martes, 30 de julio de 2013

Francisco: de gestos, actos y palabras.


Viviana Taylor

 

Y se terminó. Se terminó la Jornada Mundial de la Juventud 2013 –en rigor de la Juventud Católica-. Una jornada que siento que debería ser leída como la presentación oficial de lo que va a ser el Papado de Francisco.

En este sentido, no han habido sorpresas: los gestos se repitieron, como vinieron haciéndolo desde el último 13 de marzo. Gestos que han ido enmarcando lo que podríamos esperar de este Papado: un Papado del que, en razón de la edad de Bergoglio al ser elegido, la Iglesia-Institución espera que sea de transición (¿un salvataje del escándalo de corrupción e inmoralidad que ha dominado el Papado de Benedicto XVI, pero que venía gestándose desde mucho antes?) pero en el que la Iglesia-Pueblo parecería esperanzarse en que sea de restauración de los valores más cristianos, que nunca debió abandonar la Iglesia. Una Iglesia de la Fe, la Esperanza, la Caridad… pero también de la Justicia, sin la cual las anteriores son más que virtudes y valores, lemas proselitistas.

Y Bergoglio lo ha entendido bien. Cada gesto muestra con qué claridad ha entendido que su tarea es contentar a unos y otros. Porque, mal que nos pese (y a muchos nos pesa) la Iglesia-Institución no encarna los mismos ideales, intereses ni anhelos que la Iglesia-Pueblo. Y justo cuando ya no satisface suficientemente la tan escuchada justificación (muy popular, por cierto, en los ámbitos más fuertemente católicos) de que a la Iglesia se la debe amar –y obedecer- en su doble identidad de santa y pecadora (los más osados la llaman “santa y prostituta”) aparece un hombre que parecería haber comprendido como nadie la importancia de los gestos.



En la parte trasera del avión que lo llevaba de vuelta a Italia, el Papa Francisco conversó con los periodistas que lo acompañaban sobre algunos de los temas más controvertidos entre estas dos posturas de la Iglesia. Voy a detenerme en sus dichos sobre la homosexualidad, la corrupción bancaria del Vaticano, y el papel de la mujer en la Iglesia.


Al hablar sobre la homosexualidad, se refirió a un supuesto “lobby gay” dentro de la Iglesia. Esta declaración va de la mano con los informes que el año pasado se filtraron a la prensa italiana sobre la existencia de  una red de clérigos homosexuales.

Francisco dijo: “En un lobby no todos son buenos, pero si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla? El Catecismo de la Iglesia Católica explica y dice que no se deben marginar a esas personas y que deben ser integradas en la sociedad.” Y agregó: “El problema es hacer el lobby, de esa tendencia, o de políticos, masones”.

Lo que no queda claro es a qué llama Francisco “un lobby gay”, ¿será que cree que existe una propaganda gay que intenta extender la homosexualidad como una práctica dominante, colonizando la heterosexualidad? Porque si a lo que se refiere es a que las personas homosexuales luchen por la igualdad de derechos, sin que su género ni el ejercicio de su genitalidad entren en consideración, ¿no estaría en contradicción con sus propias palabras, en la misma frase, al sostener que es el propio Catecismo quien dice que no se las debe marginar y deben ser integradas en la sociedad? O quizás Francisco crea que es posible la integración social sin el reconocimiento y el ejercicio pleno de los mismos derechos para todos, y es a la lucha por estas reivindicaciones a lo que llama “lobby gay”.

Es difícil interpretar lo que otro quiere decir cuando habla. Pero tenemos acceso a lo que decía Francisco cuando todavía no era Francisco, en aquellos nada lejanos tiempos en que la extensión de derechos ya era un tema de discusión instalado en Argentina. A esos dichos, de cuando Bergoglio no era Francisco, podemos recurrir para contextualizar y comprender cuál de estos “quizás” es el que más probablemente explique el sentido de su declaración.

Y resulta que cuando el ahora Papa Francisco era todavía el Arzobispo de Buenos Aires y Cardenal Primado de la Argentina, dirigió una carta a las religiosas carmelitas de Buenos Aires en la que se refería al proyecto de matrimonio igualitario como la pretensión de destruir el plan de Dios, y no una cuestión política.



 Les escribo estas líneas a cada una de ustedes que están en los cuatro monasterios de Buenos Aires. El pueblo argentino deberá afrontar, en las próximas semanas, una situación cuyo resultado puede herir gravemente a la familia. Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo.”

 Está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones”.

No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una movida del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.

Hoy la Patria, ante esta situación, necesita de la asistencia especial del Espíritu Santo que ponga la luz de la Verdad en medio de las tinieblas del error; necesita de este Abogado que nos defienda del encantamiento de tantos sofismas con que se busca justificar este proyecto de ley, y que confunden y engañan a personas de buen voluntad”.

 La carta concluye con este párrafo: “El proyecto de ley se tratará en el Senado después del 13 de julio. Miremos a San José, a María, al Niño y pidamos con fervor que ellos defiendan a la familia argentina en este momento. Recordémosle lo que Dios mismo dijo a su pueblo en un momento de mucha angustia: ‘esta guerra no es vuestra sino de Dios’. Que ellos nos socorran, defiendan y acompañen en esta guerra de Dios”.

No creo necesario aclarar más. El mismo Bergoglio aclara bien el sentido de las palabras que hoy son de Francisco: integración es simple tolerancia, no reconocimiento de los mismos derechos para todos. Y quienes luchan por una sociedad más equitativa, en contra del sostenimiento de la desigualdad, hacen lobby. Un lobby que es obra del Mal. Obra del demonio.

Cuando Francisco sostuvo ante los periodistas que “la tendencia a la homosexualidad no es el problema”, sus palabras de tolerancia se tornaron apenas un gesto: no los molestaremos mientras no se metan con lo que nosotros. Por si no quedó claro, agregó: “El problema son los lobbies que actúan en contra de los intereses de la Iglesia”. Parece ser que la extensión de los mismos derechos para todos, de la aceptación sensible y el reconocimiento de la diversidad –que es un hecho, y no una declaración de principios- va en contra de los intereses de la Iglesia. O, al menos, eso es lo que dice Francisco. Quien, recordemos, es infalible –según la misma Iglesia-Institución- en cuestiones de moral y doctrina. Parecería que a la Fe, la Esperanza, la Caridad y la Justicia, vendría bien ir sumándole la necesidad de recuperar como valor cristiano la Prudencia.

Pero tampoco vamos a fingir una ingenuidad que no tenemos. Yo también sospecho, como Francisco, que hay un lobby. Pero un lobby que intenta asociar la homosexualidad a la pedofilia. Casi no se pueden encontrar declaraciones vertidas desde la Iglesia-Institución sobre este tema donde no se mezclen la homosexualidad y la pedofilia. Y sospecho, además, que la intencionalidad es clara: sostener que todos los homosexuales son (al menos potencialmente) pedófilos colabora en sostener la intolerancia ante la homosexualidad y revestirla de un halo de perversión afín a despertar el asco y el rechazo contra ellos.

Esta equiparación, por supuesto, no sólo es falsa sino fácilmente refutable. Pero no creo necesario entrar en contraargumentaciones, porque no creo que haya nadie que crea semejante argumento, sino que no se trata más que de una estrategia discursiva. Además, sospecho que el eje de la lucha es la homosexualidad (a la que se intenta revestir de perversión apelando a una falsa asociación a la pedofilia) cuando en realidad la lucha contra la pedofilia no es más que otro gesto: mera (im)postura.

Es que en su primer día de pontificado, Francisco visitó Santa María la Mayor, donde entonces residía el cardenal retirado Bernard Law (acusado de encubrir a unos 250 curas pederastas entre 1984 y 2002, cuando era arzobispo de Boston –EEUU-). Según sabemos por el portavoz de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi, Law casualmente (¿no era donde residía?) se encontraba allí. Los primeros rumores –después desmentidos- sostuvieron que Francisco lo increpó exigiéndole que se retire del Vaticano. Algunas versiones periodísticas suavizaron el tono alegando que en realidad le dijo que no lo quería volver a ver en el lugar. Pero su vocero sólo dice que Law se acercó a Francisco, se saludaron, y cada uno siguió su camino. Lo cierto es que no sabemos bien qué sucedió, si intercambiaron alguna frase como la que se rumorea o no, pero no hubo demasiado énfasis de ninguna de las partes implicadas ni en confirmar el hecho ni en desmentirlo. Sin embargo, el gesto –real o no- ya forma parte de la construcción del mito.

Un mito extraño, por cierto, si se considera que el todavía beato Juan Pablo II será proclamado santo, muy probablemente el 8 de diciembre en coincidencia con la festividad de la Inmaculada Concepción. Juan Pablo II era Papa cuando su sucesor, el entonces Joseph Ratzinger, era el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, función desde la cual se ha demostrado que encubrió al sacerdote estadounidense Lawrence Murphy –sospechoso de haber abusado de unos 200 niños sordos-. Siempre se sospechó que Juan Pablo no podía estar del todo desinformado sobre las causas que llevaba adelante –o encubría- su prefecto, y cuando se comenzó a hablar sobre su posible beatificación, este fue el argumento más fuerte contra su consideración.

Una de las evidencias más incuestionables para desmentir el supuesto desconocimiento de Juan Pablo II en el encubrimiento de los sacerdotes pedófilos es la carta que –firmada por Ratzinger- se envió en mayo de 2001 a todos los obispos católicos, declarando que las investigaciones internas  de la Iglesia sobre los casos de abuso sexual infantil estaban sujetas a secreto pontificio y que no debían ser denunciadas a las fuerzas públicas, hasta que las investigaciones fueran completadas, bajo pena de excomunión. Dado que la mayoría de las denuncias fueron desestimadas, y las pocas investigaciones realizadas fueron abandonadas, en los hechos no se ha informado a las autoridades civiles –ni se les han facilitado pruebas o evidencias- para que los pedófilos fuesen procesados. Las causas que han avanzado civilmente (como en el caso de Grassi en Argentina) contra sacerdotes pedófilos, se han consustanciado por las propias investigaciones que pudo realizar la justicia, sin colaboración de la Iglesia. En casi todos los otros casos la única medida fue el traslado del denunciado a otro destino, la mayoría de las veces sin la limitación de contacto con menores, e incluso en muchas ocasiones disimulado con un ascenso. Lo que en buen romance podríamos definir como “borrón y cuenta nueva”.

La excomunión con que se amenaza en la carta a quienes colaboren con la justicia civil no alcanzó en ningún caso a los acusados. Mucho menos, por supuesto, su secularización.

Una de las causas que sí se inició durante su Papado fue contra el Padre Marcial Maciel, fundador de La Legión de Cristo, pero no avanzó demasiado, y fue finalmente cerrada durante el Papado de Benedicto XVI (quien como prefecto durante el papado anterior había tenido la responsabilidad sobre ella) en razón de la avanzada edad del acusado. La misma razón aducida en el cierre de otras causas.

Quizás por esta tolerancia que la Iglesia ha venido demostrando en los hechos –más allá de la condena en las declaraciones y en los gestos- es que resulta más dura la declaración del matrimonio igualitario como una obra del demonio.

Y es por la misma razón que resultan tan contundentes las palabras que Francisco le dedicó a los divorciados, a quienes les recordó que vueltos a casar o no, están excomulgados por haberse divorciado. Para ellos, también hubo gestos: “Creo que es un tiempo de misericordia, un cambio de época”, pero se apresuró a acotar que se estudiará la cuestión de si los divorciados pueden recibir la comunión, de la que actualmente están impedidos. Gestos que no son –al menos todavía- acciones.

No deja de impresionarme que una persona sea excomulgada por estar divorciada, mientras que un sacerdote condenado por pedofilia o por crímenes de lesa humanidad pueda seguir celebrando Misa. En Argentina tenemos nuestros propios ejemplos, y Bergoglio no puede desconocerlos: los casos fueron juzgados y condenados por la justicia mientras él era Cardenal Primado. Así que Jorge lo sabe. Quizás Francisco lo haya olvidado.

Seguro lo ha olvidado. Debe ser una de las consecuencias de los cambios de nombre, como signo de un nuevo nacimiento y una nueva identidad. A veces, algunas personas, se toman los gestos demasiado literalmente…

Porque si no lo ha olvidado, ¿cómo es que Angelo Becciu –en su nombre- le envió una carta fechada el 3 de julio de 2013 a Cecilia Pando, en respuesta a otra que ella le había enviado el 18 de junio?

La carta fue publicada originalmente en la página de la Agencia Paco Urondo, donde se realizaron las marcas sobre el texto. Me impresiona muy fuertemente la ambigüedad del texto al referirse a los condenados por crímenes de lesa humanidad, llamándolos “presos”. Lo siniestro de sus acciones queda mezclado con las del ladronzuelo de gallinas, el estafador de guante blanco, el conductor embriagado… y con los detenidos sin condena, los aún no procesados, los inocentes injustamente encarcelados, los que serán absueltos libres de culpa y cargo. Y, como bien podría suceder, hasta podrían codearse con el adicto, con la mujer que se realizó un aborto, y con el médico que la ayudó para que no se desangre en la mesa de la cocina de una comadrona de barrio.

En el mismo lodo, todos manoseados. Un gesto el responder la carta de Cecilia, férrea defensora de represores, asesinos y apropiadores de niños durante la dictadura. Un gesto pedirle a otro que la firme por él. Y todo un atrevimiento -aún para la Santa Sede- hablar sobre reconciliación cuando el perdón es una atribución de las víctimas y no de sus victimarios. Victimarios que -recordemos- no se han arrepentido.

¿Habrá sido también un gesto, prometerles a Estela de Carlotto –y en su persona a todas las Abuelas- y a Juan Cabandié –y en su persona a todos los Hijos- colaborar en la búsqueda de los nietos que aún faltan encontrar? ¿Cómo esperar de su promesa más que un simple gesto, después de esta carta a Cecilia Pando, quien sostiene militantemente que esos niños están donde deben estar? ¿Podemos esperar, después de esta carta, que Francisco abra los archivos y entregue los documentos que permitan restituir la identidad a los niños apropiados y devolver los cuerpos de los desaparecidos?


 

Quizás no sea que Francisco haya olvidado que fue Bergoglio. Quizás en aquel Bergoglio ya estaba este Francisco, ambiguo y lleno de gestos. Como cuando durante la dictadura escribía solicitudes y recomendaciones para proteger sacerdotes, mientras a sus espaldas llamaba a los destinatarios de sus misivas para indicarles que las rechazaran. O como cuando –tiempo después- revelaba periodísticamente información precisa que permitió identificar un centro clandestino de detención, pero que desmintió conocer cuando debió testificar sobre esos mismos datos frente a la justicia.



Estas jornadas que acaban de terminar nos dejan, además, otra postal. Una postal final que tiene mucho de gesto. El que en realidad me preocupa mucho más. Es que no es la primera vez que la elección de un Papa sorprende  a los desprevenidos. No es la primera vez que llega un Papa desde el fin del mundo. Cuando allá por 1978 fue proclamado Karol Wojtyla, se había buscado un Papa proveniente del otro lado de la cortina de hierro: un Papa conocedor del terreno donde debía librarse la lucha contra el Comunismo. Así, Juan Pablo II se convirtió en el mayor símbolo del anticomunismo, y combatió la expansión del marxismo y de la Teología de la Liberación, con Ratzinger como su mano derecha y sucesor.
Este nuevo Papa, el Papa Francisco, puede ser visto por la Iglesia-Institución como un garante de la continuación de aquel legado allí donde la lucha no ha terminado. Un Papa venido de América Latina, el corazón de una nueva manera de entender y hacer política. Una América Latina que, con sus diferencias, crea nuevas organizaciones, se alza como una región con carácter propio, y se para económicamente frente a las potencias y las corporaciones multinacionales. Una región que, política y económicamente, confronta con los intereses políticos y económicos del Estado del Vaticano: esos que desde el Banco ahora tan cuestionado, corrupto y obsceno, han sido férreamente cuidados. Y me preocupa porque Francisco, cuando no era Francisco, sino quetodavía era Bergoglio, no tuvo gestos ni palabras en favor de este nuevo movimiento. Francisco, cuando era Bergoglio, se paraba del otro lado.
 
Y allí va Francisco. Con sus zapatos gastados, siempre fotografiados. Sentado en el trono que ha reemplazado, siempre fotografiado. Durmiendo en su cuarto austero, siempre fotografiado. Con sus gestos campechanos, y su sonrisa amplia. Con su discurso plagado de gestos.

Pero detrás de los zapatos gastados con que tan cómodo camina, y del trono de Príncipe de la Iglesia con menos oropeles pero igual poder absoluto e infalible sobre cuestiones de moral y doctrina, se erige el Banco del Vaticano, con sus bienes mal habidos en un escándalo de evasión, estafas, blanqueo de dinero y tráfico de armas. Ese banco con el que, todavía, no sabe qué va a hacer. ¿Pensará en esto cuando recuesta la noche sobre la almohada de su cuarto austero? Cómo saberlo…

Hay otras cosas que están mucho más claras. Aunque los gestos sean de consuelo, homosexuales, mujeres, víctimas de pedófilos, abuelas que buscan a sus nietos no parecen tener mucho que esperar.

La Iglesia-Institución descansa cobijada por la gloria de Dios. La Iglesia-Pueblo se enciende abrasada y abrazada por la pasión de la cruz de Cristo. Por ahora, todo está en su justo lugar. Veremos qué tan dispuesto está el Papa Francisco a dejar de lado los gestos y arremangarse en serio. Y por su obra lo conoceremos.

 

Viviana Taylor

 

martes, 16 de julio de 2013

Nació Néstor Iván Kirchner, el nieto de Néstor y Cristina


La importancia de llamarse Néstor
 

 
Viviana Taylor

 

Cada vez que nace un niño, lo distinguimos con un nombre. Esta palabra que elijo no es inocente ni casual. Y la uso en su doble acepción: al distinguirlo, lo diferenciamos de los otros niños, de la humanidad toda. A partir del nombre comienza a ser una persona, y deja de ser un genérico. Pasa a ser un sujeto, y ya no un elemento indiferenciado de una categoría.

Pero el nombre también distingue en el sentido de otorgar una cierta distinción. Y es allí donde, de esa categoría general en la que todos entramos, a partir del nombre pasamos a formar parte de una cierta categoría. A portar una cierta distinción: está claro que no es lo mismo llamarse Abel que Caín; Jesús que Judas; Reina, Soledad, Dolores, Milagros o Bienvenida.

Así, algunos creen que somos las personas quienes les imprimimos significado a nuestro nombre: a partir de nuestros comportamientos, de las manifestaciones de nuestra personalidad, de nuestra historia de vida, vamos cargando a nuestro nombre de esas características.

Otros, en cambio, piensan que el nombre con que se nos distingue ya carga con un significado, que va a  generar ciertas manifestaciones en el sujeto que lo porte.

Estas acepciones y creencias son las que se juegan cuando reflexionamos sobre el valor del nombre.

 

Un niño ha nacido. Y sus padres lo han llamado Néstor Iván.

En cuanto escribí la frase anterior, a modo de subtítulo, me remitió automáticamente al tono de los textos sagrados: esta declaración, la forma de expresarla, tiene ese tipo de sonoridad. Y es que el acto de nombrar tiene mucho de sagrado. El acto de nombrar es en sí un acto creador: anuncia que hay algo allí donde antes sólo había deseo y voluntad. Por eso ningún nombre es al azar. Y todo nombre tiene fuerza por su presencia o su ausencia: no por nada alguien se gana el apelativo de “innombrable”, tan diferente al lugar donde se pone a quien sólo se des-identifica como NN.

Un niño ha nacido. Y sus padres lo han llamado con un nombre –sin dudas- con fuerte connotación familiar. Ha sido llamado como su abuelo, y a partir de llevar su nombre, fue inscripto por estos padres en una estirpe familiar, en una historia familiar que comenzó mucho antes que su venida al mundo, y que lo contiene y significa. Un niño ha nacido, y le ha sido legada una herencia.

Pero también ha recibido un nombre con una fuerte connotación social, política. No sabemos si los padres –ambos o uno de ellos- lo han hecho adrede. Y no será posible saberlo, salvo que lo afirmen explícitamente: si lo negaran con la mayor contundencia, de todos modos habrá siempre un amplio margen de sospecha. Tampoco importa demasiado: la inclusión en esta estirpe, la inscripción en esta historia familiar, conlleva la inclusión y la inscripción en la historia social y política. Ser Néstor Kirchner es portar un nombre atravesado por significados. Y no es un nombre común, fácilmente soslayable. Ser Néstor Kirchner es serlo frente a todos, todo el tiempo. Es una invitación a ser interpelado de alguna manera.

Es que llamarse Néstor Kirchner es más que llevar un nombre: es ser Néstor Kirchner. De la misma manera –nada lisa y nada llanamente- en que cada uno de nosotros es su propio nombre. En este caso, el significado personal del nombre expresa no sólo el legado de continuidad del grupo familiar. Expresa, además, el legado de las características que se han construido y asignado socialmente (políticamente) al mismo. Características que se han construido en grupos con perspectivas muchas veces disímiles, en ocasiones contradictorias, complejizando particularmente su significación.

 
Me pregunto qué tipo de peso
conllevará portar este nombre durante su crianza.

 
Es que durante la infancia adoptamos ciertas cualidades, actitudes y conductas que conforman la persona –o máscara- y excluimos otras, que se convierten en parte de la sombra.

La máscara está orientada hacia la percepción que tenemos de las expectativas que la sociedad tiene sobre nosotros. Es la forma en que nos mostramos, resaltando o destacando los rasgos que aceptamos y que creemos que nos proporcionarán un mayor grado de aprobación externa. La sombra, en cambio, se va conformando con todo lo que no deseamos ser y todo lo que ignoramos que somos, con la represión de las características criticadas y rechazadas, en principio por nuestros padres, y luego por otras personas significativas.

Me pregunto cuántas veces este niño experimentará ser halagado y apreciado, y cuántas otras criticado y rechazado, por características que se le adjudican a su nombre por aquel otro Néstor, que no es él. Y me preocupa. Me preocupa por quienes no pueden distinguir entre su odio a aquel Néstor Kirchner, y los comentarios injuriosos y despreciativos que le dedican a un niño que recién ha nacido, por traslación de ese odio a este otro Néstor Kirchner.

También me pregunto, con tanta expectativa social, cuánto margen tendrá este Néstor para no ser aquel Néstor. No dudo que su familia –con mayor o menor dificultad, con más o menos alegría, con mayor o menor autoconciencia, con mera aceptación o incluso promoviéndola- acepte la diferencia. En toda familia hay historias sobre hijos que son diferentes a lo esperado, y esta no tendría por qué ser la excepción. Sobre todo, porque no sabemos quién se espera que sea este niño al legarle el nombre de su abuelo: qué características de aquel Néstor quieren ver continuadas en este Néstor, y en qué hechos y actitudes serán capaces de reconocerlas. Me pregunto, en cambio, si los demás, quienes formamos parte de esta sociedad que incluye y contiene a esta familia, seremos capaces del aceptar el desafío de que este Néstor sea un Néstor original, a su manera. Si podrá encontrarse con sus maestras mirándolo el primer día de clases como miran (o deberían mirar) a cada niño: como un misterio a descubrir y cuyo aprendizaje estimular. Por miope que parezca mi visión, hoy es lo que me pregunto: si sus maestras son capaces de dar este salto, sobreponerse a las significaciones personal y socialmente construidas, abriendo la posibilidad a vínculos con ellas y entre compañeros más sanos y menos prejuiciados, van a sentar bases muy diferentes para que este Néstor pueda atravesar su infancia, a las que sentarían si no fuesen capaces de hacerlo.

 

Pero no sólo las personas tenemos máscara y sombra. Las familias, todo grupo, la sociedad, tienen una máscara y una sombra. Y es necesario que reflexionemos sobre esto porque lo que ha sido excluido regresa, y reclama de manera violenta ser tenido en cuenta, reconocido. Es por esto que nuestros mapas internos configuran el paisaje que vemos, o –mejor dicho- que creemos ver afuera.

En el caso particular sobre el que me interesa que pongamos un poco de luz, la sombra de las convicciones –en este caso respecto de lo que es bueno para la sociedad, sobre la política- consiste en una visión unilateral y rígida que exalta las propias creencias, y califica como de menor calidad o valor moral -e incluso persigue- a las demás. La sombra de las convicciones políticas es el fanatismo político, y esa es la razón por la que ni siquiera la militancia nos exime de la necesidad de reflexionar y del trabajo de reconocer la propia sombra. Más bien, todo lo contrario: cuanto mayor sea nuestra convicción política, más necesario es trabajar para iluminar nuestra sombra sobre ella.

En los casos de sombras colectivas, este proceso se inicia con cada persona que se atreve a cuestionarse, a aceptar la responsabilidad de ser autocrítica para evitar proyectar sus prejuicios sobre los otros.

Esta es una buena ocasión para hacerlo. Ha nacido un niño, y lo han llamado Néstor Kirchner. Un nombre que ha movido en la mayoría de nosotros procesos subjetivos, que no tienen que ver con quién este niño es, sino con el nombre que lleva. Un nombre que ha movilizado esperanza y alegría, más allá de las que normalmente moviliza el nacimiento de un niño. Un nombre que ha movilizado rechazo y odio, sentimientos y emociones que no son las que normalmente moviliza el nacimiento de un niño.

 

El periodista y escritor estadounidense Hodding Carter alguna vez escribió que “sólo hay dos legados duraderos que podemos aspirar a dejarles a nuestros hijos: raíces y alas”.

Ha nacido un niño y su nombre le ha dado raíces. Es el deber de todos nosotros que, además, tenga alas.


 
 
Bienvenido Néstor Iván Kirchner

 
 
 

Por Viviana Taylor

jueves, 11 de julio de 2013

Carta a un observador comprometido

 

No puedo siquiera explicar la enormidad expansiva que está alcanzando mi ego: me dedicaron un post. Y aunque esta vez no es la primera, sí inaugura a los amables y respetuosos. Añoro secreta y nada humildemente que me dediquen otros del mismo tono, más cuando planteen un debate: en este caso, es la continuación del que venimos desarrollando con énfasis y mutuo reconocimiento en Twitter.
 
Como corresponde, procedo a devolver la gentileza:
 
 
Estimado co-debatiente Observador Comprometido (@ObsComprometido):
 
Sólo como para ir contextualizando desde dónde hablo, voy a contarle que el 25 de marzo de 2010, en este mismo blog, publiqué un posteo que comencé con el siguiente párrafo:
“No la voté y probablemente nunca lo haga. Pero, viniendo de la izquierda del radicalismo y no sintiéndome ya representada por ningún partido, me sorprendo con más acuerdos con este gobierno que con cualquier otro del que tenga memoria”
Esto es, en las elecciones del 2009 –posteriores a aquel nefasto conflicto desatado a partir de la 125, y por las cuales se conformó un Congreso en el que el oficialismo K pasó a ser minoría- yo no voté por el FPV. Y, casi un año después, todavía pensaba que muy probablemente nunca fuera a hacerlo.
 
Pero algo sucedió. Y ese algo fue ver a la oposición dominando la mayoría legislativa. Una oposición que, en honor a la realidad, debería llamar “oposiciones” y que convirtió al Congreso en una yuxtaposición de pequeños grupos con intereses particulares, que no fueron capaces de organizarse, de proponer en conjunto, de negociar, de dejar protagonismos narcisistas de lado para apoyar las iniciativas que no le eran propias… simplemente, porque nunca fueron capaces –ninguno de ellos- de mirar más allá de sus intereses particularísimos para velar por el bien común.
Habiendo logrado lo que habían buscado, se revelaron en toda su impotencia para generar políticas. Y lo que ahora veo, tal como se están planteando estas nuevas elecciones legislativas, es que ninguno de ellos parece haber aprendido nada: se reordenaron las figuritas, los que antes se odiaban van juntos, los que antes se amaban están distanciados: no son capaces siquiera de hacer una campaña con propuestas, porque ya no sólo no hay propuestas que puedan acordar con otros partidos, sino que no pueden hacerlo al interior de las alianzas (en realidad, de las yuxtaposiciones) que conforman.
 
Frente a esa realidad desencantada y desencantadora, voté en el 2011 entregando varias virginidades: la primera vez que votaba peronistas, la primera vez que votaba K, la primera vez que votaba al FPV. Y le diré que no fue fácil asumir las consecuencias (todavía no lo es, pero ya aprendí a convivir con ellas) Es que, como sabe, no soy mujer de callar mis elecciones ni sus fundamentaciones; y el contexto en el que vivo y me muevo es lo que –vulgarmente- podríamos caracterizarlo como “significativamente poblado de caceroleros”. Gorilas, si prefiere.
 
¿Por qué voté a Cristina para su reelección? Lo que me hizo comenzar a mirar sin prejuicios las acciones políticas que proponía, es que del otro lado había sólo impotencia quejosa. Y se las agradezco, porque eso fue lo que me motivó a mirar, y me posibilitó ver.
 
Quizás las razones que explican por qué la voté, y por qué hoy apoyo convencida y militantemente su espacio político, tengan su hecho fundacional en su discurso de asunción en 2007. Aunque no la había votado y todavía me causaba cierto rechazo su estilo, no me molestó que ganara. Y cuando  escuché su discurso de asunción, lloré. No lloré como una mujer sentimental a la que le tocan el corazón: lloré como una mujer política a la que le atraviesan las convicciones. Sentí que estaba ante una estadista, y me relajé: sentí en las vísceras que íbamos a estar bien. Después, escuché el discurso de asunción de Macri, y me dio vergüenza ajena. No esperaba encontrar en un neomenemista declaraciones con las que me identificara; pero esperaba encontrar algo donde sólo hubo nada.
 
Como Ud., querido Observador Comprometido (ay… cuándo revelará su nombre… me siento como hablándole a una categoría en la que quizás me podría sentir incluida, y que me hace pensar en Fuenteovejuna) desde entonces no he dejado de reconocerle méritos, así como tampoco desaciertos. Verá: no creo en los seres angelados, ni en la política ni en ningún otro lado. Y que aún las mejores personas cometen errores y tienen sus pequeñas miserias (más grandes quienes no las reconocen y dejan que crezcan incontrolablemente dentro de ellas). Cuanto más en las actividades que se caracterizan por la multiplicidad de condicionantes y la alta incertidumbre: es mucho más fácil criticar señalando lo que está mal que proponer alternativas de acción (pienso, de nuevo, en la yuxtaposición de oposiciones que pretende llegar a las elecciones basando sus campañas en la explicitación de todo aquello a lo que se oponen y sin presentar propuestas superadoras. Ni meramente  igualadoras, por si vamos al caso).
 
Vamos con los temas que en su post me cuenta que le parecen desoladores.
 
Respecto del transporte, creo que es urgente la revisión de todo el sistema. Y hace rato que sostengo que debería comenzarse por el transporte ferroviario. En un posteo del 16 de julio de 2012, sobre los claros, los oscuros y los grises que le veía al gobierno, acoté incluso que “haciendo cirugía mayor si es necesario”. Allí escribí: “La política de desguace que dio sus golpes finales en la década de los ’90, y que llevó a un crecimiento inconmensurable del tráfico en las rutas con todos los inconvenientes que ha acarreado, debe ser revisada de inmediato. Pero no desde el voluntarismo de los discursos y las acciones de emparchamiento, sino desde una mirada refundacional del sistema ferroviario y de las políticas viales, como subsistemas de un desarrollo económico socialmente sustentable.” De Jaime no creo que haga falta aclarar que estoy más conforme con su situación actual que con su accionar como funcionario, y que espero que termine con la condena que le corresponde, al igual que todos los otros responsables. Respecto de la política de subsidios, sospecho que el problema es más complejo que lo que Ud. lo plantea: estoy convencida de que el transporte público requiere ser subsidiado, como lo es en la mayor parte del mundo (iba a poner TODO el mundo, pero no me consta). Sí creo que hubo un error en la elección del receptor del subsidio, seguramente fundado en la práctica tradicional y por ello naturalizada de subsidiar a los proveedores de servicio como un modo indirecto de que el beneficio llegue a todos los consumidores, algo que ahora está revisándose.
 
Respecto de la energía, seguramente se imaginará que festejé –otra vez, con lágrimas incluidas- la reestatización de YPF. En el post que acabo de citar, también aclaré que “creo que estamos en peligro de volver a caer en graves errores si no revemos toda la política sobre nuestra matriz energética. Hay que redefinir urgentemente las condiciones de producción, transporte y distribución del gas y la electricidad, así como los contratos de las compañías implicadas y su cumplimiento. Y ya que estamos, si no es mucho pedir, la provisión de agua potable y el sistema de cloacas. En esta misma línea de razonamiento, asocio otra preocupación: la explotación de los recursos naturales. Creo que la política nacional -y el modo en que enmarca las políticas provinciales- es, al menos, lábil. Si bien es cierto que la necesidad tiene cara de hereje, hay herejías que se pagan caro, y eso está sucediendo con la postura del gobierno frente a la megaminería. Quizás el problema no se vea claramente porque las consecuencias son de largo plazo, y hay una cierta tendencia -no sólo en este gobierno- a tratar políticas que deberían ser de Estado como cuestiones de gestión de gobierno. Un claro ejemplo es la Ley de Glaciares y sus avatares hasta que logró ser aprobada, aunque para su aplicación plena falta todavía un largo camino. Otro ejemplo, es la falta de controles respecto de las sustancias que se usan para el control de plagas y el desmalezamiento, controles que difícilmente van a ajustarse a políticas centradas en lo ambiental y la salud pública, dadas las ganancias que permiten generar en el campo.” Y, aunque allí no lo explicité, lo hago ahora: y las ganancias que permiten generar a multinacionales –como Cargill y Monsanto- amparadas en la fuerza de presión que les otorgaron los TBI sobre los gobiernos de los países en los que se anclaron. Algunas de estas cuestiones también están revisándose: recientemente se rescindió un contrato contra la empresa que iba a explotar Famatina y se está avanzando en la construcción de estrategias regionales para lograr salir de la influencia de los TBI y –consecuentemente- el CIADI.
 
En general, respecto de los subsidios en materia de energía y transporte, los considero necesarios en tanto facilitadores de condiciones para el crecimiento y el desarrollo. Son herramientas de gestión, crean condiciones de posibilidad, y tienen fuerza direccionadora. Siempre son revisables, claro: en razón de las condiciones que la realidad proponga en su relación con las políticas de gobierno que se desean implementar. No se pueden criticar los subsidios per se: son razonables o no, efectivos o no, relevantes o no, en razón de las realidades que pretenden crear, compensar o potenciar. Para mí, esta una charla posterior a las que acabo de explicitar como prioritarias, y su consideración se derivará de las conclusiones a la que se llegue en ellas.
Respecto de las inversiones que está logrando YPF, no son tan pocas ni tan magras como suele presentarlas la prensa corporativa. Tampoco son óptimas, es cierto: estamos en un mundo en crisis, el petróleo es un recurso deseable y susceptible de ponernos en una situación de riesgo internacional, y hay demasiada propaganda interna hacia el exterior (y el interior) pretendiendo desmotivar la inversión en Argentina, con claras intencionalidades políticas. Si le parece que esto último es una hipótesis derivada de una paranoia afiebrada, lo invito a conocer a Federico Tessore y su pseudo informe “El fin de la Argentina”, si es que todavía no ha tenido el disgusto.
 
Cambiando de tema… el INDEC: allí también acuerdo en que hay mucho que revisar y corregir. De ahí a llamarlo –como escribió en su post- “falsificación” y acusarlo de incurrir en “sucesivas mentiras”, hay una distancia. Creo que lo que primero habría que revisar es esa zona de intersección entre lo político y lo técnico en que cayó, para redefinir su función, y corregir la marcha. Como ya le dije que no creo en seres ni actividades angeladas, entiendo que hubo una necesidad de concebirlo en esa zona de definición indefinida. Y creo que el momento oportuno para las correcciones necesarias es incierto: podemos argumentar que se imponen por el descrédito en que ha caído, podemos argumentar si el momento para hacerlo o no depende o no del mapa político posterior a las elecciones de octubre... De lo que sí estoy convencida es de que no hay que ofrecerle el cuello al lobo mientras uno no se asegure de que tiene un cuello de respaldo. Veremos después de octubre.
 
Respecto de “merluza”, “carne”, “lo que sea para todos”, le diré que desde el conurbano profundo –no sé qué barrios habita y camina- no es fácilmente comprensible su expresión “ridículos intentos”. Funciona y funciona bien: llega a los barrios, la gente compra merluza, carne, verduras, pastas, pollo, lácteos; hay difusión a través de las organizaciones militantes de distintos signos y de Facebook (parece que Tw es más elitista y no necesita de estas cosas). Y tiene un plus que no suele considerarse: en los barrios alejados de los centros casi no hay comercios, así que para abastecerse de alimentos y muchos otros productos hay que pagar boleto de colectivo, y hacer muchos viajes con el costo de muchos pasajes, o pagar un coche de alquiler y aprovechar para traer una compra grande. Un coche de alquiler desde un supermercado hasta una distancia de unos 4 km ronda los $50. Créame, amigo: el plan “lo que sea para todos” en los barrios del conurbano funciona como ahorro doble. No hablo de los beneficios relativos que depare en otros lugares, porque desconozco.
 
Y voy a dedicarle unas palabras a otro “para todos”: el fútbol. Cada vez que escucho discusiones sobre este tema (no sabe los puntos de amistad y simpatía que subió por no hacerlo) me acuerdo de aquellas otras, cuando se criticaba a “los villeros que tienen todos antena de tv en la casilla”. Claro, soy añosa… después fui escuchando esas críticas remixadas: todos tienen tv color, todos tienen cable… Ahora, todos tenemos fútbol. Como siempre fue: ese invento de no poder ver fútbol por la tele es relativamente nuevo, aunque los más jóvenes tuvieran naturalizado mirar la tribuna y que miserables relatores les enrostraran “yo sí puedo verlo”. Para mí, el acceso a poder ver deportes, una buena ficción, un buen periodístico, un buen documental, ballet, ópera, conciertos, libros… es un derecho de todas las personas. Y el no gozar de él lo considero una alienación. Es cierto que implica un enorme costo. Un costo que se pagaría a sí mismo y aportaría dividendos si los intereses corporativos no presionasen a los potenciales anunciantes para no hacerlo. Si me equivoco, y sólo traes pérdidas, me gustaría que alguien me explique por qué están tan interesados en volver a explotarlo quienes lo hacían…
 
Vamos con los precios internacionales… Es cierto: venimos bien con eso y mucho ayudaron a la recuperación del país. Fueron una razón necesaria, pero no suficiente: el viento de cola necesita alerones que lo direccione. Y eso lo hace la política.
Claro que no es suficiente: la sojización del país no es responsabilidad del gobierno. Es un proceso anterior a él, y contra el que no se ha podido avanzar. Todavía recuerdo cuando en medio de aquel estallido en el 2008 del largo conflicto con el campo –mejor dicho, con los intereses corporativos vinculados a los agronegocios- Cristina no dejaba de reclamar contra la sojización. También recuerdo el silencio de Carrió, aún a pesar de haber sido una de las primeras en instalar la discusión del problema. Las razones por las que la soja “se comió” los campos tiene que ver con que China e India comenzaron a comer (disculpe la vulgaridad de la metáfora) pero también tiene que ver con el magnífico negocio de Monsanto y sus satélites. Puede rastrear las prácticas mafiosas de este negocio en la historia reciente de Paraguay y sus semejanzas con lo que sucede en Argentina.
 
Quédese tranquilo: aunque no se modifique la situación, aunque no logremos salir jamás de los contratos que nos atan la soberanía, de todos modos trigo va a haber: Monsanto produce trigo transgénico.
 
Respecto de la actitud confrontativa no voy a detenerme demasiado: para bailar un tango, hacen falta dos. Y no veo que la confrontación sea, necesariamente, perjudicial. Más bien lo contrario: todo lo que se mueve, cambia, mutua, confronta con la resistencia al cambio. Seguro lo sabe mejor que yo: es la dinámica propia de lo instituido Vs lo instituyente. La confrontación hace a la praxis política, es constitutiva y fundante. Si no quiere confrontación, no tendrá siquiera una gestión técnica, apenas la soledad silente de los campos de cipreses.
Ahora, derivar de esa confrontación la supuesta exclusión (¡implícita!) del 46%... ¿no le parece mucho? No voy a decir nada al respecto, porque lo respeto intelectualmente y creo que esta afirmación es un exabrupto emocional que lamentablemente quedó escrito… Estoy segura de que su momentáneo sentimiento de exclusión nada tiene que ver con el análisis que en alguna otra oportunidad hice sobre estos sentimientos. Y buscar otras razones sería como discutir qué pienso sobre la cantidad de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler.
 
Voy a copiar textual los párrafos finales del post que me dedicó:
 
“Lo peor es que, con algo de moderación y una autoridad económica racional, sumada a esa tremenda e innegable voluntad de poder y a una gran habilidad para sacar conejos de la galera (cualidades para nada criticables) podrían hacer realidad su sueño de eternidad. 
Cosa que la sucesión peronista parece haber detectado y haber comenzado a explotar en beneficio propio.
Yo también espero que el próximo gobierno no anule los logros y procure enmendar los errores. 
Sería terrible soportar otro intento presuntamente fundacional.”
Creo que ahí está todo. El problema no es que Ud. no acuerde con esta gestión de gobierno. Es que no le caen simpáticos.
En el último párrafo de un posteo al que ya hice alusión antes, y en el que –para mi sorpresa- avancé en muchos más grises y oscuros que Ud.- escribí:
Un último punto gris al que voy a hacer alusión es esta nueva tendencia que ha dado en llamarse “Cristina eterna”. Si bien la Presidenta no ha dado muestras de estar a favor de una reforma constitucional que habilite un nuevo período presidencial, lo cierto es que la insistencia en el tema de ciertos ultrak y ultracristinistas ha instalado el tema, del que se han hecho eco los medios opositores, para descalificarla. Un tema que no creo que esté en la agenda presidencial, pero que quizás debería ser aclarada esta ausencia –y la voluntad de que así continúe- con mayor vehemencia para no dar lugar a especulaciones vanas. Lo que torna gris esta cuestión es que, lo que la vuelve verosímil –aunque no sea cierta- es que no es posible vislumbrar una figura clara que se recorte en el horizonte cristinista de cara a una futura candidatura presidencial. Consecuencias no deseadas de los liderazgos tan marcadamente personalistas…”
La diferencia fundamental entre su preocupación y la mía es que Ud. parecería poner el acento en que este gobierno no le cae simpático. Y a mí, la verdad, eso me despreocupa absolutamente. Verá: es que me cae simpática mucha otra gente. Gente a la que jamás  votaría.
 
No voy a darle un abrazo K ni un abrazo chavista.
Es que no quiero incomodarlo.
Va un abrazo patriótico y latinoamericano.
 
Viviana Taylor
 
 
 
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