miércoles, 19 de mayo de 2010

Una sociedad pedófila


O


Acerca de cómo todos nos vamos convirtiendo en cómplices



Viviana Taylor



En este momento estoy con la radio encendida, y escucho azorada cómo el intendente de General Villegas relativiza la gravedad de una probada situación de abuso sexual por parte de tres varones adultos contra una menor de 14 años, argumentando la supuesta precocidad sexual de ella.
Quizás tan azorada como anoche, cuando las imágenes de un noticiero mostraban el apoyo de parte del pueblo a estos señores, a los que calificaban como “las tres víctimas verdaderas”. Pero mucho menos que cuando escuché la defensa de la esposa de unos ellos, quien textualmente manifestó: “no mataron a nadie, no robaron, no v…”. Debe haberle sonado una alarma interna que la hizo detenerse justo en ese punto, aunque no fue tan efectiva como para evitar que el sonido de la “v” permitiera inferir cómo continuaba la expresión.
Pero mucho menos azorada que en este momento, cuando escucho ahora al periodista local que difundió la noticia, quien defiende a la niña con el argumento de que está probado que no es una prostituta. Como si el haberlo sido –mal que le pese al intendente y a los buenos vecinos- hubiese invalidado el hecho de que tiene 14 años.

Seguramente muchos estarán pensando en la Lolita de Nabokov. Yo estoy pensando en la nena que interpretaba Julieta Prandi en el programa de Franchella, y que alimentó las fantasías de muchos hombres y no despertó –según recuerdo- la indignación de nadie.
Estoy pensando en el Bambino Veira, y cómo el presente de Candelmo parece haberse convertido tristemente en una perversa justificación que disculpa el abuso (¿violación?) que sufrió de aquel, desconsiderando cuánto pudo haber contribuido a su construcción. Y en las empresas que hoy usan su imagen, pretendiéndola familiar, para promocionar sus productos.
Estoy pensando en todas las personas honorables y bienpensantes que todavía defienden al Padre Grassi, quien –recordémoslo- no está preso y sigue teniendo acceso a los niños de su fundación. Y en la Iglesia argentina, que adoptó el lugar de Poncio Pilatos, sin disculpar ni condenar. ¿Es necesario agregar que, en esa fundación, se forman futuros maestros? Sí, hay un instituto de formación docente allí dentro, formando maestros en ese contexto y con esos valores.
Estoy pensando en ese barrio de José C. Paz donde también muchos vecinos, en estos días, defendieron a la familia acusada de pedofilia tachando a la niña denunciante de mentirosa. Y amenazando a ella y a la hermana que le dio cobijo en su casa, en un quizás intento desesperado por desacreditar una delación de la que pudieron haber sido cómplices o partícipes. Y en esos otros vecinos que mandan a sus hijos a escuelas privadas de la zona de San Miguel, y se congregaron esta semana frente a los tribunales de San Martín a prestar su apoyo a un profesor acusado de supuesto abuso a sus alumnos de un jardín de infantes, con el argumento de que “a mi hijo no le hizo nada, mi hijo lo quiere”.
Estoy pensando en el Psicólogo Corsi, quien sí está preso. Quizás porque, a diferencia de las otras víctimas, las suyas no fueron niños pobres ni de una ciudad pequeña. Al parecer, hay muchas categorías de niño. Y algunos, para la ley y la sociedad, lo son más que otros.
Estoy pensando en todos nosotros. En cada vez que me topo con un hombre que no puede disimular su mirada encendida hacia una púber que todavía no tiene siquiera cuerpo de mujer. En cada vez que escucho comentarios procaces, camuflados de chiste, sobre el cuerpo de una adolescente. En cada vez que queda en evidencia lo bien que sigue funcionando el disfraz de alumnita –dos colitas o trencitas incluidas- para activar la pasión de un señor que disfruta de los juegos de roles. Y en las veces en que tantas mujeres consienten encantadas en ponérselo. Aún cuando no sea más que como fantasía, porque aquello con lo que fantaseamos -y lo que hacemos con eso- habla de lo más profundo de nosotros mismos.

Y estoy pensando en los argumentos que escuchamos cuando en la Cámara de Diputados se debatió el nuevo texto de ley de matrimonio para incluir a los contrayentes del mismo sexo. Recuerdo especialmente las palabras escandalizadas de la Diputada Cyntia Hotton preguntándose qué vendría después, incluyendo en la misma categoría a la homosexualidad, el incesto, la poligamia y la pedofilia. Estos son los argumentos que, por esas vueltas aparentemente paradójicas, terminan por legitimar a la pedofilia, al asimilarla a formas de la condición sexual –como es el caso de la homosexualidad- que son sólo variaciones de la misma, sin constituir perversión ni delito; o a formas culturales -como lo son el incesto y la poligamia- que son socialmente reguladas por la tradición.

En fin, estoy pensando en todos nosotros. Y cómo formamos parte de una sociedad que, frente a la pedofilia, oscila entre la culpabilidad por complicidad y por participación directa o necesaria.