miércoles, 20 de enero de 2010

¿Quién llora por Haití?


Por Viviana Taylor


Es increíble que haya tardado tanto en descubrirla, pero la razón por la que no concreté mi sueño adolescente de ser periodista hoy se me revela tan clara... Siempre pensé que una segunda vocación se me había terminado imponiendo a la primera. Pero no, simplemente tenemos corazón y tripas para unas cosas y no para otras. Para la docencia, la lentitud en la toma de posición es una virtud (lo descubrí -también- con el tiempo). Para el periodismo los reflejos deben ser rápidos: siempre hay que saber qué decir y qué hacer. Y si lo que se dice -o lo que se hace- es una barbaridad, siempre existirá el diario de mañana para decir y hacer lo otro y lo contrario. Y para negar lo dicho y hecho.
Es increíble que esta revelación me haya llegado viendo las noticias de estos últimos días. La primera imagen que me golpeó fue un brazo asomándose entre las ruinas de un edificio caído. Ajusté la mirada, no lo podía creer: sí, la cámara se había detenido para enfocar esos restos ganando en dramatismo lo que perdía en humanidad. Y luego volvió a detenerse en las manos que se asomaban debajo de las sábanas, como si faltando ese detalle pudiéramos pasar por alto que se trataba de muertos. Y, no satisfecha, se deleitó con las fosas comunes y las montañas de restos humanos prestas a convertirse en piras a cielo abierto.
No fueron las únicas imágenes que llegaron desde Haití. También nos mostraron las carreras hacia el lugar donde estaban cayendo las cajas con alimentos que eran arrojadas desde helicópteros. Y las otras, las de los supuestos saqueos a las mercaderías atrapadas entre las ruinas de los supermercados destruidos.
Pero lo más obsceno, lo que me obligó a apagar el televisor definitivamente, fueron los periodistas paseándose entre los heridos que estaban siendo atendidos en los puestos hospitalarios de campaña, señalándolos, tocándolos impúdicamente, comentando lo mal que olían, y hablando sobre ellos con la misma aséptica profesionalidad con que muestran las ofertas de carne de la semana.

No sé, pero el contraste con mi recuerdo sobre otras tragedias me pareció brutal.
En la Guerra del Golfo no vimos un sólo combate de cerca, un sólo muerto, un sólo herido. Sólo luces cruzando un cielo nocturno. Casi un remedo de las fiestas de fin de año. Una guerra apta para ser televisada a la hora de la cena, compartiendo la mesa familiar como una invitada más.
Cuando fueron derribadas las Torres Gemelas, tampoco los vimos. Quizás las primeras imágenes, todavía no controladas, que mostraron algo de la tragedia humana. Luego ya no. La tragedia dejó de ser humana y pasaron a ser las Torres caídas. Una herida a la ciudad y al imperio, no en su gente.
Pero en Haití pasan los días y las imágenes se siguen sucediendo despiadadas. ¿Debería suponer que es porque no están siendo controladas, y "sale lo que sale"? ¿O más bien debería sospechar que, eso que sale, es lo que se ha decidido que salga? ¿Es porque se trata de una país pobre, de mayoría negra, analfabeta?

Mientras tanto, los cruceros siguen llegando a sus costas. Ahí nomás de donde la gente se muere de hambre y sed, los ricos del mundo toman sol y nadan en aguas paradisíacas. Claro, por supuesto, dejarán sus donaciones para la reconstrucción de... ¿de qué? ¿qué es lo que se va a construir, ahora, en Haití?
Y mientras tanto, en algunos países -como Estados Unidos y Holanda- se están favoreciendo las "adopciones express" de niños haitianos huérfanos, por razones humanitarias.
¿Qué significa que serán "express"? ¿Se les darán niños a cualquiera?
¿Qué significa que serán "adopciones"? ¿Serán sus hijos, sirvientes, esclavos?
¿Qué significa "huérfanos"? ¿Que serán quienes perdieron a toda su familia, o sólo a quienes perdieron a sus padres?
¿Cómo se puede estar seguro, en semejante caos infernal, que un niño es huérfano? Y cuando comiencen a aparecer -como seguramente sucederá- muchos de los que hoy están dados por desaparecidos -o por muertos- ¿cómo se les devolverán sus hijos?
¿Cómo se reconstruirá Haití sin sus niños? ¿Cómo crecerán esos niños sin Haití?

De lo que no me caben dudas es de que, para hacer este tipo de periodismo que estamos viendo que se hace desde Haití, y que tan bien pinta a esta parte occidental y cristiana del mundo, hacen falta corazón y tripas. Un corazón y unas tripas que yo no tengo. Como no tengo certezas. Apenas, por ahora, una pregunta que me inquieta: ¿quién llora por Haití?