oculta… hasta que es redituable sacarlo a la luz. Y así, el silencio es un favor que se paga. Y se paga caro.

 

El silencio de las debilidades privadas que en la noche se viven en público es el favor que convierte a políticos, jueces, funcionarios y policías en clientes; y a los apropiadores de mujeres, a ciertos periodistas y a los agentes de inteligencia (categorías que no pocas veces se superponen en la misma persona) en ocasionales punteros.

 

Patrones hay en diversos los grupos: los hay jueces, los hay policías, los hay funcionarios, los hay empresarios, los hay políticos, los hay agentes de los servicios. Son jueces que clientelizan jueces, policías que clientelizan policías, funcionarios que clientelizan funcionarios, empresarios que clientelizan empresarios, políticos que clientelizan políticos, y agentes de los servicios que los clientelizan a todos.

 Y todos comparten esos cuerpos -mayoritariamente femeninos, a veces infantiles- que son a la vez mercancía para el goce y garantía de silencio. Mercancía que se mezcla y consume con otras mercancías, que también circulan en la noche: el alcohol, las drogas duras.

Y en la misma mesa a la que se sientan, y en la que se comparten las mujeres, la droga y el alcohol, se cierran negocios. Negocios que mueven localidades, ciudades, provincias. Negocios que se sostienen en códigos de silencio. Y que, marginalmente, aportan a las arcas de la política, a la caja chica de la policía, al bolsillo de los jueces, al negocio de los empresarios, reduciéndolos a la posición de clientes, asumiendo sobre ellos el patronazgo.

 

 

 

Cuando  escucho las expresiones choripanero o planero para descalificar a los pobres o los no tanto que adhieren a políticas y siguen a políticos del nacionalismo popular, siento una extraña mezcla de gracia, indignación y sorpresa ante la ingenuidad indignada y acrítica.

Quienes creen que es en ellos donde se debe buscar el clientelismo, y que son estas las razones que vuelven demagógicas y antidemocráticas las prácticas populares (o populistas, como gustéis) desconocen la existencia de un tipo de relación clientelar que ha permanecido oculta, inadvertida, pero que no caben dudas de que existe. Y en su invisibilidad ha residido su mayor fortaleza.

 

 

También creo que la distinción entre diferentes tipos de esta forma de clientelismo más sofisticado responde mejor cuestiones explicativas que a separaciones reales: el poder mediático, el poder de las cajas de dinero y el poder de las redes de trata de personas se mezclan y entraman de formas a veces directas y otras solapadas; a veces centrales y otras tangenciales: pero siempre son interdependientes. Y todos ellos parecerían ser, en realidad, apenas manifestaciones diferentes de un único gran tipo de poder: el poder económico.

 

Y todos ellos tienen poder de patronazgo sobre el poder político.

No al revés.

 

Es allí donde está el mayor riesgo del poder político: en el sometimiento a una posición clientelar, el lugar de la debilidad. En el riesgo de abandono de su posición directriz frente a las políticas para someterse al arbitrio de otros poderes, cuyo interés no es lo público ni lo colectivo.

 

Su mayor fortaleza, en cambio, es echar luz sobre estas formas de poder para contrarrestar la invisibilidad en la que procuran permanecer: explicitar las formas clientelares que intentan promover a fin de neutralizarlas y quitarles efectividad.

 

Esto es, exactamente, lo que está sucediendo estos días: estamos asistiendo a los esfuerzos del poder político del gobierno nacional para visibilizar y desarmar esa red de poder clientelar en la que se han aliado los punteros mediáticos, judiciales, políticos, y de los servicios, que operan en favor del patrón económico.

 

 

 

 

Así como hemos aprendido que las relaciones clientelares tradicionales se desarticulan con la extensión de derechos a todos los sectores de la población, estamos asistiendo a una lección mucho más difícil y dura: las relaciones clientelares no tradicionales se desorganizan con mayor y mejor acceso a la información.

 

Claro que no es tarea fácil: la invisibilidad que les ha permitido consolidarse ha sido favorecida por el poder de patronazgo de quienes tienen incidencia sobre la conformación de nuestras matrices de interpretación: el poder mediático, que es el gran articulador de todas las formas de poder.

 

 

 

 

 

Viviana Taylor