lunes, 28 de septiembre de 2009

Para seguir pensando acerca de un modelo de Estado

La fuerza reguladora del miedo
Viviana Taylor

En otro artículo, Apuntes para ir pensando un modelo de Estado, hice referencia a algunas ideas en torno del Estado y su relación con la comunidad:
1. La noción de la realidad social como pluralidad y, en consecuencia, de la comunidad como proyecto.
2. La afirmación sobre la necesidad de un Estado tanto más presente, en tanto mayor sea esa heterogeneidad.
3. El reconocimiento de las funciones reguladoras y legitimadoras como específicas del Estado. Funciones reguladoras por las que el Estado intenta la construcción de un cierto tipo de comunidad a partir de la heterogenidad; y legitimadoras, por medio de las que instituye como aceptables, e incluso deseables, esas regulaciones, de modo que se requiera la mínima represión posible para poder llevarlas a cabo.
4. El convencimiento de que es posible reconocer qué tipo de Estado pretende consolidarse desde las fuerzas en oposición, a partir de las obsesiones presentes en sus discursos legitimadores.

A pesar de que la divulgación de los argumentos en torno de la globalización –en todas sus formas- parecerían llevarnos a concluir lo contrario, lo cierto es que a principios de este siglo XXI las sociedades son menos homogéneas que en el siglo pasado. Los ciudadanos se parecen cada vez menos entre sí, sus demandas e intereses son cada vez más variados, y constituyen una cantidad creciente de sectores y grupos (que, por su cantidad y diversidad, más que congregar, dividen). Visto así, parecería que transitamos hacia “sociedades sectarias”, conformadas por una serie de yuxtaposiciones de grupos heterogéneos que comparten el territorio. Y no siempre amigablemente.

¿Qué tipo de tipo de comunidad es posible construir hoy, a partir de esta heterogeneidad? ¿Y cómo hacen hoy los gobiernos para disciplinar a estas sociedades, estableciendo regulaciones que permitan que se alineen detrás de sus políticas? Pero sobre todo, ¿cómo hacen para que esas políticas sean consideradas legítimas, cuando afectan los intereses particulares de tantos?
Parecería ser que el problema se ha resuelto a través del pánico. Si algo parecen tener hoy en común tan diferentes gobiernos a lo largo de este ancho mundo, es que se han empeñado en asustar al conjunto de las sociedades para poder manipularlas.
Pero… ¿cómo hacer para conseguir que la gente se asuste?

Dejemos las generalidades, y tratemos de analizar más concretamente qué tipo de comunidad estamos construyendo en nuestro país en la actualidad.
En primer lugar, sobran razones objetivas para tener miedo. Si comenzamos hablando de la inseguridad económica, el temor a perder el empleo no sólo se ha disparado por la recesión que estalló globalmente durante el 2008. Es sobre todo parte de la experiencia histórica de una sociedad que padece cíclicamente crisis económicas que, al ser superadas, nunca logran alcanzar el estado de bienestar anterior. Crisis que en los últimos 60 años han profundizado la ya enorme brecha entre ricos y pobres.
Mientras escribo esto, tengo a mi lado el diario Clarín de ayer, 27 de septiembre de 2009. El título principal de la tapa hace referencia a un conflicto gremial en la Provincia de Buenos Aires que ha provocado cortes en la Panamericana durante varios días, piquetes en la Ciudad de Buenos Aires por parte de grupos de estudiantes en apoyo a los trabajadores en conflicto, y ha profundizado los resquemores entre los gobiernos nacional y provincial; pero también de la Ciudad de Buenos Aires, que siente que un problema que debería estar viendo desde afuera, como mero espectador, se le ha metido por el patio de atrás. En las páginas interiores, abundan las noticias sobre provincias que suben sus impuestos para compensar sus déficits presupuestarios, corrupción económica, una columna de opinión sobre el recrudecimiento de la reducción de trabajadores a la esclavitud y la servidumbre, y un recuadro que se titula -como una metáfora del país- “Hay una Argentina que está de remate”. Y más.
Pero la inseguridad no es sólo económica. Asustan todavía más las tasas de criminalidad. Y la información circulante parece contribuir a la construcción de un cierto sentido común sobre ella: aunque los datos reales no parecen indicar una mayor incidencia de estos indicadores sobre otros, los discursos aluden a una delincuencia sustancialmente encarnada en villeros, inmigrantes latinoamericanos y adolescentes. Categorías que si bien pueden ir separadas; juntas configuran una imagen más clara y discernible, mejor. La muestra de que este es el perfil del delincuente, se evidencia más crudamente cuando se pretende describir a otro tipo. Entonces se aclara que no se trataba de un chico, o no parecía drogado, o estaba bien vestido, o era blanco. Así, se lo define por su distancia respecto de lo que se piensa que un delincuente debería ser. Y por reducción, si todo delincuente debería ser villero, inmigrante, y adolescente; entonces todo villero, inmigrante y adolescente será, por contrapartida, delincuente. Y si es la delincuencia lo que está en su razón de ser, no hay razón para que sigan siendo. Para el delincuente, mano dura: ni olvido ni perdón. Y para el villero, el inmigrante y el adolescente, tampoco.
Sin embargo la desconfianza excede a la experiencia con estos grupos. Durante el año pasado asistimos al recrudecimiento de una diferenciación, en la que se radicalizaron identidades que en nuestro país hacía mucho que no se manifestaban como tan opuestas: la ciudad y el campo. Como si hubiésemos viajado muy atrás en el tiempo, volvieron argumentos que olían a “civilización y barbarie”, “Buenos Aires e Interior”, “nacionalistas y extranjerizantes”. Y se impuso estar en uno u otro lado. No hubo lugar para posturas intermedias, ni alternativas, ni distintas. La identidad polarizada.
En un país como el nuestro, que ha construido su experiencia alrededor del mito del crisol de razas, es muy difícil reconocer esta hostilidad, que sin embargo se cuela por los intersticios del lenguaje. Así, el ataque terrorista perpetrado contra la AMIA fue un “atentado a los judíos” pero que nos lastimó “a todos los argentinos” (como si los judíos no formaran parte del colectivo, que solidariamente se identifica con su dolor); ferias donde se venden productos de confección económica y dudosa calidad son conocidas popularmente como “boliferias” o “ferias boliguayas”; y es posible escuchar a los movileros de los programas de radio y televisión preguntar por el país de procedencia de los entrevistados cuya fisonomía o entonación les resulta demasiado nativa, y asombrarse cuando se les responde que es Argentina. Los cabecitas negras de ayer son los bolivianos, los paraguayos, los peruanos y los ecuatorianos (o cualesquiera que se les parezcan) de hoy. No hay de qué asombrarse cuando este lenguaje reaccionario encarna en una jueza de contravenciones, al grito indignado de “¿no contratan rubias en esta oficina?” cuando se le pretende cobrar la multa por su infracción de tránsito. Ni hay de qué asombrarse cuando las personas agraviadas pasean sonrientes su ofensa por los programas que les ofrecen unos minutos de pantalla o de aire radial. Mucho que lamentar, pero nada de qué sorprenderse.
La desconfianza es una buena forma de apelar al miedo. Sobre todo, insisto, cuando brota de una hostilidad ciega. Es imposible combatir aquello que no se reconoce.
Quizás la raíz de esta hostilidad está en el desconocimiento sobre lo que excede la propia experiencia. Por eso también es fácil asustarnos con teorías conspirativas en las que aparecen como actores los multimedios, las corporaciones y multinacionales, o escenarios apocalípticos donde se conjugan caóticamente los indicadores macroeconómicos, el terrorismo islámico y el imperialismo norteamericano, con una dosis de contaminación… La hostilidad y la desconfianza permiten la instalación de explicaciones basadas en confabulaciones y complots. Y lo que le otorga credibilidad a estas teorías, no siempre siquiera verosímiles, es que el terreno ha sido abonado con el desencanto por la política y la desconfianza en los políticos. Política que hoy ya no es vista como el arte de la construcción del bien común, sino como el barro donde se lucha por intereses sectarios. Un barro del que no es posible salir limpio, y donde los políticos son –en su mayoría- considerados como los inmorales servidores de intereses que los trascienden, pero por los que han vendido su alma y el bienestar de todos nosotros. El viejo relato de la lucha entre el Bien y el Mal, Dios y el Demonio, con otros actores.
En fin, la mejor estrategia para mantenernos asustados son las propias políticas de miedo. Por eso los discursos electoralistas e instituyentes (y esto no es exclusivamente argentino) se resumen en “después de mí (o “con ellos”), el infierno”, aunque todas las propuestas sean bastante parecidas. O no las haya.

Al parecer, los gobiernos y quienes detentan alguna forma de poder –y los aspirantes a ellos- han encontrado una forma eficiente de manipulación de estas sociedades crecientemente complejas: el miedo. Y más aún, este miedo se está convirtiendo en la forma de legitimación más pavorosa.
¿El antídoto? Ciudadanos más informados, con mayor espíritu crítico, y más éticos. Si volvemos a la idea de que es posible reconocer qué tipo de Estado se pretende consolidar, a partir de las obsesiones presentes en los discursos legitimadores, es fácil comprender por qué el tema central sobre el que giran hoy estas discusiones es la necesidad de una nueva ley de medios. Tal y como antes –siempre, permanentemente- lo fue, es y seguirá siendo la situación de la educación. Por eso los argumentos en torno de estas dos cuestiones son tan fecundos para comprender qué tipo de Sociedad, Comunidad y Estado se pretenden promover desde cada sector partícipe en esta discusión.
De la educación y la información de los ciudadanos, en definitiva, depende qué tan efectivas son las estrategias de manipulación, regulación y legitimación. De ellas depende el tipo de Comunidad y Estado de los que formamos parte, y de los que estamos dispuestos a construir.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Ley de Medios Audiovisuales

Haciendo algo de historia...

La historia de las leyes de prensa, entre la democracia y el fascismo
http://www.clarin.com/diario/2009/09/06/elpais/p-01992974.htm

... para comprender mejor el presente
Propuesta del Proyecto de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
Posturas a favor de la propuesta
Posturas contrarias a la propuesta

Minería: factor de contaminación